Perú honra la memoria de Javier Pérez de Cuéllar

FRANKLIN BRICEÑO*


Exsecretario General de la ONU, murió ayer a los 100 años. Ayudó a terminar las luchas en Camboya, la guerra entre Irán e Irak y al repliegue ruso de Afganistán, a liberar rehenes en Líbano y un histórico acuerdo de paz en El Salvador.


Javier Pérez de Cuéllar, cuando fue candidato presidencial en Perú, en 1995.

Javier Pérez de Cuéllar, secretario general de Naciones Unidas en dos periodos que consiguió un histórico cese al fuego entre Irán e Irak en 1988 y más tarde ayudó a restablecer la democracia en su natal Perú, murió ayer a los 100 años.

Su hijo, Francisco Pérez de Cuéllar, declaró que su padre murió en su domicilio de causas naturales. El actual secretario general de la ONU, Antonio Guterres, calificó al diplomático peruano de “inspiración personal’’.

Por su parte, el presidente Martín Vizcarra señaló en Twitter que Pérez de Cuellar fue un “insigne peruano, demócrata a carta cabal, quien dedicó su vida entera al trabajo por engrandecer a nuestro país’’.

Cuando asumió el cargo de secretario general de las Naciones Unidas, el 1 de enero de 1982, era un diplomático peruano poco conocido, que surgió como un candidato alternativo en una época de cierto desprestigio del organismo internacional.

Su desempeño previo como subsecretario general para asuntos políticos especiales le permitió emerger como el candidato sorpresa en diciembre de 1981, después de una elección estancada por seis semanas entre el austriaco Kurt Waldheim, que en ese momento encabezaba el organismo, y el canciller de Tanzania Salim Ahmed Salim.

Una vez electo, Pérez de Cuéllar rápidamente imprimió su huella.

Durante la década que estuvo al frente de la ONU, Pérez de Cuéllar se ganó una reputación por su diligencia y su diplomacia serena, más que por su carisma.

Perturbado por la disminuida efectividad de la ONU, buscó revitalizarla. Con su primera acción sacudió sus cimientos al emitir un informe altamente crítico en el que advertía que la organización estaba cerca de la “anarquía internacional”.

En medio de la invasión israelí al Líbano en 1982, y con violentos conflictos en Afganistán y Camboya y entre Irán e Irak, Pérez de Cuéllar se quejó ante la asamblea general de que las resoluciones de las Naciones Unidas estaban siendo “desafiadas o ignoradas” por algunos de sus miembros.

Durante la década que estuvo al frente de la ONU, Pérez de Cuéllar se ganó una reputación por su diligencia y su diplomacia serena, más que por su carisma.

“Le ton fait la chanson”, le gustaba comentar en francés, queriendo decir que la melodía es lo que hacía la canción y no la fuerza de voz del cantante.

Enfrentado tempranamente en su primer periodo a una amenaza de Estados Unidos de recortarle fondos al organismo ante un eventual despojo de Israel, Pérez de Cuéllar trabajó tras bambalinas para bloquear los esfuerzos árabes de privar al estado judío de su asiento en la asamblea general. En el lado árabe hubo críticas de que Pérez de Cuéllar le dio a Washington el derecho de ingreso en el Medio Oriente.

Al manejar temas de derechos humanos, el funcionario peruano escogió el camino de la “discreta diplomacia”. Se abstuvo de hacer pública una llamada de atención a Polonia por no permitirle a su representante especial en ese país investigar supuestas violaciones a esos derechos durante la violenta represión del régimen comunista de Varsovia al movimiento sindical Solidaridad en 1982.

En julio de 1986 Pérez de Cuéllar tuvo que someterse a una cirugía de cuádruple bypass coronario, lo cual generó incertidumbre sobre su disponibilidad para un segundo periodo en las Naciones Unidas. Pero a fin de cuentas volvió para una segunda gestión después de recibir un respaldo masivo a su candidatura.

Pérez de Cuéllar invirtió gran parte de su segundo periodo en trabajar tras bambalinas para que se liberara a rehenes, lo que resultó en la liberación de occidentales cautivos en el Líbano, incluyendo al último de ellos y con el cautiverio más largo, el periodista estadounidense Terry Anderson, quien quedó en libertad el 4 de diciembre de 1991.

En suma, la diplomacia de Pérez de Cuéllar contribuyó a poner fin a las luchas en Camboya, a la guerra entre Irán e Irak (1980-1988), y al repliegue de las tropas rusas de Afganistán. Antes de la medianoche del 1 de enero de 1992, al salir de la sede de las Naciones Unidas, ya como exsecretario general, obtuvo un último logro, luego de horas de difíciles negociaciones: un acuerdo de paz entre el gobierno salvadoreño y guerrilleros izquierdistas.

“El Sr. Pérez de Cuéllar jugó un papel crucial en una serie de éxitos diplomáticos, incluyendo la independencia de Namibia, el final de la guerra entre Irán e Irak, la liberación de rehenes estadounidenses retenidos en Líbano, el acuerdo de paz en Camboya y, en sus últimos días en el cargo, un histórico acuerdo de paz en El Salvador”, dijo Guterres.

Se postuló sin éxito a la presidencia de Perú en 1995, pero fue derrotado por el entonces mandatario Alberto Fujimori.

Pérez de Cuéllar nació en Lima el 19 de enero de 1920. Se graduó como abogado en la Pontificia Universidad Católica de Perú en 1943 y un año después se integró al servicio diplomático peruano. Fue el primer embajador del país sudamericano en la entonces Unión Soviética y, además de Francia, también desempeñó el cargo en Suiza, Polonia y Venezuela. Recibió doctorados honoris causa en una veintena de universidades de todo el mundo, y fue condecorado en unos 25 países. En octubre de 1987 le dieron el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

* Periodista de AP


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