Pesificación y voluntarismo

EDUARDO AMADEO (*)

Axel Kicillof y Guillermo Moreno tienen algo en común: creen que en economía es más importante la voluntad del Estado y de la política que tonterías como la macroeconomía, las expectativas de las personas, el funcionamiento del sistema de precios y la seguridad jurídica. Reiterados fracasos, como el de la política ganadera, los controles al dólar y la inflación persistente, no parecen desanimarlos. Siempre hay una nueva idea que demostrará que la voluntad política triunfa sobre el pensamiento neoliberal. La pesificación obligada es el nuevo experimento para ver si ahora es posible derrotar a los ciudadanos rebeldes que insisten en comportarse según sus propias expectativas y no según el mandato de la política. El mensaje central es muy razonable: un país no puede funcionar con dos monedas. Estamos de acuerdo. El problema es que ese país –la Argentina– funciona con dos monedas porque una de ellas no es confiable y porque en la memoria de los argentinos, aquellos que cumplieron el objetivo patriótico de quedarse en pesos perdieron su patrimonio. Y cada vez que alguien trató de forzar un comportamiento diferente del que indican la memoria y el miedo fracasó. El mercado tiene suficientes agujeros como para que por allí se fuguen las mejores intenciones. Pero, como lo demostró el período 2004-2007, cuando la economía está tranquila, tiene “paño” fiscal y de divisas y no hay ruidos en el horizonte, la pesificación funciona sola, sin que nadie trate de imponerla. En ese período era virtualmente indiferente usar pesos o dólares en cualquier operación, porque el peso se encontraba estable y se disponía de todos los dólares necesarios. Cuando a partir del 2007 se disparó la inflación y comenzaron los ruidos macroeconómicos, la pesificación empezó a debilitarse, hasta llegar al actual momento de desconfianza generalizada en el que no hay publicidad que alcance para cambiar los comportamientos dolarizadores. Por eso, la pesificación forzada, si se mantiene la inflación y no hay confianza en la oferta de divisas, será un fracaso. Es poner el carro delante del caballo. La fórmula es al revés: primero estabilidad y confianza, después pesificación. Pero si se siguiese adelante con este proyecto, habría un grave problema de equidad: la experiencia demuestra que ante la volatilidad cambiaria los más perjudicados son aquellos que no tienen conocimiento ni herramientas para defenderse. El mercado financiero ofrece mil escapes, como lo demuestra el actual “contado con liquidación”, mecanismo legal para fugar capitales al que no todos pueden acceder. Si la inflación se mantiene alta y el peso sigue perdiendo valor, hay dos mecanismos posibles para preservar el valor de los activos: indexación o compra de divisas. Y, si ambas están restringidas, el mercado inventará mecanismos de fuga o chicanas legales a las que tendrán acceso los ricos y no los pobres –como siempre sucede–. Mientras el gobierno prepara todas las herramientas legales de su próximo fracaso, la confusión comunicacional agrega leña al fuego de la desconfianza. Total, la culpa es de los 90, del pensamiento neoliberal, de las corporaciones y de los medios hegemónicos. (*) Diputado del Frente Peronista


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