Tras el recorte de Nación a Sedronar, crece la incertidumbre por las casas de acompañamiento en Río Negro
Agrupaciones sociales denuncian que el cierre del programa de espacios de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAACs) ya provocó la baja de 38 espacios en todo el país. En la provincia, referentes de Roca, Bariloche y Cipolletti advierten que cientos de familias quedarían sin contención.
El programa de Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAACs) de Sedronar, que desde hace nueve años sostiene dispositivos en barrios populares para abordar consumos problemáticos y situaciones de vulnerabilidad social, atraviesa un ajuste presupuestario que pone en riesgo su continuidad. Organizaciones sociales como “Ni un pibe ni una piba menos por la droga” denunciaron que ya se cerraron 38 espacios en todo el país y que en las próximas semanas podrían cerrar 30 casas más.
En Neuquén, una de las primeras en verse afectada fue la del barrio Sapere, y en Río Negro temen que el mismo escenario se replique en alguna de las 25 casas que se encuentran distribuidas en la provincia. Según las organizaciones sociales el recorte golpea directamente a espacios que funcionan como «sostén comunitario, brindando contención a miles de familias y sosteniendo equipos interdisciplinarios de profesionales y talleristas».
Frente a este escenario, las organizaciones se encuentran realizando diversas intervenciones y encuentros para visibilizar la situación. En Bariloche organizaron este martes una olla popular tanto para los usuarios como para toda la comunidad que forma parte del espacio. En Roca también realizaron hace unas semanas un semaforazo en la esquina de Roca y Tucumán junto a jubilados.
Roca: “Más de 700 familias dependen del espacio”
En Roca, Ailén Ulloa, la coordinadora de la casa Ruca Piuke, ubicada zona norte de Barrio Nuevo, detalló que Ruca Piuke es un espacio de alta complejidad, con camas para personas en situación de calle y vulnerabilidad extrema, que hoy asiste a más de 700 familias. «Hace ocho años que estamos y nos duele un montón esto porque podemos recibir a las personas, tenemos las condiciones para que puedan pasar la noche y puedan tener su espacio calentito, algo para comer, poder darse una ducha, que son condiciones mínimas», afirmó la referente en diálogo con Diario RÍO NEGRO.
“Son familias que dependen de los talleres, del comedor, del merendero comunitario y de todas las actividades gratuitas que realizamos. También atendemos casos de violencia de género, abandono escolar y vulnerabilidad social”, remarcó.
El eventual cierre también impactaría en las 12 personas del equipo y en los más de 25 talleristas contratados anualmente, «hay mucha gente que necesita un acompañamiento específico con profesionales que estén capacitados para abordar esta situación y este recorte sería a todo el equipo técnico a todo que hoy trabajan y que son parte del tipo Ruca Piuke».
Bariloche: prevención, redes y escucha
En Bariloche, Ana, trabajadora social de la casa Viento de Libertad, acompaña a más de 40 familias en una ciudad con fuerte crecimiento poblacional. “Hay personas que vienen todos los días a comer, otras para contar lo que les pasa: no consiguen turnos en el hospital, no tienen recursos para completar una operación, no tienen trabajo ni dinero para lo básico. Nosotros escuchamos, generamos redes y acompañamos. No sé qué pasaría con esas familias si no estuviéramos”, expresó.
La referente subrayó que los dispositivos son auditados mensualmente y que su presencia en los barrios tuvo efectos concretos: “Durante la pandemia, aunque nuestras intervenciones eran limitadas -como la entrega de módulos o simplemente escuchar- logramos desactivar conflictos reales. En algunos casos, se trataba de situaciones vinculadas al narcomenudeo o redes dañinas que afectaban a jóvenes. Pudimos intervenir, hablar con las partes involucradas y reducir la tensión».
“Desde que estamos en esos espacios, no volvimos a tener ese tipo de conflictos. Sí existen otras problemáticas, pero hemos notado una gran disminución en el trato violento entre las personas. Eso lo vemos, lo vivimos. Por eso nos preocupa tanto lo que puede pasar cuando no haya nadie que escuche, que acompañe, que intervenga», sostuvo Ana.
Otra voz en la ciudad es Lina, que coordina una casa que funciona con un presupuesto de poco más de dos millones de pesos. Allí trabajan nueve personas y asisten unas 200 personas, de las cuales 70 familias dependen del almuerzo comunitario. “Nuestro trabajo en territorio es desde la prevención, la restitución de derechos, la escucha y el tratamiento grupal. También tenemos talleres de oficio, un roperito comunitario y entregamos colchones, frazadas y ropa”, explicó. Muchas de esas actividades se sostienen con donaciones y la solidaridad barrial.
Cipolletti: “Estos espacios son un refugio”
En Cipolletti, Belén, referente de una CAAC que acompaña a 340 personas en el barrio 4 de Agosto, explicó que un espacio intermedio recibe aproximadamente cuatro millones de pesos que deben destinarse a alquiler, servicios y sueldos, aunque muchas talleristas trabajan sin percibir salario. “Las casas cumplen una tarea fundamental, no solo en la prevención y asistencia de consumos problemáticos, sino en la vida cotidiana. Hay familias que dependen de estos espacios para acceder a un plato de comida, contención profesional y capacitaciones. Vamos a seguir luchando para sostener lo que hacemos”, afirmó.
La referente señaló que quienes principalmente acuden a estos dispositivos son las mujeres, «son las que llegan con la necesidad de compartir, que preguntan siempre por otros en esto de las tareas de cuidado. Ellas quedan quizás en el último eslabón de las diferentes problemáticas».
Por su parte, Juan forma parte de la CAAC del barrio Obrero, que funciona desde hace años como dispositivo de “bajo umbral”, abierto a cualquier persona sin filtros de acceso. “Recibimos muchísimas situaciones, algunas las acompañamos y en otras articulamos con instituciones. La idea es que esto funcione como una casa: que la gente pueda venir a desayunar, bañarse, lavar ropa y almorzar”, explicó.
El equipo organiza talleres de rediseño textil y estampas, y cuenta con nueve integrantes entre profesionales y coordinadores. Juan recordó una experiencia que grafica la importancia de estos espacios: “Hace un año hicimos una actividad donde las personas contaban qué significaba la casa para ellas. Muchas decían que era un lugar al que podían volver. Para quienes enfrentan muchos frenos en otros ámbitos, este puede ser el último espacio al que recurren”.
Juan reflexionó sobre el impacto político y social del ajuste: “Estos espacios abordan problemáticas profundas. Cuando se atacan o se cierran, se corren derechos que costaron mucho conseguir. Es importante que esta reflexión llegue a todos los rincones, hay que pensar dónde estamos parados”.
Comentarios