Praga, hechizo bohemio
El encanto de una ciudad que parece sacada de un cuento y conserva intacto el esplendor de su arquitectura medieval. Leyendas, historia, cultura... y una de las mejores cervezas del mundo.
REPUBLICA CHECA
Las cinco menos un minuto. El sol del final del verano en República Checa entibia la piel y el alma. Junto a una muchedumbre de turistas aguardamos a que el minutero del enorme reloj frente a nosotros llegue a las XII. La situación me hace viajar en el tiempo: trescientas personas apretadas en una hermosa plaza de piedra esperan el inicio de un acontecimiento popular. Torres de estilo gótico custodian el lugar. Casas coloridas de diversos orígenes arquitectónicos y callejuelas estrechas y sinuosas completan esta postal de la Edad Media. ¿Estoy en 1453, cuando se inventó la imprenta?
JUAN JOSÉ LARRONDO
juanjolarrondo@hotmail.com
Las campanadas que anuncian las cinco me devuelven a la actualidad. Comienza el espectáculo que da a cada hora en punto el reloj astronómico de Praga, símbolo de la ciudad. Consiste en el desfile de los doce apóstoles y es una buena excusa para empezar la visita por la capital checa a partir de la Plaza de la Ciudad Vieja. En una de las casas que rodean este lugar encantado Franz Kafka, Max Brod y Albert Einstein se juntaban a tocar música. También aquí se ubica el ayuntamiento, uno de los más impresionantes edificios de Praga, que se construyó en 1338 luego de que el Rey Juan de Luxemburgo estuviese de acuerdo en establecer un consejo municipal. Su fachada alberga el reloj medieval más famoso del mundo, construido en 1490 por el maestro relojero Hanus. Cuenta la leyenda que los concejales de la época decidieron dejar ciego al creador para que no pueda repetir la fantástica obra.
EL CORAZÓN DE LA CIUDAD
Hoy la Plaza Vieja y sus alrededores atraen a visitantes y lugareños con su mágica combinación de historia, arte, cultura y diversión. Excelentes restaurantes, cafés, tiendas y galerías por momentos convierten este lugar de cuento en un moderno barrio chic al estilo del Soho neoyorquino. La calle Parizka está plagada de elegantes negocios de marcas como Prada, Moschino y Hermés.
Sin embargo, a cada paso encontramos las cicatrices del tiempo, que recuerdan la sufrida historia del lugar y la ciudad. La estatua de Jan Hus rememora a este predicador religioso que fue quemado en la hoguera por sus ideas reformistas, mientras una placa de bronce bajo la capilla de la Municipalidad nombra los 27 líderes protestantes ejecutados aquí por orden del emperador católico Fernando II de Habsburgo, el 21 de junio de 1621.
Lejos de aquellos siglos enmarcados en sangrientas contiendas religiosas y de los 44 años más contemporáneos en donde Praga estuvo secuestrada del mundo por el socialismo, hoy es una de las 15 ciudades más visitadas del planeta. Tan soñada como París o Londres, y tal vez mejor, porque se la puede caminar más: todo el casco antiguo se recorre en un día y en época veraniega es fácil encontrar un apacible rincón frente al Moldava, en el parque Kampa por ejemplo, donde se puede descansar, comer algo al aire libre y ver pasar los barcos turísticos.
Para los praguenses el verdadero centro es la Plaza Wenceslao, que encontramos caminando desde la Plaza Vieja hacia el sur, paralelo al Moldava. No es una típica plaza, si no un bulevar que se extiende desde la estación de metro de Mústek hasta el Museo Nacional. Está llena de almacenes y puestos de comida al paso, los tradicionales “spanek”. Es ideal para conocer como los lugareños viven el día a día mientras registramos los negocios en tiempos de rebajas en busca de recuerdos típicos de Europa Central. Es curioso encontrarse aquí, pegado a un McDonald´s, al museo del Comunismo, situado sobre la peatonal Na Príkope. Pareciera una chicana a la historia. En sus salas se reviven escenas de la vida cotidiana durante el período soviético y hay afiches, libros, banderas y modelos de productos de la época “roja”.
Quizá lo más interesante de la Plaza Wenceslao sean sus recuerdos. Aquí se reunieron miles de checos para defender la primavera de Praga en agosto de 1968, y también aquí, fueron aplastados por los tanques soviéticos. Cinco meses después de este episodio y como forma de protesta se quemó vivo Jan Palach, estudiante de Filosofía de 20 años, en las escalinatas del Museo Nacional.
PUENTE DE CARLOS
A fines de la Edad Media, Praga alcanzó su mayor gloria. El Sacro Emperador Romano Carlos IV la eligió como residencia Imperial y se propuso convertirla en la ciudad más magnífica de Europa. Fundó una universidad y construyó numerosas iglesias y monasterios en estilo gótico. Además, reemplazó el antiguo puente de Judit por uno de piedra que unía la Ciudad Vieja con el barrio de Malá Strana. Ese puente, que hasta 1741 fue el único en cruzar el Moldava, hoy lleva su nombre. Es el monumento más familiar de la capital checa y el puente más conocido de Europa central.
Hay que tener paciencia para cruzarlo. Está siempre desbordado de turistas. Vendedores de artesanías, mimos, violinistas, bandas de jazz y mendigos completan la ajetreada vida que día a día se desarrolla sobre él. Estatuas barrocas situadas a cada lado parecen no perderse detalle del trajín. Vale la pena atravesarlo: las vistas en ambas direcciones regalan un espectáculo único de campanarios góticos, cúpulas barrocas, fachadas renacentistas y atardeceres inolvidables.
EN LO ALTO, EL CASTILLO
Junto con el puente de Carlos y la Plaza Vieja, el lugar más visitado de la ciudad es el castillo de Praga, antigua residencia de los soberanos checos y actual sede presidencial. Dentro de sus murallas se encuentra la humilde y entrañable casa museo del genial escritor Franz Kafka, que vivió allí durante la década de 1910, cuando era una zona ocupada mayormente por joyeros judíos.
El área del castillo es la más antigua de la ciudad, del siglo IX, y en ella se concentran palaciegos edificios, además de la maravilla del románico que es la basílica de San Jorge. Sin embargo, el emblema es la catedral de San Vito, un espectacular templo gótico que se ve desde cualquier punto de Praga, famoso por sus vitrales y por atesorar las joyas de la corona checa. Pararse frente a la catedral y apreciar sus incalculables torres y detalles que parecieran pinchar el cielo es un regocijo para la vista y un símbolo que recuerda las leyendas medievales.
Los palacios Rosenberg y Lobkowicz son fácilmente identificables entre las callejuelas que rodean el castillo. Pertenecen a dos de las familias más tradicionales y ricas de la nobleza checa, conocidas por ser grandes benefactores de artistas de la talla de Ludwig Van Beethoven. En sus lujosos detalles se puede apreciar el esplendor que alcanzó la ciudad durante los siglos XVI y XVII, época en la que era considerada la más rica de Europa.
Estamos en lo más alto de la capital checa. Antes de bajar por la colina a través de caminos floridos que zigzaguean hacia el barrio de Malá Strana es imperdible detenerse en los bordes de la muralla. Desde allí Praga se ve hermosa. Sus cúpulas y torres brillan y parecen flotar sobre el Moldava. El puente de Carlos atraviesa el río y sus esculturas se confunden con la gente que va y viene hacia una y otra parte de la ciudad. Pero hay algo que no podemos ver. La magia de Praga no la aprecian los ojos. La siente el corazón.
EL BARRIO BOHEMIO
Malá Strana es el barrio más moderno y bohemio de Praga. Caminarlo y descubrirlo es imperdible y obligatorio. Abundan los típicos pubs checos, las tiendas de souvenirs, restaurantes tradicionales y la bellísima iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, el centro de peregrinaje más importante de la ciudad. En ella se encuentra venerado Niño de Praga, una figura de cera de Jesús en su etapa infantil.
Las calles Mostecká y Nerudova son las más pintorescas del barrio y vale la pena detenerse a observar en detalle las preciosas casas que las bordean. Ambas convergen en el corazón de Malá Strana, que es hoy como en los comienzos la plaza Malostranské, dominada por la imponente cúpula de la Iglesia de San Nicolás. La calle Nerudova fue bautizada en homenaje al gran poeta Jan Neruda, que vivió en el n°47. Cerca de su casa encontramos U Kocoura, un excelente bar para descansar y disfrutar de la mundialmente reconocida cerveza checa. Los lugareños pasan sus ratos libres aquí, donde sirven Bernard’s, una exquisita cerveza elaborada por la última fábrica de tipo familiar del país. Con un sabor más intenso, un marcado amargor y sus 13° de alcohol se distingue de las demás. Beberla en combinación con un buen plato de goulash completa el combo nostálgico que atesorará el viaje en la memoria, para siempre: ¡salud!
Comentarios