Pretextos para matar

Para justificar su conducta, aquellos regímenes que se especializan en pisotear los derechos fundamentales suelen insistir en que por verse constreñidos a defenderse contra enemigos inverosímilmente malignos no les queda otra alternativa que la de aplastar a los quinta columnistas internos. En nuestro país, la dictadura militar más reciente satanizó «la subversión» presuntamente aliada con el comunismo soviético. En la Cuba del dictador vitalicio Fidel Castro, el enemigo es Estados Unidos, de manera que según la lógica del régimen cualquier intento de obligarlo a respetar los derechos ajenos tiene forzosamente que ser producto de una nueva maniobra yanqui. Era previsible, pues, que al optar la Unión Europea por imponer sanciones a Cuba por la detención de disidentes y por el fusilamiento de personas que habían intentado apoderarse de un barco, los castristas la acusarían de haberse puesto al servicio de Estados Unidos con el propósito evidente de aprovechar el antinorteamericanismo de las élites del Viejo Continente: según Castro, la Unión Europea es «una pandillita, una mafia aliada al imperialismo fascista, o sirviendo bochornosamente al gobierno nazifascista de Estados Unidos». También era de prever que en muchas partes de América Latina, entre ellas la Argentina, los admiradores del dictador coincidirían con su interpretación interesada de la actitud europea porque, lo mismo que los responsables del Proceso, comparten con él la convicción siniestra de que los derechos humanos deberían ser firmemente subordinados a «la política».

Huelga decir que las víctimas principales de la voluntad de tantos de ubicar todo cuanto sucede en Cuba en el contexto del conflicto entre el caudillo y Washington son los cubanos. Lejos de poder contar con la solidaridad de sus «hermanos» latinoamericanos, son tratados como fichas en un juego ideológico obsceno. Ultimamente, políticos como Eduardo Duhalde y Aníbal Ibarra no han vacilado en anteponer su hostilidad hacia Estados Unidos o su nostalgia por «la revolución» a su hipotético compromiso con el respeto por los derechos individuales a sabiendas de que sus manifestaciones de simpatía hacia Fidel tendrían consecuencias terriblemente concretas. Estimulado por su protagonismo en Buenos Aires, el dictador ya está intensificando la represión, atribuyendo sus medidas al «peligro» de que la isla sea el próximo blanco de una invasión norteamericana.

La lucha por los derechos humanos no podrá prosperar mientras muchos personajes -de derecha o de izquierda, da igual- insistan en que lo único que realmente importa es la ideología imputada ya a las víctimas, ya a los victimarios. Parecería que ni Castro ni los filocastristas de América Latina son capaces de considerar la posibilidad de que la decisión unánime, si bien simbólica, de los quince integrantes de la Unión Europea de limitar los contactos diplomáticos de alto nivel con La Habana haya tenido más que ver con la violación sistemática de los derechos humanos en Cuba que con las presiones diplomáticas norteamericanas. Desde el punto de vista de Castro y sus amigos, es perfectamente legítimo que un dictador «de izquierda», sobre todo si comulga con lo que podría calificarse de nacionalismo latinoamericano, encarcele, torture y mate a sus compatriotas u otros, pero que de ser cuestión de un dictador «de derecha» los mismos atropellos merecen la condena universal. Esta mentalidad, que por desgracia está ampliamente difundida en las clases dirigentes latinoamericanas, está en la raíz del autoritarismo feroz que tanto sufrimiento y tantas injusticias ha ocasionado. Puede que el desprecio visceral por los derechos ajenos así supuesto esté batiéndose en retirada en América Latina al entender una proporción creciente de sus habitantes que la presunta coloración ideológica de los asesinos carece de significado en comparación con los crímenes que ellos cometen, pero el que a pesar de todo lo que ha ocurrido en el transcurso de los decenios últimos muchos políticos e intelectuales sigan minimizando la brutalidad del régimen castrista por suponer que todo debería permitirse en el enfrentamiento con Estados Unidos, hace temer que haya algunas dictaduras más en el futuro de la región.


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