Recuerdo de Horacio González: de CAPREX a la calle Austria

Tenía ojos muy aguados. Pero no le impedían una mirada directa. Sincera. Bigotes de caudillo del México de días de Revolución antes que fuera congelada. Revolución, «la palabra mágica, la palabra que va a cambiarlo todo y que nos va a dar una alegría inmensa y una muerte rápida”, como estampara Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”.

Y Horacio González tenía además, cara de buen tipo. Y fue un buen tipo. De Gestos suaves. Inteligente. Pero padecía de un hablar de insufriblemente bajo.

La última vez que lo vi creo que fue la única vez que lo sentí hablar fuerte.

– ¡Gorila! – me gritó.

Fue en la calle Austria, lateral a la Biblioteca Nacional. Agosto del 19, creo. Meses antes, en la Feria del Libro, traté de escucharlo en la presentación de su “Borges. Los pueblos bárbaros”. Y en ese agosto, se lo reproché.


Siempre explicó con sencillez el porqué se había encaminado hacia el peronismo. Sintetizada mediante una única palabra: “Fascinación”.


– ¡Horacio, ustedes los peronistas hacen jadear la historia con tono alto! ¡Tono de cojudos de corralón de Barracas, como dice un tango! …¡Pero vos!- ¡Horacio apenas te escuchaba!

Nos abrazamos. Luego, una catarata de café.

No fuimos amigos. Sí nos unían amigos comunes. Y también la pasión por el mundo de las ideas. Un espacio signado por las diferencias. Nos conocimos en el ´69 en La Plata. Nos presentó Julio Godio. Sociólogo. Y gorila desde la izquierda. Fue en el Bar CAPREX (Cagaso Pre – Examen), 6 entre 47 y 48.

Horacio llevaba mucho templándose en el yunque del peronismo de Filosofía y Letras de la UBA. Siempre explicó con sencillez el porqué se había encaminado hacia el peronismo. Sintetizada mediante una única palabra: “Fascinación”.

Y solía acotar: “Perón me interesaba desde ésta o aquella arista. Pero fundamentalmente desde la metáfora, desde el despliegue de metáforas con que construyó su poder, lo instaló y subordinó, como dice Tulio Halperín Donghi. Luego, viene todo un andamiaje a considerar. Entre otros, la nostalgia que generó en millones de seres cuando lo echaron”… Y la nostalgia – apelemos a Halperín Donghi – “suele ser un motor muy ruidoso en la construcción de la historia”.

En un muy interesante trabajo publicado años atrás, Horacio González señala:

– Algo me hizo pensarme en el peronismo como alguien que se adentraba en un terreno desconocido fascinante, puesto que mi primera inclinación, nunca abandonada por otro lado, era el mundo de la izquierda y la lectura del marxismo. Pero el peronismo era la transfiguración de todo sin abandonar nada (*)

Fue en esos años ´60 que Horacio González serpenteó por espacio cristianos filo-peronistas. Espacio donde anudó amistades a las que la dialéctica de molienda que define al peronismo, quedaron en la banquina del olvido. Otros murieron. Uno de estos era el cura Jorge Galli.

– Era obrero y discípulo del obispo Podestá (NdR: Obispo de Avellaneda en los ‘60) . Galli era albañil y todas sus metáforas religiosas aludían a la construcción: un cura popular peronista que en su capilla de Pergamino tocaba la campana cuando Boca hacía goles. Los de River iban a protestar y el les respondía: “bueno, si hay goles de River la parroquia es de todos, vienen y tocan la campana…”

Cuando en ese consolidar de su instalación en el mundo académico vinculado al peronismo emergieron las organizaciones armadas, Horacio González se diferenció de esa apelación. Se corrió de lo que definía como “modelo ejemplificador de la muerte”.

Para Horacio González, “La idea de violencia de un aparato (NdR: armado, Montoneros, por ejemplo), no dejaba de ser una burocracia que tomaba decisiones como cualquier burocracia, pero que implicaban tomar a las personas en una breve sinopsis que alcanzaba solo a su vida y su muerte. Como símbolo, matar a alguien era un avance de proceso colectivo. Cuando discutimos con Dardo Cabo (**) una noche de 1975, a mi me asombró la convicción que tenía del modelo ejemplificador que implicaba la muerte de un dirigente sindical. Y me acuerdo de su frase: “Ahora todos van a saber que, si negocian, puede ocurrir esto”. Y Perón mismo – agregó Cabo – es capaz de asumir este hecho…

– Perón contestó con la vida de ellos – acotará José Pablo Feinmann en la obra antes citada.

Recuerdo que en aquel último encuentro en un bar de la calle Austria, hablamos mucho de Eric Hobsbawm. De cómo nos había marcado su periplo de historiador.

Horacio González no alcanzó a leer la biografía de Richard Evans “Eric Hobsbawm, una vida en la historia” una obra que seguramente lo habría seducido. Un trabajo estructurado en mucho alrededor de la idea de “fascinación”, conque este inglés guió su lupa para meterse en las entrañas de la historia. “Fascinación”, palabra clave para entender el peronismo de Horacio González.

Cuando dejamos el café de la calle Austria en aquel día quizá de agosto del 19, Horacio González me dijo:

– Vamos a regalarnos libros…

Rumbeamos hacia Las Heras. Entramos en una librería de viejos y nuevos. Revisamos.

– Tomá – me dijo al rato y me entregó “Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina”, de Carlos Gamerro.

– Lo tengo – le dije

– Bueno ahora tenés dos, no seas rústico, “gorila”. En materia de regalos no valen esas confesiones.

Y yo le regalé “Carta a un amigo Aleman”, de Albert Camus. Pero le subrayé una reflexión de aquel francés nacido en Argelia cuyo pensamiento Fernando Savater define como “sin arrugas”: “Amo mucho a mi país como para ser nacionalista”.

Luego, dejamos la librería.

El resto es recuerdo.


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