Recuerdos de los nudistas suecos de Playas Doradas

Llegaron en los 70 para poner en marcha la mina de Sierra Grande y despertaron fantasías por su costumbre de bañarse sin malla y juegos como el de la llave, que se hizo famoso en la zona. También arribaron canadienses para la planta de peletización.

Redacción

Por Redacción

De cara al mar. Y amplitud para elegir el mejor lugar. Fotos: Martín Brunella.

De cara al mar. Y amplitud para elegir el mejor lugar. Fotos: Martín Brunella.

Llegaron hace décadas, y su paso fugaz despertó miles de fantasías. Con el tiempo, una de las playas más lindas de la zona, donde se dice que practicaban nudismo, fue bautizada en su honor. Y todavía los viejos pobladores confían con picardía anécdotas cargadas de detalles sobre la libertad con la que vivían sus vínculos de pareja. Aunque nadie recuerda quien tuvo acceso a esas fiestas en las que, según cuentan, la intimidad se compartía con la misma naturalidad con la que se ofrece una copa de alcohol.

Pero, ¿quiénes eran esos personajes que dejaron su huella en el imaginario serrano, y de los que se sigue hablando hasta hoy? Se trata de los técnicos de nacionalidad sueca que llegaron para trabajar en la puesta en marcha de la mina de hierro, en la década de 1970. Y de los de nacionalidad canadiense, que hicieron lo propio en la planta de peletización que se instaló en Punta Colorada, a 28 km del actual balneario Playas Doradas.

En realidad, la chispa de la imaginación la encendieron sus mujeres, porque los extranjeros viajaron acompañados de sus esposas. Y eso, en un pueblo plagado de hombres solos, fue más que suficiente para disparar historias y febriles suposiciones.

Otros tiempos

Es que hay que remontarse al Sierra Grande de entonces. Hasta esa década, el casco urbano era un minúsculo caserío. La acción más intensa se desarrollaba en los parajes rurales linderos. E incluso las playas, que hoy son atracción y destino turístico, eran una bella postal de fondo que, de tanto en tanto, los locales aprovechaban. En ese contexto, las mujeres eran pocas. Dedicadas a la vida rural en su mayoría. O, en el poblado, desempeñando alguna actividad manual o secundando a sus parejas en la atención de algún pequeño comercio.

La apertura de la mina Hipasam revolucionó ese escenario. Comenzaron a llegar varones provenientes de todo el país, buscando su futuro en la extracción de hierro. Y como llegaban solos en su afán de probar suerte, la escasa presencia femenina fue un desvelo para ellos.

Se hacían bailes los sábados en un galpón de chapa que había en la ruta. Y ahí siempre éramos 50 varones como mínimo, y las mujeres apenas llegaban a 20. La mayoría de parajes rurales como Los Berros, Cona Niyeu, Mina Gonzalito… Con decirte que la policía, cuando se terminaba el baile, las acompañaba hasta sus casas” recordó Jesús Otero, que trabajó en la mina por entonces.

En ese marco, los que comenzaron a abundar fueron los prostíbulos. “Hubo un momento en que llegaron a existir hasta 6” apuntó Otero.

Omar Zagabria, otro de los ex operarios, en este caso de la planta de peletización, fue más irónico sobre el tema. “Tinelli no fue el que inventó el baile del caño” acotó, pícaro. “En todos había números en vivo. Barracoa y Los Ángeles eran algunos de los lugares” agregó.

¿Y las suecas y canadienses? Allí estaban, recortándose del resto. Ellas no circulaban vigiladas, aunque su derrotero se circunscribía a los barrios que cada colectividad ocupaba en el pueblo. Y a sus andanzas por las playas, que solían visitar con grupos de parejas de la misma nacionalidad, despertando todo tipo de suspicacias.

Rubias y altas

“La mayoría eran rubias, altas. De ésas que decís ‘qué lindas mujeres’. Pero pertenecían a una colectividad cerrada, donde no te dejan entrar ni por casualidad. Los varones manejaban mejor el idioma que ellas, porque se tenían que hacer entender con los trabajadores.

Las chicas, cuando iban a comprar a comercios tenían un trato cordial. Pero no compartían más que eso con los locales. Todo era entre ellos”, rememoró Zagabria.

“Y sí, eran diferentes… -reforzó Otero al evocar a las extranjeras-. A mí me gustan las morochas, como mi mujer -deslizó, risueño-. Pero eran delgadas, llamativas. Y con unas caras muy lindas” aportó.

Y esas caras y esos cuerpos, reunidos en la playa, despertaron todo tipo de anécdotas, que hoy son parte del folclore local. Ocurre que, en esa época, el acceso a determinados sectores de la costa no era tan fácil. Había caminos, custodiados por gendarmería, a los que sólo tenían acceso los que se desempeñaban dentro de las empresas montadas en torno a la explotación de hierro.

“El lugar que ellos elegían para tomar sol y bañarse, es una playita hermosa ubicada a 5 km al sur de Playas Doradas. Justamente por eso ahora el sitio se conoce como ‘Los Suecos’ o ‘Los Canadienses’, según quien lo nombre. No fueron tontos los extranjeros. Es la única playa que tiene reparo, porque la bordea un pequeño acantilado. Ahí estaban siempre que podían. Iban en grupos” afirmó Zagabria.

¿Y hacían nudismo? Preguntó este diario. “Sí” contestó sin vacilar Otero. “Las mujeres andaban en topless (sin la parte de arriba del traje de baño) y un poco más también.

No era que se mostraban, porque en realidad iban entre ellos, y ahí lo hacían (desnudarse). Esas cosas se saben igual… afirmó Jesús, dando por tierra con cualquier duda.

Juegos

Entre los comportamientos más ‘picantes’ que se rememoran de los extranjeros, aunque nadie tuviera acceso a esas reuniones, están los juegos de intercambio de parejas. Entre ellos, uno conocido como el “de la llave”.

“Se reunían siempre en sus barrios, todas las parejas, a comer y a tomar. Principalmente a tomar, porque se sabe que consumían mucho alcohol. Y, antes de irse, ponían todas juntas las llaves de sus casas o de sus autos. Y el que iba saliendo ‘manoteaba’ la que le tocaba. Yo, por pudor, no le puedo decir qué se ganaba el que agarraba la llave del compañero…” contó Omar, con graciosa reserva.

Jesús fue más gráfico. “Las llaves las ponían en un bowl transparente, de vidrio. Y cada uno agarraba alguna y pasaba la noche con la que le tocara” detalló.

Lo cierto es que el paso de suecos y canadienses, aunque breve, fue prolífico en materia de historias que se imprimieron a fuego en la memoria local.

“Llegaron, ambos, para poner en marcha la mina o la planta de peletización, según el caso. Y coordinar las primeras etapas. Sólo estuvieron un par de años. Después, nadie más supo de ellos” finalizó Otero, el ex minero.

Tiempo suficiente para que Sierra Grande “los recuerde todavía. A ellos, y a sus costumbres” cerró Zagabria.

Agencia San Antonio | Vanesa Miyar


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