Rescate fallido

Al hundirse el "Kursk", Rusia perdió más que un submarino. Redujo sus posibilidades de evolucionar hacia una democracia "normal".

Ya es normal que al producirse un desastre impactante los dirigentes políticos se trasladen al lugar, manifestando de la forma más convincente posible su «solidaridad» con las víctimas y esforzándose por brindar la impresión de estar conduciendo con gran eficacia las operaciones de rescate. Es lo que sucede aquí toda vez que las inundaciones anuales son mayores que lo previsto y la gente, a través de los medios de comunicación, reclama la presencia urgente de las autoridades correspondientes. Sólo se trata de una actuación -aunque es de suponer que realmente simpatizan con las víctimas, la presencia de políticos acompañados por funcionarios y reporteros a menudo sólo sirve para estorbar el quehacer de los especialistas-, pero no por eso es menos importante, porque por razones comprensibles la mayoría necesita creer que los líderes están siempre dispuestos a asumir la plena responsabilidad por lo que está ocurriendo. Pues bien: el presidente ruso, Vladimir Putin, tardó demasiado en entender este principio democrático sencillo. Al optar por dejar en manos de los entrenados para tales ocasiones los operativos de rescate del submarino nuclear «Kursk» que se había hundido en el mar de Barents, se vio transformado en blanco de la indignación, frustración e ira de millones de sus compatriotas, además de perder prestigio ante los ojos de la opinión pública occidental, todo lo cual le ha supuesto un «costo político» enorme que ha reducido la posibilidad de recatar a Rusia del abismo en el que cayó al desintegrarse la Unión Soviética.

Tanto en Rusia misma como en el resto del mundo, Putin es tratado con severidad como si fuera un líder democrático más, pero ocurre que los desafíos ante él son incomparablemente más difíciles que los enfrentados por cualquier político de un país desarrollado y ayudaría que los demás lo reconocieran. Entre otras cosas, Putin tiene que construir un Estado de derecho en un gran país acostumbrado a regímenes autocráticos, crear ex nihilo una economía de mercado, mantener conformes a fuerzas armadas desmoralizadas para las cuales el haber tenido que pedir la colaboración británica y noruega fue una humillación, luchar contra «mafias» que ya son más poderosas y más brutales que la original italiana e impedir que gobernadores provinciales irresponsables sigan despilfarrando los escasos recursos disponibles. Estos problemas existen aquí también -son comunes a todas las sociedades, con la excepción de las más ricas-, pero en Rusia son mucho más graves y si el gobierno actual fracasa los perjudicados no necesariamente se limitarán a sus propios compatriotas: de recaer Rusia nuevamente en su tradición dictatorial, podrían incluir a todos los habitantes del planeta.

Puesto que Putin está procurando luchar en tantos frentes, no es exactamente sorprendente que su reacción frente al drama supuesto por el hundimiento del «Kursk» haya resultado tan inadecuada. En un país occidental, sus asesores de imagen hubieran asegurado que se trasladara en seguida a los lugares indicados para entonces formular las declaraciones apropiadas -es una parte esencial del oficio político y todos los practicantes lo entienden-, pero por ser el presidente de un país que sólo ahora está adaptándose a la democracia, un orden que es mucho más exigente que todas las alternativas, Putin cometió una serie de errores básicos que no serán olvidados. Los reveses así supuestos no importarían demasiado si se dieran muchos otros dirigentes que serían capaces de reemplazarlo y si el sistema político estuviera en condiciones de funcionar con cierta eficacia a pesar de la debilidad del jefe de turno, pero por desgracia no hay alternativas a Putin a la vista y Rusia es un país todavía más presidencialista que la Argentina. Por eso, al hundirse el «Kursk» Rusia perdió mucho más que un submarino nuclear con todos sus tripulantes a bordo. También vio disminuidas -no se sabe en cuánto- sus posibilidades de evolucionar rápidamente en una democracia «normal» debido, irónicamente, a la reacción típicamente democrática de muchas personas frente a un desastre naval que en todas partes hubiera producido un revuelo, pero que sólo en Rusia podría tener consecuencias políticas profundas.


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