River, entre el fuego amigo y la justicia futbolera

Cuesta entender cómo fue que al Millo se le escapó la final de la Libertadores ante Flamengo, cuando la tenía prácticamente ganada.

El fútbol tiene ese caprichoso sentido de la justicia. Se inclina y le da lo que cree que le corresponde a cada uno sin poner merecimientos en la balanza, y espía sin pudores por debajo de la venda. El fútbol tiene su propio principio de equidad y, en Perú , sentenció que esta vez el altivo River de Marcelo Gallardo era quien debía morder el polvo del estadio Monumental de Lima.

El reencuentro con la gloria era ya palpable para River y es por eso que el arrebato carioca duele tanto. La quinta Copa Libertadores se le escapó como arena entre los dedos en un suspiro y ese pasar de la felicidad al desencanto en un puñado de minutos, lo dejó con el alma al descubierto. El 2-1 que le atestó Flamengo en la gran final, fue la caída más dolorosa del ciclo de Gallardo en Núñez, siempre acostumbrado a ganar, a las alegrías y vueltas olímpicas.
En ese camino hacía la magnificencia, el antojadizo sentido del fútbol soslaya a veces errores de campo y también tácticos. Otras veces no.

El fuego amigo le impidió a River ganar la batalla. Lucas Pratto, el gran héroe de la serie final ante Boca el año pasado, pagó caro su error de querer priorizar una acción individual por sobre el cuidado del balón a pocos minutos del cierre, y provocó la jugada del empate de Flamengo para el primero de los dos goles de Gabriel Barbosa. Javier Pinola, que había desterrado al temible Gabigol de la final, lo devolvió al altar de los héroes con la única equivocación que tuvo el zaguero en 90 minutos.

En las redes sociales se respira el tufillo habitual para este tipo de situaciones y hoy Pratto y Pinola son apuntados como los culpables del dolor millonario. El hincha genuino no le da la espalda porque sabe que ambos han puesto el pecho para esta era de grandeza del Millo aunque como toda derrota, dejará secuelas. Lo que tarde River en cerrar o no esta herida, está guardado en el gen de un equipo que lo ha ganado todo.

La tentación de caer en el relato del diario del lunes ha alcanzado al impoluto e intocable Muñeco Gallardo, quien tuvo en Lima su Waterloo. Experto en táctica y estrategia para las grandes citas, el Napoleón de Núñez maniató de entrada a quien llegaba con antecedentes de equipo voraz y goleador. Eso le estaba alcanzando para retener el título.
Sin embargo a la hora de los cambios, el entrenador apostó por el juvenil Julián Álvarez, de 19 años, para reemplazar al dinámico (aunque agotado en el ST) Nacho Fernández, y para jugar los últimos 15’ a Pratto por Rafael Santos Borré (autor del gol que estaba dando el título), quien acusó una molestia. Ninguno de los dos pudo entregar en el campo lo que habían hecho sus reemplazados.
En el banco quedaban Juan Fernando Quintero y Nacho Scocco. El colombiano con su sapiencia para el balón bajo la suela y pegada cinco estrellas, y el goleador de olfato inalterable, no ingresarían siquiera un minuto en Lima.

¿Hubieran cambiado el partido con ellos en cancha? Quien sabe. Lo cierto es que durante el partido se hablaba del acierto de Gallardo para mantener a Borré en el equipo, por sobre el peso histórico de Pratto o la repentización del rosarino en el área. Gallardo pudo (o no) haberse equivocado. Lo concreto es que ha acertado casi siempre y eso ha hecho a la grandeza de River.
¿Se quedará el entrenador a final de temporada? La sensación antes de la final era que si ganaba una nueva Libertadores, el ciclo se cerraría y su salida sería por la puerta más grande que River haya podido construir jamás. Quizás ahora, cuando cicatrice la herida y el sentimiento de revancha vaya ganando fuerza, el Muñeco siga. Cualquiera sea su decisión, su River ya ha hecho historia.


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