Roberto Alifano,
Dará dos charlas en Neuquén, viernes y sábado en la UNC.
Periodista, autor de prosa y poesía, amigo de hombres de letras como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Pablo Neruda, colaborador durante años del autor de “El Aleph” (tradujo incluso textos en conjunto con él). Roberto Alifano dará dos charlas esta semana en Neuquén y en esta entrevista con “Río Negro” se presenta por sí mismo.
–¿En qué consistirán las charlas que brindará los próximos 15 (a las 19) y 16 (a las 11) en el Aula Magna de la UNC?
–El eje de la conversación (porque a mi me gusta más dialogar con la gente que pronunciar conferencias), será Borges, y mi relación de amistad con él durante tantos años. Esa tarea consistió en registrar sus dictados, colaborar con sus traducciones y sus lecturas. La ceguera le impedía valerse por sus propios medios. Mucha gente dice que yo fui el secretario de Borges; y en cierto modo sí lo fui, pero quizá esencialmente fui su “amanuense”, una palabra que encierra ciertas reminiscencias bíblicas, en tanto que secretario es algo tal vez más comercial. Es probable que cuando pase por el Purgatorio los ángeles interrogadores me pregunten: “¿Qué hizo usted en su vida terrenal?” Yo les voy a responder: “Fui el amanuense de Borges”. Y quizá con eso obtenga mi salvación. ¿Por qué no?
Bueno, esa será una parte, sin duda la principal, pero también hablaré de otros personajes que a lo largo de mi ya larga vida y de mi trabajo como periodista, tuve el privilegio de conocer: Neruda, Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, Vittorio Gassman, Federico Fellini, Luis Buñuel, Marcello Mastroianni, Perón, Mujica Láinez, Salvador Allende, Cortázar y también Fangio y Aníbal Troilio, dos próceres populares de nuestra Argentina. Como decía Borges, con su humor incomparable: “Ustedes pregunten que yo repetiré siempre lo mismo.”
Creo que también hablaré de mis escritos, que, quizá es lo menos importante. No me gusta decir mi obra porque no la tengo. Son sólo algunos libros que se han ido acumulando casi sin proponérmelo. Obra tiene Shakespeare, Cervantes, Neruda, Borges…
–¿Qué ha significado para usted relacionarse con semejante referente?
–Un don que le debo a la vida. Conocer a Borges ha sido para mí como conocer a Dante Alighieri y a Petrarca o a Boccaccio, a Quevedo y a Góngora o Lope de Vega, a Shakespeare y a Molière, a Victor Hugo y a Flaubert o a Balzac… Borges fue un verdadero clásico. Y hay que agregar: el escritor más literario de toda la historia de la literatura, ya que lo propuso y lo logró en cada página, en cada línea, es el equivalente a esos fabulosos literatos. El reconocimiento que tiene en le mundo así lo confirma.
–¿Cómo cree que se dio su propia evolución como autor?
–Mi amigo García Márquez dice que a escribir se aprende escribiendo. De acuerdo, sí; pero, yo agregaría esencialmente leyendo. “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; yo me enorgullezco de las que he leído”, dijo Borges. Es así como yo me considero un empecinado lector que, cada tanto se atreve a borronear alguna página. Creo que lo esencial en el arte es la forma. Todo arte es forma. “Crea una bella forma –decía André Gide– que una idea mucho más bella vendrá a habitarla”. Luego viene la ruptura, pero primero hay que conocer las formas para romper con ellas.
Trabajo mucho, a pesar de que soy un ocioso. Esto parece una contradicción. Sin embargo, es así. Lugones decía que “un texto literario debe parecer el don de un instante, aunque haya muchos borradores detrás”. Hay que insistir, no queda más remedio… Parece mentira, pero he publicado más de treinta libros.
–¿Es que ha dedicado parte de su poesía a quienes fueron sus amigos?
–Parte de mi poesía y también de mis textos en prosa. Yo me considero, por sobre todo, un hombre de amigos; los sigo teniendo en todas partes del mundo. La amistad es una pasión argentina y yo la cultivo de manera rotunda. No debe extrañar entonces que haya escrito y siga escribiendo sobre mis amigos.
–¿Considera que su obra está influenciada por ellos?
–La influencia es de todos, una suerte de legado. Luego viene la parte más difícil: quitarse de encima esas influencias y encontrar un camino propio; es decir, aproximarse a un estilo, ser uno y nos los otros de quienes siempre seremos deudores. Soy –y me jacto de ello– un buen lector, un lector hedonista, eso sí. Alguien que no lee forzadamente sino por placer y, por consiguiente, un reelector. Me encanta volver sobre añejos textos; ahora mismo estoy releyendo a don Pío Baroja, un novelista asombroso y al gran Luis Cernuda, un poeta notable, injustamente olvidado. A Borges, a Neruda, a Cortázar, a Mujica Láinez, a Lugones, los tengo siempre al alcance de mi mano.
–¿Cómo fue el trabajo de realizar traducciones en conjunto con Borges?
–Maravilloso, como todo lo que se hacía con él. Lo acompañé en traducción de las Fábulas de Robert Louis Stevenson y en la poesía de Hermann Hesse, una experiencia memorable.
–¿Quién lee poesía en la actualidad? A veces pareciera que la poesía se lee más en la canción que en el libro.
–Muchísima gente. Yo estoy ahora en Madrid, vengo llegando de Córdoba, la cuna de Séneca, de Lucano, de don Luis de Góngora (que está enterrado en la Mezquita), y allí me sorprendió que hubiese tantos encuentros de poetas. En Madrid, todos los días hay presentaciones de libros de poemas y recitales y festivales. Se consume más en libros de poesía que canciones. Además, muchas de esas canciones a veces poco tienen que ver con la poesía. También en Buenos Aires casi todos los días hay presentaciones y lecturas. Los cafés literarios abundan. Yo creo que la poesía –estoy seguro, muy seguro– goza de buena salud. No es best sellers, por supuesto, ni se expone en vidrieras de librerías, ni se vende demasiado, pero circula de otra manera y quizá pasa mucho más que con la prosa.
–A veces da la impresión de que hay más poetas que público lector de poesía. ¿En qué momento están ahora las y los nuevos poetas? Se quejan de que es difícil publicar y de que la industria literaria da prioridad a poetas que murieron…
–Eso siempre ocurrió. Los nuevos poetas se tienen que dar cuenta de que la poesía no es comercial y muchas veces incómoda. No recuerdo ahora qué poeta dijo que “la poesía no se vende porque no se vende”. Siempre fue difícil editar poesía. Y ahora también hasta es difícil publicar en prosa. Hay una gran crisis editorial y por otro lado se han terminado los editores al estilo Gonzalo Losada o Aguilar. Creo que la cosa pasa por ahí. Todo se ha mercantilizado y por otro lado el avance de la tecnología ayuda a ese desequilibrio.
–¿Cómo percibe la poesía escrita por mujeres?
–Por qué hacer diferencia. Es tan buena como la escriben los hombres. Se es o no se es poeta. Pienso en Safo y Sor Juana Inés de la Cruz, en Olga Orozco y en Alejandra Pizarnik, en Silvina Ocampo y Elizabeth Azcona Cranwell. Son poetas extraordinarias, y hay que llamarlas así y no “poetisas”. Ahora mismo yo conozco excelentes poetas mujeres; pero prefiero no dar nombres porque al hacerlo uno corre el riesgo de omitir inevitablemente.
–¿Qué texto de Borges sugiere para empezar a leer Borges?
–¿Qué texto? Todo Borges, la Obra Completa. A mi criterio Borges es el único autor universal y de todos los tiempos que admite la obra completa. Es decir, Borges está escrito en un mismo registro literario, sin altibajos, desde sus primeros libros, “Fervor de Buenos Aires” o “Luna de enfrente”, hasta “El Aleph” o el “Informe de Brodie”. Usted toma la obra completa de cualquier escritor y tiene altibajos; en Borges no los hay. Siempre es literario por dónde se lo busque. Antes de los veinticinco años descubrió la literatura y ya no se apartó más de ella. Llegó a la quinta esencia de la palabra. Es un caso extraordinario, realmente increíble.
–Si bien es un clásico desde hace tiempo, ¿cuál es la vigencia que destaca en Borges?
–La primera la ha dado usted: es un clásico, como bien lo dice. Yo creo que la vigencia va en aumento. Borges es estudiado en todas las Universidades del mundo y su radio de acción cada vez se agranda más. Podrán decir, bueno, pero no le dieron el Premio Nobel. ¡Qué importa! En ese caso la que se desprestigio bastante es la Academia Sueca. Fíjese que no le dieron esa distinción al escritor más importante del siglo XX. ¡Una barbaridad bajo todo punto de vista!
PAULA GINGINS
pgingins@rionegro.com.ar
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