“Fuimos sobrevivientes de la fruticultura”: la mirada de un ingeniero que lo vivió todo

Con más de 40 años en la fruticultura del Alto Valle, el ingeniero Enrique Ramos fue testigo del auge exportador, la crisis de los pequeños productores, el avance del fracking y los desafíos del futuro. Desde las chacras de su infancia hasta los nuevos cultivos agroecológicos, repasa la historia viva de una actividad que cambió para siempre.

“De las 60 mil hectáreas bajo riego del Valle, hoy quedan menos de 40 mil. Más de 20 mil se perdieron o se reconvirtieron”.

Su vida siempre estuvo atada a las chacras. El Ingeniero Agrónomo Enrique Ramos se crio saltando acequias entre los montes frutales de General Roca. Cuando creció, gracias a una beca del INTA, se fue a seguir sus estudios en la Universidad del Sur. Tras recibirse, volvió al Alto Valle y trabajó primero como gerente en la frutícola Zetone y Sabbag durante 23 años, y luego en Salenstein, hasta su jubilación en 2015. Fueron cuatro décadas en las que vivió el auge exportador, los cambios, los retrocesos y avances, y hoy analiza con mirada crítica el presente y futuro de la fruticultura del Valle.

P: ¿Cuántas hectáreas plantó en estos valles en 40 años?
R: Innumerables. En Zetone llegamos a plantar entre 90 y 100 hectáreas por año. Una locura de trabajo. Después se frenó la inversión. En Salenstein también, unas 50 hectáreas por año. En esos tiempos, Zetone llegó a tener más de 35 millones de kilos de peras. Era el primer productor del Hemisferio Sur en cantidad de peras. William’s, Packham’s y Danjou, aunque también había otras que ya desaparecieron. Hoy el valle sigue dominado por esas tres, sobre todo William’s.

P: ¿Cuáles fueron los mejores años para la actividad?

R: Hubo una década dorada entre 1980 y 1990. Fue un período de crecimiento, con ganas de invertir a todo nivel, desde las empresas y también de los medianos productores.

Lamentablemente, la producción de pequeños y medianos sigue desapareciendo. Las chacras de 5 o 10 hectáreas no pudieron hacer el recambio varietal por cuestiones económicas. Tampoco hubo un recambio generacional acorde. Hoy todo se concentró en grandes empresas. Un productor de 40 años, que podría renovar su chacra, no llega: no hay ni un 15% de jóvenes trabajando en el campo.

P: Hubo años buenos. ¿Por qué los pequeños productores nunca pudieron invertir?

R: Antes se vivía bien con pocas hectáreas, pero hoy eso es imposible. No se concibe una plantación sin riego mecanizado, microgoteo, fertirrigación, defensa contra heladas, malla antigranizo. Mecanizar implica comprar plataformas que valen entre 40 y 50 mil dólares. Y si el obrero no tiene condiciones dignas, se va de la chacra. Entonces hay que invertir para retenerlo. Hoy poner una hectárea nueva supera los 45 mil dólares. Solo los grandes o las empresas muy integradas pueden llegar a eso.

Hoy necesitás riego, plataformas, malla, y todo cuesta más de 40 mil dólares por hectárea”.

P: ¿Cómo ve el presente de la actividad?

R: Esta temporada va a ser difícil. El dólar no acompaña a la exportación y se anticipa un año complicado. Aún no se ven del todo los efectos porque se están terminando de cargar los últimos vapores con destino al hemisferio norte: Estados Unidos, Canadá, México y algunos países de Europa.

Actualmente, hay más de 60 destinos donde llega algo de fruta. Pero cuando termine esta campaña y comience el segundo semestre, enfocado en el mercado interno y en países como Brasil, Bolivia y Paraguay, se va a notar el problema. No creo que se avecinen tiempos fáciles para la fruticultura.

P: ¿Cómo es y ha sido el cambio en las hectáreas productivas?

R: En los comienzos, con el Dique Ballester, teníamos 60 mil hectáreas bajo riego. Hoy no llegamos a 40 mil. Hay más de 20 mil hectáreas expulsadas de la fruticultura. Se está diversificando hacia alfalfa, verduras y frutas agroecológicas. Es algo incipiente, pero puede ser una salida para el productor chico o mediano.

Tenemos un clima con baja humedad que ayuda contra enfermedades, amplitud térmica que mejora el color, el agua de nuestros ríos es excelente. El viento es un problema y cada vez hay menos alamedas. Sacarlas es un error: fueron la salvación del Valle para que no se volara.

P: ¿Y su experiencia con la cereza?

R: Me metí en los últimos años. Tuve que aprender mucho: sobre conducción, variedades nuevas. Es un cultivo que tiene pocos problemas de sanidad en el año, pero la cosecha es muy corta, unos 45 días, y requiere trabajar todos los días. Ahí también la mano de obra es un desafío clave. Hay un recambio varietal fuerte. Muchas variedades vienen del lado chileno.

P: Antes Chile traía a sus técnicos a aprender acá y hoy son líderes. ¿Qué pasó?

R: Sí, venían a aprender acá y luego empezamos a ir allá. Fui muchas veces. Incluso, como presidente del Consejo de Ingenieros Agronomos ( CPIA ), organizamos viajes. Ellos crecieron porque tuvieron condiciones económicas estables. En un espacio 20 o 30 veces más chico que el nuestro hicieron una revolución productiva. Me saco el sombrero.

Son políticas económicas que te dan estabilidad por muchos años y podés hacer. Pero si la economía cambia permanentemente, ¿cómo te adaptás? Nosotros fuimos sobrevivientes de la fruticultura con cambios cada dos o tres años. Los presupuestos no resisten cambios tan violentos. Una planta tarda 6 o 7 años para llegar a la plena producción.

“Hay un mercado potencial en la agroecología, pero sin jóvenes ni políticas activas no hay futuro posible.”

P: ¿Cuál es el rol de los cambios tecnológicos hoy?

R: El obrero si no le das condiciones, se va al pueblo. En un kilo de manzana o pera, el costo de mano de obra es del 50 o 60%. Hay que tecnificar: plataformas, tijeras neumáticas, pistolas de poda. La inversión es altísima y requiere ayuda del Estado. Aunque tengas 35 o 40 hectáreas, no podés hacerlo solo.

P: ¿Cómo ve el desafío de convivir con otras actividades?

R: El avance del petróleo también es un tema que tratamos desde Agronomía. Allen creció mucho con el fracking, y es una pena. De Roca hacia el este no tanto, pero igual perjudica la producción orgánica, porque hay contaminación evidente.

Es un problema si continúa avanzando, se suman los barrios que se construyen sobre tierras productivas. Si existe la posibilidad de que perforen en la barda y pasen cañerías por esta zona, deberían hacerlo. Ojalá no lleguen hasta acá.

“Las cooperativas podrían haber salvado al pequeño productor, pero no supieron integrarse ni resistir.”

P: ¿Cómo ve el futuro?

R: La concentración es grande: las empresas que manejan grandes volúmenes están trabajando bien. En cambio, los pequeños y medianos productores desaparecen o buscan alternativas. El Valle se ha vuelto un escenario complejo.

Las provincias deberían enfocarse en favorecer la exportación. No se puede vivir solo de producir para la industria, porque se pierden fortunas. Hubo una época en que había 12 o 13 industrias porque pagaban bien. Pero ahora te pagan menos de lo que cuesta cosechar. Por eso, hay que producir para exportación y mercado interno, con el menor descarte posible. Y eso solo se logra con eficiencia en la producción, algo que no todos alcanzan.

Una de las grandes tragedias fue la desaparición de las cooperativas. El productor no se pudo defender. Esa habría sido la herramienta para sostener la producción, pero no supieron integrarse. Si hubiera un recambio generacional, la fruticultura podría crecer. Pero pocos quieren involucrarse, y eso condiciona el futuro.


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