¿Sabemos lo que comemos? Soledad Barruti y Darío Sztajnszrajber llegan a Neuquén con «La comida ha muerto»

La periodista y escritora, autora de "Mala leche" y "Malcomidos", visitará la región este próximo sábado con una conferencia performática junto al filósofo. Al aire de En Eso Estamos, por RN RADIO (FM 89.3), reflexionó sobre cómo entendemos los procesos alimentarios. Escuchá la nota acá.

La industria alimentaria atraviesa un momento de sobreproducción y explotación tal que, lógicamente, preocupa. Y en medio de un contexto pandémico, es difícil escindir lo que vivimos hoy de este escenario: todo se retroalimenta constantemente. Quizás, el mayor acto de rebeldía ante este sistema sea preguntarnos realmente qué tanto sabemos. Qué tan conscientes somos de lo que comemos, de cómo se produce, de cómo lo incorporamos.


Para ello, y en el marco del espectáculo «La comida ha muerto», que se presenta este sábado en Neuquén, charlamos con Soledad Barruti, periodista y autora de «Mala leche» y «Malcomidos», y una de las participantes del espectáculo junto a Darío Sztajnszrajber. Al aire de En Eso Estamos, por RN RADIO (FM 89.3), Barruti dejó varias frases interesantes para repasar.

P – ¿Cuáles son los ejes que se presentan en “La comida ha muerto”?
R –
Nosotros trabajamos en tres ejes. El primero es el colapso, que es qué está pasando con la naturaleza: cómo nos relacionamos con eso, cómo debemos reconectar… No es una cuestión técnica, sino desde las ideas, por eso el cruce entre filosofía y periodismo. Luego, lo animal. Ahí armamos un viaje desde nosotros como animales hasta lo que pasa con otros animales, para repensarnos en relación a esto, desde nuestra experiencia y lo que hacemos con nuestros cuerpos y otros cuerpos. Es también una oportunidad de revincularnos con nuestras experiencias. Por último, el placer. Es algo que hoy en día pareciera que se busca y se logra con la comida, y en realidad es algo sumamente esquivo, cada vez más negado. Darío habla mucho del amor en sus charlas, y acá hay un lindo cruce entre comer y amar.

P – Metiéndonos un poco en temas de actualidad, recientemente tuvo tratamiento la Ley de Etiquetado Frontal. Ante una industria alimentaria que, lejos de cuidarnos, nos vuelve más adictos… ¿Es importante contar con este tipo de herramientas para defendernos como consumidores?
R –
Es re importante. Este momento es como si tuviéramos una misión de época, lo que pasa en una época determinada. Bueno, en esta época es saber lo que ocurre con nuestros alimentos. Cómo se enajenó eso, cómo dejamos de saber qué es lo que nos metemos en el cuerpo. Ante ese firmado de cheque en blanco, de consumir sin pensar qué necesitamos realmente, estamos firmando muchos otros contratos. Y damos por obvias otras cosas, que estaría todo bien si no fuera porque nos están llevando puestos de una manera extrema.

P – Te hemos escuchado mencionar que hay un bombardeo constante de desinformación sobre lo que consumimos. Finalmente, da la sensación de que no sabemos lo que comemos…
R –
Bueno, gran parte de este sistema se sostiene porque no sabemos. Ese es el camino con el que viene laburando Darío por su parte y yo por el mío, un trabajo de deconstrucción fundamental. Si no nos deconstruimos, damos por obvio que las cosas son así. Y por debajo de lo que parece natural, hay un montón de dinero invertido para que construyamos nuestra realidad en base a estos espejismos que son tremendos. El momento en que te vas a ver cómo son producidos los alimentos que después son parte de tu cuerpo, descubrís un mundo que es atroz, que de ninguna manera querríamos que sea así. Cuando se abre esa cortinita, aparece enseguida una maquinaria de defensa del sistema, todo el dinero invertido para tranquilizarnos y decir ‘no es tan grave’. O la que es tremenda, que es decir ‘no hay otra manera de hacer las cosas’. O sea, no hay otra manera que no sea envenenarnos, no hay otra manera que no sea torturar animales, no hay otra manera que no sea arrasar territorios enteros con la megaminería… Que no creamos que hay otra manera es parte del problema en el que estamos insertos, y no vamos a poder salir de ahí si no nos permitimos reconectar. Conmocionarnos con la información moviliza un montón. Hoy la gente está negada a la sensibilidad, y eso es parte de un sistema publicitario que nos ubica en un lugar de consumidores.


P – ¿Nos ha profundizado la dependencia del consumo el contexto de pandemia?
R –
Sin dudas. Hubo al principio de la pandemia un montón de escritos que decía que nos íbamos a volver mejores. En realidad, mientras nos deteníamos en casa, el agronegocio, la deforestación o la intoxicación colectiva solo se profundizaron. Todo se volvió peor. Después, yo trabajé mucho esto de ‘volvimos a cocinar’… Sí, una pequeña porción de la sociedad se revinculó con la cocina como un lugar de libertad y no de opresión;pero también pasó que las grandes marcas multiplicaron sus ventas de porquerías. O que los deliverys que coparon las calles llevaban hamburguesas y pizzas, no masa madre, cosas que nos hacen creer que la estamos pasando mejor cuando en realidad profundizamos lo que nos trajo a esta pandemia.

P – Saliendo un poco del show, y volviendo para atrás… ¿En qué momento decidiste meterte de lleno en el tema de la alimentación?
R –
Empezó como una curiosidad casi personal, preguntándome sobre lo que comíamos. Somos la primera civilización en la historia de la humanidad que está tan desconectada que no sabe cómo se producen sus alimentos. Si nos dejaran, no podríamos explicarlo, por ejemplo. Y esa curiosidad me llevó a leer, a ver documentales, que tenían una mirada muy estadounidense y me hacían preguntarme si acá también era así… Y esto me llevó a ver todo: cómo se producen los pollos, las carnes, las verduras y demás. De ese viaje salió “Malcomidos”, y la verdad que es un lugar del que nunca me quise ir. Y no deja de parecerme cada vez más interesante y urgente que la sociedad se meta ahí.

P – ¿Por dónde podemos empezar a romper el sistema establecido? ¿Cuál sería una primera vía de escape?
R –
Hay un montón de experiencias que son contemporáneas a esta destructiva, que hablan de una forma de producir, cocinar y revincularnos con la comida mucho más sana. Desde experiencias agroecológicas con productores que trabajan sin veneno, recuperando la alimentación no como algo a temer, sino todo lo contrario: una experiencia de reparación. Nosotros con Darío no planteamos una receta de salida. No buscamos que las personas se vayan tranquilas. Hay algo de permanecer en la inquietud, en ese lugar incómodo que tiene que ver con las preguntas. Nos dedicamos mucho a devolver ese lugar sumamente valioso, que es el animarse a preguntarnos. Sino, pareciera que después de inquietarnos nos venden una solución, y no queremos eso. La solución debe construirse a modo colectivo, y no es la misma para todos. A mí no me gusta la idea de que hay una única dieta posible, que hace que las personas se sientan bien. Esas varas morales que se erigen con la alimentación no me copan en lo más mínimo. No soy una gurú de la alimentación saludable o de la alimentación vegana. Hay que generar esa posibilidad de reconexión para que las personas puedan elegir según sus propias necesidades, gustos, deseos y lo que saben. Esa búsqueda hay que habilitarla, pero no te lo puede dar alguien de afuera.


P – Mencionabas la relación neurótica que tenemos con la comida, y yo no puedo dejar de pensar que vivimos en una sociedad que nos indica que comemos mal, pero además debemos cumplir los cánones de belleza que nos instala el propio sistema. Y además nos vende esos productos que mágicamente nos hacen adelgazar… ¿Qué perspectiva nos podés dar en ese sentido?
R –
Ahí se ve de una manera más clara todo. Esta idea binaria que tenemos de cuerpo-mente, donde el cuerpo es algo a tener bajo control, que debe molestar lo menos posible… No tenemos un vínculo saludable con el cuerpo en la medida en que no sabemos lo que nuestro cuerpo necesita. Lo pensamos como algo enajenado de nosotros mismos, nunca pensamos ‘somos un cuerpo’. Y se le exigen muchas cosas que tienen que ver con la productividad, la eficacia y el buen funcionamiento. Básicamente, convertirnos en máquinas útiles de un sistema que necesita que funcionemos bien, nos veamos bien y, en el caso de las mujeres, seamos las formas representantes de un deseo instituido que tiene una estética cada vez más cosificante y plástica. Los cuerpos hoy son territorios de absoluta explotación, sobre todo los de las mujeres. Por ejemplo, cuando ves la cantidad de opciones de cirugía que existen para ponerte a merced de lo que el sistema espera, para ser un objeto de deseo. Es atroz, sumamente cruel.

P – ¿Con qué nos vamos a encontrar cuando vayamos al show?
R –
Se van a encontrar con una conferencia performática. No vamos a estar hablando nomás: habrá elementos visuales que ayudan a crear esta comunicación. Se va a encontrar con dos personas que vienen de lugares distintos y se encontraron en este trabajo, transmitiendo la necesidad de una deconstrucción urgente para una reconexión que es posible y necesaria. La verdad es que si tenemos que invertir en algo es en esto, porque mientras no lo hagamos, estamos permitiendo que otros sigan dirigiéndonos a una vida cada vez más infeliz, con sabores cada vez más feos, y que nos dejan cerca de un colapso inminente que todos sabemos que está, aunque hagamos de cuenta que no.


El espectáculo



«La comida ha muerto» es un show que realizan Darío Sztajnszrajber y Soledad Barruti en conjunto. Allí reflexionan sobre ejes que entremezclan alimentación, deseo, procesos de producción, amor y mucho más.

El evento se realizará este sábado, desde las 20:30, en el Cine Teatro Español de Neuquén. Las entradas están a $2.000, y se pueden obtener por Livepass.


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