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Scola, el distinto


Entre los 12 y los 13 años pegó tal estirón que llegó a medir 1,97 metros. El básquet lo condujo a un mundo donde la altura era bien ponderada.


Desde su niñez, Luis Fabián Scola fue un chico distinto. En la primaria era el más alto del grado, sacando entre una y dos cabezas a sus compañeros. Entre los 12 y los 13 años pegó tal estirón que llegó a medir 1,97 metros. Se tenía que agachar para ingresar a las aulas y tal circunstancia le provocaba vergüenza.

El básquet, que era practicado por su padre Mario, lo rescató de ese lugar y lo condujo a un mundo donde la altura era bien ponderada. La mudanza de su familia a Ciudad Jardín en búsqueda de una casa espaciosa, contribuyó a que se acercara al club AFALP donde Luifa dio sus primeros pasos en el deporte.

Era un “urso” entre los más pequeños, a tal punto que los equipos adversarios pedían su DNI para dar crédito de su edad.

Desde el oeste, Luis fue al Club Ciudad de Buenos Aires donde su tío era entrenador. Luego su camino lo llevaría a Ferro. Al tiempo de su debut, León Najnudel, el visionario creador de la Liga Nacional presagió: “Va a ser el mejor 4 de la Argentina”.

Brilló en la Liga y entró en el radar de las universidades de Estados Unidos y los equipos de Europa.

En 1998 fue a Gijón, entonces en la segunda división y ascendió a la Liga ACB para fichar por el Tau Cerámica.

En la NBA jugó en Houston Rockets, Phoenix Suns, Indiana Pacers, Toronto Raptors y Brooklyn Nets. En 2017 dejó Estados Unidos y se mudó a China para pertenecer al Shanxi Brave Dragons y Shanghai Sharks. Dos años más tarde, se fue a Italia para vestir los colores del Olimpia Milano y por último del Pallacanestro Varese.

En la selección mayor debutó en el Sudamericano de 1999. Fue campeón Pre Mundial en 2001, medalla de Plata en el Mundial 2002, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos 2008, campeón del Preolímpico 2011 y subcampeón en el Mundial de 2019. Además, de ser uno de los puntales de la recordada medalla de oro de Atenas 2004.

En Tokio 2021, con 41 años, se convirtió en el jugador más longevo en participar de los JJ.OO. Además, alcanzó la cuarta plaza como máximo anotador olímpico y segundo máximo convertidor de la historia de los mundiales.

Al referirse a él, su ex compañero Leonardo Gutiérrez señaló: “Nunca vi un jugador que tuviera tanta facilidad para hacer puntos”.

Scola es un salmón, que nada contra la corriente. Un ser pensante, que analiza, se conflictúa y, una vez que decide, ejecuta. Que persigue sus objetivos con un grado de autoexigencia para el normal, para otros casi sobrenatural.

El ala pivote es una persona a quien vale la pena escuchar. Es disruptivo no por pose, sino por convicción. Sus palabras tienen una densidad, que desafían las respuestas de casete.

Entre sus dichos más recordados se destacan: “Los partidos no los pierden, ni los ganan los jueces”; “El éxito final es un accidente. Todo lo que hay que hacer para llegar a ese final es lo que vale”; “Dejemos la cultura de ganar solo con la camiseta o el huevo, vos tener que ganar con talento, con entrenamiento”; “Messi es lo mejor que nos ha pasado, por mucho más de lo que hace dentro de la cancha”, o “No tenemos tanto talento como para no bajar a defender”.

El capitán argentino rehuye al facilismo, a la especulación, para él todo es gestión personal, día a día, esfuerzo. A tal punto que cuando decidió extender su carrera, practicó solo, en una media cancha de parqué que se hizo hacer en un galpón de una chacra de Castelli.

Cuando habla en primera persona, Scola dice: “No paré nunca en mis 26 años de carrera. Nunca miré para atrás, siempre tuve un objetivo adelante”.

Scola es creíble. No dice lo que el otro espera escuchar. No es amigo de los elogios, ni de lo contrafáctico. Su profesionalidad no le impide hacerse cargo de su familia, conformada por Malena y cuatro hijos. Sus tiempos libres los dedica a ser piloto de avión, hacer surf o interesarse por la actualidad.

Su “last dance” en la selección lo dio a 51 segundos del final del encuentro con Australia, en los recientes juegos de Tokio 2021. Cuando el técnico Sergio Hernández lo reemplazó el partido se frenó por varios minutos y Luifa fue aplaudido de pie por todo el Estadio.

Fue allí, cuando soltó esas lágrimas que tanto desnudan, en un hombre que hace de la racionalidad su coraza. Minutos más tarde diría: “Me voy en paz”.

Scola pasó de ser el más joven, a ser el más grande. De ser un acomplejado, a tener una confianza ciega en sí mismo. En todo ese largo camino, entre su hacer y su decir, no hubo fisuras. Allí, su mayor legado.

*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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