“Se alimenta la fragmentación”
Partidos políticos
–En su investigación usted señala que si hay un diagnóstico unánime acerca del estado del sistema de partidos políticos argentinos, ese diagnóstico es la fragmentación. ¿Vamos hacia más fragmentación? –Yo trabajo el tema desde lo comparativo y tomando como referencia las elecciones del 83, donde imperó un bipartidismo muy definido. Pero a partir de ahí, y especialmente del 2001, lo que se ve nítido es la fragmentación. Sólo un dato: en el 83 había en 79 partidos políticos nacionales, provinciales o municipales; en el 2005, que ya es un tiempo que se aleja, 304… y la fragmentación siguió creciendo. Si uno investiga las razones de aquel salto 83-05, se da cuenta de que la fragmentación está –aunque no es la única causa– muy alentada por las regulaciones institucionales para la creación de nuevos partidos, la nueva ley de partidos, todo un andamiaje de exigencias muy flexibles. A esto se sumó, por caso, la supresión con su resultado de la barrera del 2% de los sufragios para seguir siendo partido político y, por supuesto, la crisis del 2001 con el desencanto de gran parte de la sociedad con determinadas fuerzas políticas. –¿El “que se vayan todos” no alentó la formación de nuevos partidos? –Por supuesto, y de hecho aceleró el proceso de fragmentación ya en marcha. Pero, desde mi punto de vista, la jurisprudencia que a lo largo de la transición se fue dictando posibilitó la fragmentación del sistema. Mire, si uno lee la ley orgánica de los Partidos Políticos sancionada en el 85 –23298–, que de hecho con algunas modificaciones rige, percibe claramente cómo se alienta la creación de nuevos partidos vía fijar un número no muy exigente para lograr adhesiones, afiliados. Reclama no menos del 4% de la suma de los ya inscriptos en el distrito, en el Registro Electoral concretamente, del lugar donde ese nuevo partido se presenta. Se sitúa en un millón el máximo de respaldo. Y como señalo en mi trabajo a modo de ejemplo, siguiendo esta exigencia, para poder presentarse en las elecciones del 2011 en los distritos de mayor gravitación electoral –provincia de Buenos Aires, Capital, Córdoba, Santa Fe, Mendoza– a los partidos les alcanzaba con presentar 4.000 afiliaciones para competir, mientras que en Tierra del Fuego o La Rioja sólo 387 y 897. Pero éste es sólo un dato sobre los alientos a la fragmentación por parte de la jurisprudencia vigente; el tema es más amplio. Pero, al margen de todo ese andamiaje de disposiciones, incluso complejo de desentrañar en sus resultados, también es cierto que al reflexionar sobre la fragmentación del sistema de partidos hay que tener en cuenta los cambios, las oscilaciones del votante. –Usted habla de incongruencia… –Pero no en relación con el votante. Uso ese término para señalar que hasta el 99 y sus presidenciales entre el PJ y la Alianza, bueno… el sistema de partidos era estable. Se competía entre pocas fuerzas. Pero es el último ejercicio electoral con este perfil. Luego llega lo que sí identifico como “los patrones de mayor incongruencia”, mayor fragmentación, en un marco de oscilaciones por parte del electorado. Porque, de hecho, hay cambios de demandas por parte de la gente que obligan a los partidos a pensar en la oferta. –¿La gente se transforma en más dueña de su voto? –Es una lectura. Opera con mayor independencia de o lisa y llanamente abandona aquellas estructuras partidarias a las que estuvo cohesionada. Son cambios en la conducta que reflejan mudanzas en el campo de las preferencias, nuevas miradas sobre lo que se espera de la política. Cómo no recordar, por tomar un caso, la drástica pérdida de poder que a dos años de asumir la Alianza tuvo en las elecciones parlamentarias del 2001. Esa pérdida reflejó un disconformismo que se explicaba en un descontento que alentaba, además, cambios de preferencias y allí se dinamizó la fragmentación del sistema de partidos. –¿Qué es dable esperar de un sistema político que funcione con tanta fragmentación en su sistema de partidos? –Mire, los partidos son necesarios y diríamos que más necesarios cuando realmente representan diferencias ideológicas concretas sobre qué hacer desde el poder, el motivo de la legítima lucha política. La existencia de una diferenciación ideológica entre los partidos es positiva, enriquece el sistema. Pero tenemos partidos poco diferenciados. En esta materia, en la Argentina no existe una nitidez muy definida. En alguna medida, cuando se reflexiona este tema frente al mundo de ideas que expresan las fuerzas políticas, todo ese plano está muy cruzado o confundiéndose más allá de éste o aquel tema muy puntual. Pero, en realidad, hoy los partidos políticos argentinos, desde el accionar relacionado con su ideas, se parecen mucho entre sí. –¿Hay contradicción, por caso, cuando la UCR funge como fuerza opositora pero en los hechos y desde sus posicionamientos en el Congreso termina siempre apoyando iniciativas muy polémicas del kirchnerismo? –Sucede que el radicalismo no puede evadirse de tener miradas en común con el peronismo. Está en esa tradición… –¿El nacionalismo en materia de petróleo, por caso? –Puede ser un aspecto, sí. En todo caso, las diferencias hacen al campo de lo instrumental, los procedimientos de cómo implementar una política, pero no a la naturaleza, a lo que dicta o dónde nace esa política. Uno y otro se posicionan en un punto de vista en común. Pero esto no hace sólo al radicalismo y el kirchnerismo: hace también a otras fuerzas políticas que también desde la oposición cuestionan mucho del gobierno pero no pocas veces terminan respaldando sus iniciativas en el Congreso. –¿Se siente entre primus inter pares en el actual proceso electoral? –Por supuesto. Fíjese lo que sucede por el lado del peronismo, que hoy en sus distintas variantes o perfiles domina el escenario. Hay, por caso, un esfuerzo del kirchnerismo de diferenciarse de otras alas del peronismo y de criticar más o menos directamente a éste o aquel sector de su propia fuerza, caso Daniel Scioli. Pero al final Scioli termina siendo su principal aliado. Y si uno extiende la mirada al caso Massa-Insaurralde, bueno… va a encontrar que por debajo de sus discursos, sus diferencias, no hay planteamientos de ideas tajantemente diferenciados. –¿Qué se pierde desde la política cuando está sometida a partidos que desde las ideas, desde lo ideológico, no están claramente diferenciados? –Primero, una aclaración: no es malo coincidir, apoyar una iniciativa de quien gobierna o de otra fuerza política. Esto hace a la naturaleza de un trámite racional de la política, la democracia. Y de ninguna manera implica dejar de tener pensamiento propio sobre los temas nacionales. Pero cuando desde lo ideológico las diferencias entre los partidos no son muy nítidas se pierde el enriquecimiento que es propio del debate entre opuestos. –Socialismo y PP en España, Concertación y Alianza en Chile… –Hay, como en gran parte de Europa, miradas diferentes y se traducen en el debate, con lo cual la sociedad no tiene ofertas confusas. Y hay razones para creer que los partidos que mantienen diferencias arraigan más fuerte en la sociedad. –¿Volverá la Argentina a tener un sistema político bipartidista? –Como usted habrá visto en mis trabajos, yo reflexiono nuestro sistema de partidos a partir de las regulaciones, las exigencias, las reglas que les impone la legislación. Computando esto, uno podría conjeturar que modificando parte de ese andamiaje es posible cambiar la situación; por ejemplo, mediante disposiciones más exigentes para conformar las alianzas. También se puede pensar en mayores restricciones para las candidaturas independientes cuando ese candidato estuvo afiliado antes a un partido político. Desde el campo de lo jurídico- institucional el tema se puede reflexionar desde muchos ángulos. El caso de Estados Unidos es muy interesante para ayudarnos a reflexionar estas cuestiones. –¿En qué ayuda? –Tiene un sistema bipartidista: Republicano y Demócrata. Y en un marco institucional fuerte como es el norteamericano ese bipartidismo funciona… en parte, sólo en parte, aclaremos. No estoy hablando de que sea el único determinante; el bipartidismo funciona sustentado en que uno y otro partido son opciones diferentes en el campo de las ideas sobre mucho del campo de las políticas públicas y funciona además –en parte, reitero– porque a la hora de intervenir la Justicia en caso de fallar en temas políticos inherentes al funcionamiento de los partidos, siempre falla desde un común: que las opciones sean claras para los electores. –Vayamos a un ejemplo… –Vayamos. Si el elector tiene una oferta de, no sé, 21 listas sobre 30 boletas en el cuarto oscuro, ¿qué sabe por dónde ir cuando las ofertas se confunden en entrecruzamiento? Es sólo un ejemplo. Algo muy diferente sucede cuando la oferta electoral está claramente diferenciada vía pocas fuerzas. Por otra parte, cuando la oferta está concentrada en pocas fuerzas y claramente diferenciada, esas fuerzas están obligadas a explicar sus ideas muy nítidamente, a marcar diferencias.
Carlos torrengo carlostorrengo@hotmail.com
(Continúa en la página 24)
(Viene de la página 23)
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