Sin estrategia

Desafortunadamente para De la Rúa, abundan los aliancistas que no creen en lo que "su" gobierno está haciendo.

Para sorpresa de nadie, todas las encuestas de opinión recientes concuerdan en que ya son pocos los dispuestos a manifestar su plena aprobación al desempeño del gobierno del presidente Fernando de la Rúa. Puesto que hoy en día los gobernantes suelen dejarse obsesionar por la evolución de su imagen, a muchos aliancistas les gustaría creer que en el fondo es una cuestión de «comunicación» que podría remediarse mediante una buena campaña publicitaria. Dicha tesis tendría sus méritos si la falta de entusiasmo por el gobierno fuera consecuencia de nada más que su voluntad de aplicar medidas difíciles aunque necesarias pero, desafortunadamente, éste dista de ser el caso. Antes bien, se debe casi exclusivamente a los conflictos internos y a la incapacidad de la Alianza para obrar de forma coherente. Mal que les pese a los tentados por la idea de que todo se solucionaría con un par de consignas novedosas, la grave crisis que afecta al gobierno tiene muy poco que ver con los eventuales errores u omisiones de los equipos de propagandistas. En su origen está el hecho de que ni el presidente ni sus acompañantes hayan logrado elaborar un programa de gobierno convincente. En opinión de buena parte de la ciudadanía, la Alianza se formó con el único propósito de frustrar las aspiraciones «hegemónicas» de Carlos Menem, un objetivo respetable pero de por sí insuficiente, porque para gobernar con eficacia es necesario contar con un proyecto decididamente más ambicioso.

Con todo, sería impropio achacar la culpa de la confusión en que se debate el gobierno delarruista a nada más que la miopía del presidente y de los demás jefes de la Alianza. Sucede que, con la excepción parcial de Menem y, quizás, del ex «superministro» Domingo Cavallo, ningún dirigente político ha logrado esbozar una visión del futuro del país que sea a la vez factible y atractiva. La concebida por Menem es bastante sencilla: le gustaría que la Argentina se dolarizara por completo para ocupar un lugar que espera sería de privilegio en un orden globalizado que gire en torno de los Estados Unidos. Si bien dicha propuesta se ve resistida por la mayoría, posee cierta coherencia y, a menos que los reacios a entregarse a ella consigan plantear una alternativa claramente mejor, podría terminar concretándose. En cuanto a Cavallo, aunque sus alusiones a las opciones a mediano y largo plazo ante el país han sido menos rotundas que las formuladas por el ex presidente, ha logrado brindar la impresión de tener en claro lo que debería hacerse a fin de que la Argentina se convierta en un país desarrollado.

Pues bien: por antipáticos que resulten a juicio del grueso de los dirigentes políticos y de los intelectuales los programas filocapitalistas y proestadounidenses que subyacen en las propuestas de Menem y, en menor grado, de Cavallo, por lo menos sirven para ofrecer una «salida» de una situación que para muchos está resultando insoportable. En cambio, los planteos de la Alianza ya parecen meramente retóricos o absurdamente limitados. Desafortunadamente para De la Rúa, abundan los aliancistas que sencillamente no creen en lo que «su» gobierno está haciendo: lo mismo que el ex presidente Raúl Alfonsín y muchos peronistas, se han convencido de que, de continuar en el «rumbo» actual, el porvenir será terrible. El país, pues, tiene un gobierno cuyas medidas son netamente «neoliberales», pero que incluye a muchos dirigentes importantes que quisieran creerse no sólo progresistas, sino también contrarios por principios a lo que están procurando lograr. Para superar las contradicciones así supuestas, sería necesario que los integrantes del gobierno clarificaran sus propias ideas sobre lo que están tratando de hacer para entonces ponerse a venderlas al resto del país. En cambio, si el presidente De la Rúa y sus colaboradores principales optan por mantener la ambigüedad, que ha sido la característica más llamativa de las primeras etapas de su gestión, por temor a que cualquier esfuerzo por privilegiar lo posible ponga en riesgo la unidad de la Alianza, no les será dado convencer a la ciudadanía de que, a pesar de las muchas dificultades concretas, el gobierno está aplicando un programa que sea viable y que, andando el tiempo, permitiría que el futuro de la Argentina sea decididamente peor que su presente.


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