La monja que acompañó a las mujeres trans en Neuquén no recibió el apoyo de la iglesia, pero sí del papa Francisco
"Sigue siendo mi lucha", aseguró Mónica Astorga que asistió al colectivo trans durante años aunque por las críticas, debió desvincularse de la iglesia. "Francisco me dijo que le producía mucho dolor y que sentía que habían sido inhumanos conmigo", contó.
Cuando Mónica Astorga pidió su desvinculación de la iglesia, lo primero que hizo fue enviarle una carta al papa Francisco, como siempre lo hacía. «Le dije a Francisco que realmente no podía seguir dentro de tanta hipocresía en la iglesia. Me lo respetó«, contó.
La respuesta del papa llegó, a través de otra carta que recibió en julio del año pasado. «Me dijo que siga adelante y no bajara los brazos. Le dije que era vergonzoso lo que pasaba adentro de la iglesia, que era donde más miseria se veía. Me dijo que le producía mucho dolor y que sentía que habían sido inhumanos conmigo«, mencionó.
Hoy tiene 60 años. Pero Mónica supo que quería ser religiosa cuando tenía apenas 7 años. En ese camino, conoció al papa Francisco en 1987 en el Colegio Salvador de Buenos Aires, antes de su nombramiento como obispo. Desde entonces, mantuvo una comunicación fluida con él.
«En 2009 fue al monasterio donde yo estaba en Neuquén, donde le compartí que estaba acompañando a las chicas trans. Me pidió que no abandone este trabajo de frontera que me había puesto el señor, que siga adelante y que cualquier cosa, contaba con él«, recordó Mónica con dolor en su voz por su muerte.
Cuando fue nombrado papa, le envió otra carta mandándole saludos de las chicas. «Me respondió en seguida. Me pidió que les dijera que Dios las amaba, que no las condenada, que él también las amaba y que no dejen de rezar por él«, contó. Algunas chicas lo pudieron conocer en Roma; con otras llegó a escribirse.
En 2022, Mónica colaboraba con el armado en Mar del Plata de una casa refugio para chicas trans que ejercían la prostitución en todo el país, aunque faltaba mucho dinero para concluir la obra. «Le sugerí a Maju que le escribiera al papa para pedir ayuda. Le dije que le contara de manera sencilla porque a él le gustan las cosas bien directas. Le contestó inmediatamente. Arrancó diciéndole: ‘Querida Maju’ y ella no lo podía creer. Mandó ayuda en dos ocasiones«, señaló.
Mientras Francisco estuvo internado, Mónica le escribió constantemente. El último mail lo envió en diciembre y la respuesta incluyó un saludo por navidad. «Empezó a desmejorar su salud, pero le escribía permanentemente. Para mí, hoy se ha ido mi padre. Estoy muy sensible. Compartía todo con él: lo bueno y lo malo. Le escribía a las 6 y por la tarde, tenía su respuesta. Me la escribía a mano y su secretaria me la escaneaba y me mandaba el adjunto. Nunca perdimos el contacto«, destacó.

El acompañamiento al colectivo trans
Mónica no conocía la realidad trans. El 7 de julio de 2006, Romina se acercó a la parroquia de Lourdes para dejar un diezmo «por algo que le había pedido a la virgen«. «La recibió el padre Ítalo que le preguntó de dónde provenía ese dinero. Ella le respondió: ‘¿Qué más puede hacer una persona trans más que prostituirse?’. Entonces, me pidieron que la acompañe», señaló.
«Cuando la conocí -acotó-, me dijo que quería dejar atrás la prostitución y las drogas. Escuché su historia y le pedí que llamara también a sus compañeras. Volvió con otras cuatro. Recuerdo que me marcó cuando les pregunté cuáles eran sus sueños y Cati me dijo: ‘Tener una cama limpia para morir’. No podía entender eso. Supe que quería visibilizarlas».

Sin embargo, Mónica no sabía con exactitud qué debía hacer y les propuso un espacio de oración. Le respondieron que Dios no las quería, pero ante la insistencia de la religiosa, empezaron a juntarse dos veces por mes. Y a hablar de sus sueños para ver la forma de hacerlos realidad. «Se abrió la primera peluquería y un taller de costura. Además, de la primera casa trans como lugar de encuentro. Todo fue creciendo. Se armó una cocina donde armaban viandas y otra peluquería. Hoy hay un comedor y ellas mismas ofrecen diversos talleres. La misma Cati es la directora», subrayó con un orgullo que no logra disimular.
En ese momento, Mónica le pidió al gobernador de Neuquén un predio para construir viviendas y en plena pandemia, se inauguraron 12 departamentos. «Comencé en Neuquén, pero después empezaron a comunicarse chicas de todo el mundo a quien ofrecí un acompañamiento más espiritual, con la idea de contenerlas e invitarlas a soñar», dijo.
«Las trans siempre estuvieron sepultadas, hasta por la iglesia»
Mónica consideró que las personas trans «siempre han estado sepultadas. Por su misma familia y después la sociedad, incluida la iglesia. Esa fue y sigue siendo mi lucha. Llevo el registro de cada muerte trans. El día que no lamentemos una muerte más, ese día, las trans podrán vivir tranquilas».
Pese al paso del tiempo, Mónica lamenta las críticas que recibió por este acompañamiento desde la propia iglesia. «El obispo actual de Neuquén nunca estuvo de acuerdo con las trans. Tampoco las hermanas que vivían conmigo. Nunca me lo dijeron de frente y caí en una depresión tan grande que me fui a una comunidad en Córdoba, donde se repitió esta historia», advirtió.

Entonces, tomó la decisión de regresar a Buenos Aires, pero además, pidió ante el Vaticano la desvinculación de la iglesia. «Tenía miedo de perder la fe. Le di 40 años al Carmelo y al recibir mi salida, en uno de los puntos me decían que no tenía derecho a exigir ningún bien económico. No tengo ni aportes jubilatorios. Quienes me ayudaron en ese momento fueron las trans. Hoy sigo trabajando con la gente en situación de calle, soy voluntaria en el hospital Borda en la parte de podología. Atiendo a los más descartados que nadie quiere tocar», afirmó.
Rescató que el papa siempre supo acerca de cada uno de sus pasos. Y siempre se sintió acompañada. «Mi mamá nunca fue católica practicante, pero siempre me hizo mirar la necesidad del otro. Luchar por los desprotegidos. Siempre traté de dar lo mejor. Jesús nunca estuvo con los mejores sino con la gente descartada. Y yo sigo ese camino«, manifestó.

Aseguró que suele concurrir a misa con frecuencia aunque «todo depende de cada homilía»: «A veces, me levanto y me voy porque son muy ajenas a la realidad. Cuando terminan, vuelvo a entrar. Se habla mucho, pero en concreto no se hace nada. Francisco fue claro en su mensaje: una iglesia de puertas abiertas y no sentados detrás de un escritorio«.
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Cuando Mónica Astorga pidió su desvinculación de la iglesia, lo primero que hizo fue enviarle una carta al papa Francisco, como siempre lo hacía. "Le dije a Francisco que realmente no podía seguir dentro de tanta hipocresía en la iglesia. Me lo respetó", contó.
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