Los Hiroki y Sargento Vidal: la familia de la Península que también dejó huella en Río Negro

Quedaron en la historia por las tierras que cuidaron junto a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, pero su paso también marcó a uno de los poblados de Campo Grande. Allí aportaron su fuerza cuando la urbanización era apenas un sueño.

Susana, una de las Hiroki, hace poco logró viajar a Japón a conocer la tierra natal de sus padres: pueblo de Iwafune, Departamento de Higashiibaragi Provincia de Ibaragi - Foto: Cecilia Maletti.

De entre 50 y 60 hectáreas fue la fracción de tierra que Tomizu Hiroki compró en la zona de Sargento Vidal, en la década del ‘50, cerca de la Ruta 151. Fue gracias al esfuerzo que pudieron hacer junto a su esposa Cho Kobayashi, la docente con la que se unió y con la que tuvieron siete hijos. Juntos lograron dejar tierras en producción en la zona de la Confluencia de los ríos Limay y Neuquén, y con ellas encomendar a sus primeros descendientes en la vecina capital, para aventurarse luego en la costa rionegrina de la cuenca, donde todo era “campo bruto, recién iniciada la Colonia”, dijo su hija Susana, en diálogo con RÍO NEGRO.

En este sitio, convertido en 1984 en el municipio autónomo de cuatro núcleos llamado Campo Grande, nacieron a mitad del siglo XX las comunidades de Sargento Vidal, San Isidro, Labrador y Villa Manzano. Fue allí donde los Hiroki, inmigrantes que venían desde el norte de Japón, replicaron lo que Tomizu había aprendido desde 1927, cuando llegó solo hasta Buenos Aires: el oficio de cultivar la tierra en una quinta, en un país donde el suelo disponible sobraba, no como en su pequeña (en comparación) tierra natal. Primero aprendió a vender su producción en el Mercado de Abasto hasta que quiso incursionar con los frutales y en los años ‘40 llegó a la Patagonia.

Tomizu, de traje, junto a su esposa Cho y cinco de sus siete hijos. Foto: Cecilia Maletti.
Susana vive actualmente en la chacra que preservaron en la Península, en Neuquén capital. Foto: Cecilia Maletti.

Susana, una de sus herederas, tenía tres años cuando esta nueva etapa en Sargento Vidal los volvía a enfrentar como familia al desafío de vivir en una zona virgen, que empezaba de cero y que no podía recibir el riego del celebrado Dique “Ballester”, por estar “aguas arriba”. Con vecinos dispersos, sin otras opciones, esa niña pequeña de rasgos orientales que hoy ostenta un marcado acento argentino, no tuvo más alternativa que aprender a leer en Barda del Medio, a cinco kilómetros, en la Escuela 37.

Para eso, salía a las 10 de la mañana si quería llegar a clases a las 13, y a la vuelta debía encargarse de la cocina a leña del hogar, subida a un banquito, junto a su hermano Luis, con quien iniciaban la elaboración de sopas, guisos y tucos, que luego terminaban de preparar su madre o su hermana cuando volvían del campo, con la decena de peones que trabajaban con ellos. Mate cocido o café con leche recién ordeñada, galleta trincha, mortadela o jamón casero, eran también los desayunos y meriendas que circulaban entre ellos, para recuperar fuerzas en jornadas de sol a sol. 

Recuerdos en el imponente Dique Ballester y en la chacra de Campo Grande: Tomizu, Cho y sus hijos María, Luis y Antonio (con lentes).
Tomizu, Cho y sus hijos Takeshi y Susana, en la plaza de Sargento Vidal | Fotos: Gentileza Esteban Hiroki.

Con esa rutina, la niña de polleras acampanadas y medias largas tejidas por Cho, fue creciendo, mientras sus papás colaboraban para que Sargento Vidal también tuviera su escuela. A su vez donaron tierras para otros espacios que se necesitaban: alguna plaza, un club, la iglesia, aunque ellos no eran religiosos. Mientras los añorados frutales tomaban fuerza, los Hiroki se las ingeniaron primero con la venta de alfalfa y verduras por más de 10 años, asesorados luego por ingenieros del INTA, que organizaban reuniones de productores. Y sin las ventajas de la maquinaria actual, trabajaron la tierra a caballo, pico, pala y azada, enfardando alimento para esos mismos animales que tiraban del arado, hasta que cada uno pudo comprarse su propio tractor.  

El pensamiento cooperativo de la época llevó a que Tomizu, pese a haber estudiado sólo hasta 3° grado del Primario, pudiera asociarse con otros colegas para ampliar sus proyectos. Así llegó al grupo que impulsó el galpón de empaque “Samurai”, donde Susana empezó a asumir tareas administrativas, hasta que a los 23 volvió a Neuquén, ciudad donde siguió trabajando la chacra familiar y donde hoy ya logró jubilarse. Mientras tanto, por las tierras de Sargento Vidal pasaron cultivos de gladiolos, para la venta de sus bulbos, y semillas de lechuga, producciones que su padre lograba exportar porque nunca perdió sus contactos porteños. 

Remodelada la casa original, allí vivió hasta hace poco María, una de las hermanas de Susana, y también descansaron las cenizas de los primeros Hiroki, hasta que regresaron a la emblemática península neuquina, donde todo comenzó, junto a la unión de los ríos.

Fotos: Gentileza Esteban Hiroki.
Tomizu, Cho, su hija mayor María y su nieto Gustavo.
Fotos: Gentileza Esteban Hiroki.
Fotos: Gentileza Esteban Hiroki.
Fotos: Gentileza Esteban Hiroki.


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