Luz, la neuquina que cocinó en un restaurante con una estrella Michelin y en el campamento base del Everest

Desde un primer momento, supo que quería ser cocinera pese a la reticencia de sus padres. Empezó con una pasantía en un restaurante de Francis Mallmann en Mendoza, trabajó en Uruguay, en Francia, en una mina de Australia y hasta se abocó a la comida de montana en dos campamentos en el Aconcagua y Everest.

Con solo 32 años, la cocinera neuquina Luz Giménez trabajó en todo tipo de restaurantes en varios rincones del mundo. Preparó desde las comidas más extravagantes en un local con estrella Michelin hasta comida de montaña en un campamento del Aconcagua y en Everest, a más de 5.000 metros de altura.

«Van surgiendo buenas oportunidades», reconoció a diario RÍO NEGRO, desde Nepal

Luz nació en Neuquén donde vivió hasta los 18 años. Decidió estudiar cocina pese al descontento de sus padres que preferían para ella «una carrera convencional». Convencida incursionó con un curso para saber si era realmente lo que le gustaba. Cuando finalmente lo confirmó, viajó a Mendoza para inscribirse en una tecnicatura en Gastronomía, seguida por la licenciatura en Administración Gastronómica. Vivió en esa provincia cinco años hasta que la sorprendieron todo tipo de propuestas de trabajo en distintos países.

«No había ningún cocinero en la familia. Pero siempre me gustó cocinar y decidí seguir mi instinto. No es fácil la gastronomía, es un ambiente bastante machista y sacrificado. Trabajás muchas horas con muy poco descanso. Es muy demandante, pero siempre le encontré la vuelta», dijo.

Su recorrido comenzó con una pasantía durante tres meses en un restaurante del reconocido chef Francis Mallmann en Mendoza que le abrió varias puertas. «Fue una seguidilla de buenas oportunidades y yo siempre metiéndole onda«, subrayó Luz. Desde que egresó, nunca dejó de trabajar.

Luz Giménez tiene 32 años. Foto: gentileza Sandro Gromen Hayes

«Siempre supe que quería viajar, explorar el mundo y se me fueron dando oportunidades. Terminé la licenciatura, tal como me había comprometido con mis viejos que me habían hecho el aguante económico para que estudiara, y al día siguiente de la tesis, me fui a vivir a Uruguay«, contó. Allí le ofrecieron un trabajo en otro restaurante de Mallmann. Poco después, surgió otra propuesta en uno de Francia y le siguió la posibilidad de trabajar en un restaurante «con estrella Michelin» en el sur de ese país.

«Hacíamos menúes de hasta siete pasos. Eran platos extravagantes, super elegantes. Me gustó la experiencia, pero es duro e innecesario. Al meterle tanta cosa a la comida, le termina faltando amor. Está todo muy toqueteado para que sea lindo«, reconoció y dijo que «la persona detrás de ese plato pasa por tal nivel de estrés que se termina reflejando en el plato».

De regreso en Argentina, Luz fue convocada para cocinar en uno de los campamentos del cerro Aconcagua, a 4.200 metros de altura, para quienes intentaban alcanzar la cumbre. «No tenía ninguna idea de cocina de montaña, pero ¿por qué no? Hay distintos campamentos donde la gente se queda mientras se aclimata a la altura», detalló.

Luz, cocinando en el Aconcagua. Foto: gentileza Leandro Ignacio

Cuando se le consulta por ese tipo de cocina, Luz la define como «muy básica» en función de «las provisiones que llegan a través de los porteadores». «No estás haciendo nada muy gourmet: pastel de papas, milanesas con puré, pastas caseras, empanadas. Cosas muy ricas, con la limitación de la altura«, reconoció.

Destacó la posibilidad de cocinar para «gente muy vulnerable, muy cansada, a la que el cuerpo no le da más. Se van adaptando a la altura, el corazón les late fuerte y duele la cabeza todo el tiempo«. También a ella le resultó duro adaptarse a condiciones tan extremas: «Parece que te falta el aire y te mareas por nada. Estás cansado y te duele la cabeza todos los días, por más hidratado que uno esté«.

Este desafío se extendió por un mes y medio y, al término de la temporada, recibió otra propuesta para cocinar en una mina en Australia, país donde se quedó por cinco años.

Un día de trekking. Foto: gentileza

«Esta experiencia me marcó. Los mineros recolectaban bronce y algo de oro. Nos llevan al medio de la nada a un campamento montado y se trabajaba turnos de 12 horas, tanto de día como de noche», dijo. En esa oportunidad, Luz vivió tres meses en un container provisto con cama y baño. Era la única cocinera para 150 mineros, junto a un ayudante que pelaba las papas o lavaba los platos. «Era cocina buffet. Bien simple, pero se ofrecían siete opciones: fideos con bolongnesa, pollo frito, de todo un poco. Ellos se servían lo que querían», indicó.

El trabajo era duro porque le tocaba trabajar 12 horas durante la noche. Sin embargo, el sueldo era muy bueno y en tres meses, juntó dinero para viajar otros cinco. «Te pagan extra por estar en un lugar remoto, en un campamento donde no hay nada de nada. La gente está 12 horas abajo de la tierra. No es nada saludable. Solo quieren salir de la mina para comer algo rico«, recalcó.

De Neuquén a Nepal

Luego de su paso por Australia, ante la insistencia de su familia, decidió volver a Neuquén. «Yo amo Argentina y estar en casa con mis seres queridos, pero, con mi profesión, es difícil lograr estabilidad económica en el país«, lamentó. En esa ocasión, alcanzó a celebrar su cumpleaños y una amiga la recomendó para trabajar en un campamento, esta vez en la base del monte Everest. No tenía trabajo de modo que no le costó mucho aceptar el desafío.

Partió de Neuquén el 28 de marzo pasado y ahora, acaba de cerrar la temporada en Nepal. «Me tocó el campamento base del Everest, por el lado sur, desde Nepal, a 5.360 metros de altura«, describió. En este sentido, explicó que los aventureros deseosos en alcanzar la cumbre de la montaña más alta, a 8.848 metros, deben adaptarse lentamente a la altura.

A su campamento, se llega luego de siete días de caminata. Se van subiendo 400 metros por día. «Allí, la gente se queda, al menos, una semana para ir aclimatándose y aprender a escalar sobre hielo porque lo tendrán que hacer para llegar a la cumbre. Se quedan en el campamento el tiempo que necesitan, incluso esperando una ventana de buen tiempo», dijo al tiempo que aclaró que suele haber 40 grados bajo cero y los ciclones son habituales en la zona.

La cocina del campamento. Foto: gentileza

Aclaró que los nepalíes «tienen una gastronomía riquísima, pero acotada. Es muy picante y la gente no quiere eso. Busca una comida que la haga sentir en casa. Por eso, preparábamos pasta italiana, pastel de papa, pancitos rellenos, sopa de pollo».

«Fue hermoso poder cocinarle a gente que está cumpliendo el sueño de su vida. Muchos, quizás, gastaron todos sus ahorros para llegar sin saber si lo van a poder aguantar. Para estar ahí, la gente paga como mínimo 100 mil dólares. Me sentí honrada de saber que podía brindarles un espacio de comodidad antes de la adversidad«, concluyó.

Luz y su equipo de cocina en el Everest. Foto: gentileza

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