Pasayo, la escuela de programación para infancias en el espectro autista creada en Neuquén

La iniciativa nació en la facultad de Informática de la Universidad Nacional del Comahue. Es íntegramente virtual y de acceso gratuito. Tienen facilitadores que funcionan como nexos con las familias. Se financia con recursos públicos y privados.

«¿Dónde estudia programación un chico o chica con autismo? No tiene un lugar, porque la universidad está diseñada para el perfil neurológico promedio», se pregunta y responde Federico Amigone, uno de los coordinadores de Pasayo, la escuela que busca dotar de habilidades a personas en el espectro.

La propuesta surgió de una línea de investigación desarrollada en la facultad de Informática de la Universidad Nacional del Comahue. Un equipo montó una plataforma didáctica específica con el propósito de que las personas en el espectro autista puedan aprender a programar y producir tecnología.

Federico es investigador y docente de la facultad. «Tengo un niño en el espectro y entonces comencé a hacer algunos ensayos, algunos intentos de programación y me empezó a ir muy bien», cuenta.

Lo que ofrece Pasayo es un espacio de formación para las familias. El proyecto es totalmente gratuito. Se ponen en contacto a través del correo electrónico: C4@fi.uncoma.edu.ar. Reservan uno o dos días semanales y se reúnen con un facilitador o facilitadora de la escuela.

«Se estudia el perfil del niñe y se preparan las instancias didácticas. Siempre con un tutor: nuestro facilitador normalmente no interactúa directamente con el niñe, porque eso incorpora alguna complejidad, a veces son vergonzosos. Entonces tenemos la figura del tutor que puede ser una tía, un acompañante terapéutico y con ese tutor interactúa el facilitador», afirma el docente.

Este tutor trabaja en los momentos que cree más apropiado e implementa el diseño didáctico. A la semana siguiente se hacen los ajustes necesarios para continuar avanzando.

El entorno tiene tres niveles. El primero es el tangible. «Empiezan a programar como si fuera con un tablero de mesa, como un juego de mesa, poniendo instrucciones y moviendo figuritas. Eso es lo que llamamos programación tangible y sirve para incorporar los primeros conceptos de la programación: que a cada instrucción le corresponde una acción», asegura.

El siguiente es el de los bloques que se hace ya en computadora. «Vos vas arrastrando los bloquecitos que se encastran uno arriba de otro y eso va a dándole la forma a un programa, cada bloquecito es una instrucción, entonces la instrucción le corresponde una acción, y así se va desarrollando el programa bajo el paradigma con bloque. El último nivel que tenemos es el de programación textual que es programar en un lenguaje industrial», agrega.

Hasta el momento hay 16 familias que participan del proyecto con infancias, adolescencias y hasta personas adultas. Las edades van desde los 6 a los 24 años. La mayoría son de la región: Aluminé, Cutral Co, Fernández Oro, pero como la escuela es íntegramente virtual se pueden sumar de todo el país.

«La mitad de las familias ya resolvieron muy exitosamente la instancia de programación tangible y los tenemos ya en la de programación por bloque», señala Federico.

Remarca que la gran diferencia con otros proyecto es que la curricularización «no es fija sino que depende del niñe. Eso es importante y es el factor fundamental en el proceso de aprendizaje de un niñe en el espectro autista: que el tiempo no esté dado por la escuela, sino por sus capacidades».

La financiación de Pasayo es con aportes públicos y de empresas privadas que permiten pagarle a los becarios (estudiantes del profesorado de Informática) que trabajan como facilitadores y facilitadoras.

Uno de los puntos clave de la escuela es «la lucha por los derechos laborales de las infancias en el espectro». Para eso no basta solo con que desarrollen habilidades, sino que es necesario cambiar las condiciones de empleabilidad.

Así lo explica Federico: «Nosotros estamos pensando esto en dos dimensiones. Una es más técnica, la que están abordando los niñes en su proceso formativo, pero después creemos que también es necesario una dimensión política, cómo ve la sociedad el autismo. Podemos formar los mejores programadores del mundo, pero si después las empresas tienen miedo de incorporar un autista en su staff, vamos a fracasar igual. La otra dimensión es la de construcción de políticas que nos permitan llevar otra mirada a los empleadores».


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