¿Qué le falta a Ceferino para ser santo? Promesas, devoción y esperanza
Miles de fieles llegaron para honrar al beato, en la 55° peregrinación. Entre caballos, bicicletas y caravanas familiares, se tejieron historias de agradecimiento, promesas cumplidas y milagros íntimos que no necesitan aprobación de Roma para sostenerse en el corazón de la gente.
El cuerpo lo acusa en silencio: una punzada en las rodillas, el ardor en la espalda, ese cansancio de piernas que se estira como un eco. Montar es entrar en un pacto con el caballo, un vaivén que se sostiene a fuerza de ritmo compartido. Así avanzaban, paso a paso, los jinetes de la tropilla que cada año van desde Belisle con un destino fijo: llegar a Chimpay y rendir homenaje a Ceferino. En el camino, la escena se multiplicaba, ciclistas que pedaleaban, autos que avanzaban con paciencia y una multitud que llegaba desde todos los puntos posibles. Cada uno, a su manera, peregrinaba por distintos motivos, pero con la misma fe.
Algunos ayer suspendieron las salidas por la lluvia, pero otros tanto llegaron los días previos. El camino fue duro, pero sin dudas el momento más gratificante fue cuando apareció el pueblo, las calles llenas de gente por la festividad. Al cruzar el puente del canal grande, una cruz blanca se veía en lo alto, la adrenalina era la que movía.
Al llegar, los aplaudían desde las orillas del camino. Las piernas cansadas se sentían flojas, como vigas de papel que apenas sostenían el cuerpo, pero aun así caminaban por la línea de cemento gris. Subieron las escalinatas hasta la vitrina en la que la estatua con su poncho blanco estuvo frente a ellos y los miró con sus ojos de madera, para recibir sus historias, pedidos y agradecimientos.

Desde El Chaltén habían llegado Cristian y Rosana. Estaban allí, frente al santo, y no podían contener las lágrimas. La emoción invadía a todos por ahí. “Hace un mes tuvimos un accidente. Volcamos, dimos seis vueltas sin un rasguño y estamos seguros de que el que nos salvó fue Ceferino. Así quedó la camioneta”, mostraban en una foto la chatarra de un vehículo en una ruta solitaria del sur. Se rompió todo, y la única ventanilla que quedó sana era la que tenía la estampita de Ceferino.
Contaban que no necesitaron del accidente para creer en él. Hace años vivieron en Chimpay, en el 98. “No había nada, trabajábamos con el obispo Hesayne y con De Nevares. Siempre fui re devoto”, decía con orgullo mientras caminaba hacia la Santería.
María Torres estaba allí, como hace 28 años, vendiendo estampitas, estatuillas, rosarios, a un montón de personas que se amontonaban para llevar la suya. “Pertenece a la iglesia, en el parque no hay ningún negocio particular”, explicaba. La mujer contaba que en una vida allí vio cómo los fieles se sumaron a través de los años. “Desde la beatificación creció muchísimo. Devotos de Ceferino hay muchísimos y vienen de todos lados. A veces también llegan en el año, y como no hay un sacerdote fijo acá, llegan a la Santería y cuentan historias muy lindas que emocionan. Hay que tenerle mucha fe y cumple”.

Cecilia, desde hace 35 años, va desde Neuquén al parque todos los 26. Los mismos años que hace que fue madre y que le encomendó la salud de su hijo al beato, y él le cumplió. “Me dijeron que mi embarazo no venía bien, que mi hijo iba a nacer con problemas, y yo le recé a Ceferino y le prometí que si me ayudaba le pondría su nombre. Y así fue, él nació sano”, cuenta la mujer. La historia no terminó allí: luego se enfermó de meningitis y otra vez pidió por él, y se recuperó sin secuelas. Por eso, por su Ceferino, no hay un día que ella falte a esa cita, solo a agradecer.
Al costado del monumento había una especie de stand con telas amarillas de la iglesia que decía “Testimonios”. Allí, en un cuaderno, muchos escribían su historia con el santo, y Ester, Miriam y dos mujeres más prestaban el oído. “Recién una señora quería contarnos que su hijo siempre venía a Ceferino en bicicleta, y ella viajaba a Chimpay a esperarlo con una banana. Pero por desgracia él murió y ella no pudo seguir viniendo, era como que esperaba que llegue en su bici. Pero pudo vencer eso, y ahora llegó hasta acá, y siente paz”, decía Ester Frigerio.

La mujer, junto a tantos otros, fue parte de esas familias que en 1986 se reunieron para el centenario de Ceferino a organizar una celebración. Aquellos que vieron llegar primero a unos pocos y hoy se encuentran con multitudes cada 26 de agosto. Si bien aún no están contabilizados, se esperaba que participen unos 45.000 fieles este año, bajo el lema “Con Ceferino caminando juntos, peregrinos de esperanza”.
El padre Tono Sanchez a su lado explicó: “Intentamos mirar a Ceferino y a la realidad que nos circunda, de allí buscamos el lema “Con Ceferino caminando juntos, peregrinos de esperanza”. Abarca nuestro pensamiento, nuestra oración y la situación mundial. “Ponemos el acento en peregrinos porque no es una actividad física, sino una actitud del corazón. De caminar hacia algo, hacia alguien, hacia Dios”.
El legado de Ceferino
La misa había terminado. En silencio, Juan caminó hacia la izquierda del predio, donde estaba la zona de acampantes. Habían llegado allí el 24 de agosto, en una caravana de casillas y autos, con 25 personas que participan desde hace 30 años. El olor a pollo con especias se sentía en el aire, entre la nube de humo.

Nos organizamos todo el año, con una cuota mensual, para los gastos de acá”, decía uno de ellos, vestido con sus pilchas gauchas. “El 25 a la noche cantamos el feliz cumpleaños a las 12, y después siguen las guitarreadas, el karaoke y el festejo. También ayudamos a la iglesia en lo que podemos de la organización”, contaban mientras sumaban papas y zapallos a los discos donde se cocinaba el almuerzo.
Un poco más allá, una mujer lavaba los trastes del almuerzo que en su caso ya había terminado. Estaban al lado de un colectivo gigante en el que habían viajado desde Buenos Aires, pero contaba que lo suyo no era la fe, sino el comercio. Chucherías de colores, medias para vender en la feria: un trabajo que recorre el país siguiendo las fiestas populares o celebraciones religiosas más alejadas.

Debajo de los árboles, tres matrimonios que habían llegado desde Cipolletti y Fernández Oro compartían una torta con glaseado de limón, como lo hacen desde hace 47 años. Inés, Lucía, Norma, Marco y Segundo viajaron cada uno en su auto. Solo dos no eran discapacitados, bromeaban. Entre risas, recuerdos y anécdotas, uno de ellos contaba: “Venimos porque somos devotos, y nunca te deja tirado. Me acuerdo un año, yo tenía un Falcon destruido y llegamos acá con el tren delantero colgando, pero volvimos lo más bien”.
De fondo, sonaba una canción: “Uniendo dos razas, lirio de Chimpay, corazón mapuche, puente sobre el mar, hermano del viento, hermano del sol, hermano de todos, fiel hijo de Dios”. El padre Pedro Narambuena la tarareaba bajito mientras conversaba con la gente. Explicaba que Ceferino fue alguien que puso el corazón en su decisión de estudiar para ayudar a su gente y nunca vivió con odio.

“Por eso sigue marcando hoy el camino tan necesitado de esperanza, de fraternidad, de respuestas comprometidas. El mensaje de Ceferino es fuerte y profético: ser respuesta desde la interioridad, desde el corazón, desde el ‘quiero’. Queramos algo mejor: paz, fraternidad, compromiso con el bien. Que nuestro hermano pueda estudiar, salir adelante, enfrentar la adversidad sin odio. Ese es su mensaje”. Y sumaba, “También la riqueza de su pueblo, el mapuche, que hoy nos sigue enseñando aceptación, comprensión y la necesidad de que las heridas del pasado no sigan lastimando”.
El sacerdote, que acompaña el proceso de su causa desde 1996, fue uno de los que trabajó para lograr la beatificación y hoy sigue firme en la búsqueda de la canonización. “¿Qué le falta a Ceferino para ser santo?”, le preguntaron. “Falta el reconocimiento de un milagro para que la Iglesia lo declare santo, la Iglesia es muy exigente en esto. Pero en eso estamos: documentando posibles casos, con la exigencia que requiere Roma, estos días voy a reunirme con una persona de catriel y con otos más. Ceferino trasciende fronteras; los testimonios son muchísimos”.

En medio de la charla, contó una historia que llegó desde Perú: una niña con cardiopatía congénita soñó con un nene que le decía “Yo te voy a dar mi corazón”. Cuando le mostraron la estampita de Ceferino, dijo: “es el nene de mis sueños”. Los estudios posteriores mostraron que su dolencia había desaparecido, pero Roma no lo aceptó como milagro porque existe un pequeño porcentaje de casos que se curan solos.
“Pero para esa familia, el milagro fue real: la niña nunca necesitó cirugía”, afirma, y asegura que los fieles que están allí no necesitan que nadie le ponga un nombre a la fe. “Casos como esos hay muchos. Abrimos un espacio para que dejen sus testimonios. Todos conmueven, y algunos pueden transformarse en pruebas para la canonización. Mientras tanto, para el corazón de nuestro pueblo, Ceferino ya es santo”.

Agenda para hoy
- Oración del amanecer junto a la Cruz del Quinto Centenario.
Desayuno comunitario - Misa del Peregrino en el templo santuario.
- Procesión desde la Cruz del Quinto Centenario.
- Misa central en el Parque Santuario.
- Bendición y envío misionero de los jóvenes.
- Misa de despedida de los peregrinos.

El cuerpo lo acusa en silencio: una punzada en las rodillas, el ardor en la espalda, ese cansancio de piernas que se estira como un eco. Montar es entrar en un pacto con el caballo, un vaivén que se sostiene a fuerza de ritmo compartido. Así avanzaban, paso a paso, los jinetes de la tropilla que cada año van desde Belisle con un destino fijo: llegar a Chimpay y rendir homenaje a Ceferino. En el camino, la escena se multiplicaba, ciclistas que pedaleaban, autos que avanzaban con paciencia y una multitud que llegaba desde todos los puntos posibles. Cada uno, a su manera, peregrinaba por distintos motivos, pero con la misma fe.
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