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Quién es el hombre que coloca libros en las cumbres

Ronaldo Monras, un guía de montaña desde los 15 años, retomó una vieja costumbre europea. Colocó latas y agendas en 60 cimas de la montaña.

Veinte años atrás, Ronaldo “Roni” Monras retomó una costumbre europea que en Bariloche se estaba perdiendo. Juntó latas, las pintó y fue distribuyéndolas en, al menos, 60 cumbres de montaña por todo el parque nacional Nahuel Huapi. El objetivo es que los montañistas dejen su mensaje o simplemente una prueba de que alcanzaron la cima.

Otto Mailing, Carlos Sonntag y Hugo Jung fueron los primeros en replicar la experiencia europea en las cumbres barilochenses. Monras continuó la tarea en la década de 1970 cuando era guía de la Escuela Juvenil de Montaña. Tras un impasse, la reanudó en 2003 como guía del grupo excursionista adulto.

“Cuando uno llega a una cumbre, descansa, come y toma algo, saca fotos y si busca entre una pila de piedras, encuentra un libro de cumbre y un lápiz donde anota su nombre y apellido. Mucha gente no lo hace en Argentina, pero en Europa es normal que en la cima haya una cruz y una urna para dejar mensajes”, explicó Monras que es guía de montaña desde hace 48 años.

Notas emotivas, breves reflexiones, versos poéticos inspirados en los paisajes o en el agotador ascenso y hasta malas palabras. Los apuntes que se vuelcan en la libreta varían.

Según Monras, los militares suelen escribir todo su cargo y luego su nombre y apellido. “Son los que más se dedican a agradecer a Dios. El europeo es más frío y solo indica su nombre y la fecha del ascenso”, dijo.

En Argentina, en cambio, la comunicación fluye más. Algunos mencionan qué ruta usaron o cuánto les costó subir. Unos pocos son más creativos y escriben alguna humorada o hacen alguna declaración de amor a una chica que sube un poco más atrás. Otros dejan corchos, tapitas, un naipe, una estampita o restos de cigarrillos.

Los cerros de la región tienen apenas 2.000 metros de altura. Sólo un 2% de la gente debe practicar montañismo”,

Ronaldo Monras

Monras contó que la costumbre surgió muchísimos años atrás. En las montañas de los Alpes, se acostumbraba a festejar el éxito de la cumbre con vino o champagne. Los montañistas dejaban mensajes en las botellas vacías destinados a los siguientes excursionistas.

Pero los “libros de cumbre” no surgieron hasta principios del siglo XX. En un comienzo, estaban escondidos bajo piedras y rocas pero quedaban expuestos al viento y la lluvia. Por eso, empezaron a guardarse en pequeñas cajas de hojalata.

Después de la Primera Guerra Mundial, esas cajas estaban unidas a una cruz de metal que se transportaban al hombro.

Allá por los años 70, Monrás se unió a la Escuela Juvenil de Montaña del Club Andino Bariloche. Pero en ese momento, los alumnos no estaban muy interesados en dejar sus firmas en la cumbre. “De modo que en una salida de dos días a un cerro, uno de los guías se adelantó. Sin que los jóvenes supieran, escribió en el libro de cumbre: ‘José de San Martín, Manuel Belgrano y Faustino Sarmiento’ “, contó divertido este hombre de 64 años que trabaja como guía desde los 15.

“Muy serios -agregó-, les comentamos a los alumnos la importancia de buscar la lata de cumbre ya que en el libro de cumbre estaban las firmas de próceres del país. Buscaron y buscaron hasta encontrarla y atónitos, leyeron los nombres. Todos se apresuraron a escribir el suyo. Esa temporada no quedó no quedó ningún libro sin escribir”

Las latas rojas

Al retomar la tradición del libro de cumbre, Monras entendió que necesitaba una envase que soportara el clima. “A alguien se le ocurrió una lata de leche Nido y como todos tenían hijos, nietos, parientes me consiguieron unas 50. Les saqué la publicidad y empecé a pintarlas de rojo para que resaltaran”, relató.

El paso siguiente fue pegarles calcomanías del Club Andino y a su vez, surgió la idea de agregar los datos de contacto de la comisión de auxilio ante cualquier emergencia. Luego, Monras armó una libretas pequeñas, similares a las que usaban los almaceneros, para que entraran en las latas.

“Pensamos que con el viento, la lluvia y la nieve, no las podíamos colocar hacia arriba sino hacia abajo. Pero con eso no alcanzaba: tuvimos que poner bolsas de nylon. Y pusimos una birome. Ocurrió que, con la diferencia de temperatura, la que habíamos colocado en el pico Turista en el cerro López explotó y todo quedó manchado de color azul. Ahí aprendimos a poner lápices, pero con punta”, ironizó.

La conservación de los libros de cumbre generalmente queda a cargo de quien los colocó en la cumbre. Muchos clubes de alpinismo los guardan en sus bibliotecas. En la zona de Trentino, Italia, por ejemplo, la Societá Alpinisti Tridentini recopila todos los libros de las cumbres y los cataloga en la Biblioteca de Montaña. Actualmente, conservan más de 700 cuadernillos de cumbres.

De tanto en tanto, Monras recolecta los mensajes de las latas y los guarda en un galpón de su casa con la intención de crear un museo de montaña de entrada libre y gratuita. “Llevo 35 años juntando cosas: bastones, piquetas, mochilas, botas, ropa, todo vinculado al montañismo y al esquí. Además, estoy digitalizando fotos y videos para que no se pierde en el tiempo”, señaló.

Monras recalcó que ocurren “un montón de cosas maravillosas en la montaña”: “Alguien logró una cumbre, alguien no la logró, otro se perdió y lo ayudaron. Y ¿cuáles son las noticias de la montaña? Siempre malas: un muerto, un perdido o un accidentado”.

Aseguró que las latas en las cumbres “son casi una cuestión de estado en Europa”. “Meses atrás detectaron que en una montaña de los Alpes había robado el libro de cima. Había que llevar otro y nadie quiso perderse ese momento. Fue el alcalde, el sacerdote y hasta un coro alpino que cantó canciones en la cima. Acá todo pasa desapercibido o te la roban. En el cerro Villegas ya me robaron cinco latas. El otro día unos chicos estaban jugando al fútbol con una de las latas y la abollaron toda”, fustigó.


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