Sueños de exportación: de Chimpay a Estados Unidos

En los paquetes de cerezas que se venden en EEUU se dan a conocer los sueños de gente del Valle Medio. Buscan crear una conexión entre los consumidores y el eslabón más débil de la cadena productiva: el trabajador rural.

En Estados Unidos una persona cualquiera quiere comer cerezas. Va al supermarket, compra una bolsa llena de frutos rojos y jugosos. La abre y ve en el paquete la foto con la cara de un trabajador rural de Chimpay. El yankee, mientras escupe el carozo descubre al lado de la imagen un código QR. Lo escanea con su celular y en un video, un valletano, le cuenta que tiene un sueño.

Elizabeth Grandón, Eliana del Sol, Héctor Nova, Guido Cárdenas, Gustavo Brito, Elvira Camino y otros trabajadores rurales de cerezas y de arándanos del país, no imaginaron que su rostro rondaría por las góndolas de un lugar tan alejado. La empresa exportadora Thx! les propuso, antes de comenzar la temporada en Cerezas Argentinas que cuenten sus sueños.


“Lo primero que se me vino a la cabeza es mi ahijado Fernando, porque su silla de ruedas no da para más. Pensé que tardarían, pero al otro día me llamaron y me contaron que entre los sueños habían elegido el mío. No lo podía creer, me emocioné”, dice Elizabeth emocionada de nuevo, en el comedor de la casa de su sobrina Laura, mientras Fernando en su silla de ruedas, mira una película en Volver.

“A él, le descubrieron la distrofia muscular a los seis años, ahora tiene 13 y necesita una silla de ruedas nueva, porque la que tiene le queda chica y además tiene que estar adaptada a las calles de Chimpay”, dice. Laura a su lado, le alcanza un mate y cuenta que averiguaron sobre la silla y es muy cara, pero es necesaria para que su hijo tenga mejor calidad de vida.

Elizabeth trabaja hace diez años en Cerezas Argentinas. En este tiempo hizo de todo. Podar, cosechar, trabajar duro bajo el sol o las heladas la llevaron a ser capataz. “En invierno salimos de acá al final de la tarde y pasamos la noche en el campo con una linterna defendiendo de las heladas. Caminamos entre el frío, cuidando que todo funcione bien. Es un trabajo duro, pero estamos agradecidos de tenerlo”, dice.


Lejos, en Weston, Estados Unidos, está fresco por estos días. Martín Casanova, el importador está llevando a sus hijos a la escuela y pide por whatsapp que lo esperen unos segundos. Cuando llega a la empresa, relata que es de Cipolletti, hace dos años vive en el país del norte y tiene una empresa de logística, con la que buscan crear una conexión entre los consumidores y el eslabón más débil de la cadena productiva: el trabajador rural.

“Estados Unidos un país maravilloso para trabajar, el mercado es muy grande, pero también es muy competitivo. Diferenciarme y ofrecer algo distinto fue el primer disparador”, dice.

Por eso, al llegar, contrató a un consultor muy reconocido, Raúl Fernandez, que se entusiasmó tanto con el proyecto que hoy es su socio. “Más que una ganancia, queremos hacer una diferencia en la vida de otros. Buscamos comercializadores que compartan la misión de dar a los consumidores calidad y ayudar a los trabajadores. Ojalá más empresas puedan copiar estos modelos de ‘Hacer negocios mientras haces el bien para otros’ (ver aparte)”, destaca.




Es sábado y en Chimpay, cerca del mediodía, todos se escapan del calor. Las calles están vacías y encontrar a Eliana del Sol, otra de las soñadoras es fácil, solo hay que preguntar a cualquier persona del pueblo, dónde vive.

Ella sale a atender con una sonrisa y se sienta en el patio, debajo de una media sombra. “Mi sueño es que a mi hija la vean médicos especialistas para quedarnos tranquilos de que su problema en las mamas está bien tratado. Le sacaron un tumor y quiero que la vean profesionales buenos que no podemos pagar”, cuenta.

Trabajar en el campo, viene de familia, dice y relata que en la empresa está hace nueve años. También lo hicieron sus padres y sus hijos. Aunque estudian, aprovechan la temporada. Sin ir más lejos, Guido Cárdenas, otro de los soñadores es su hijo. Dice que él tiene 24 años, que estudia Riegos hídricos, trabaja y fue elegido, porque casi perdió un ojo y quiere que le hagan la cirugía.

“Ser trabajadora rural es levantarse todos los días muy temprano, ahora estoy de planillera y tarjetera, hago raleo, conteo de fruta y hasta limpieza de oficinas si se necesita”, dice y agrega “ojalá las empresas nos miren. Somos los que más sacrificios hacemos, y la plata no alcanza. Mujeres y hombres, de familias de trabajadores, somos lo que lo sacamos adelante”, reflexiona antes de despedirse.


Para Gustavo Brito que necesita arreglar su techo y conectar su casa con el baño, Elvira Caminoa que quiere hacer la instalación eléctrica para la casa de su hija o Héctor Novoa, que necesita materiales de construcción, la casa propia se levanta con mucho esfuerzo, pero los salarios no alcanzan para hacer grandes avances y es por eso que sus sueños están puestos ahí.

En el barrio que está cerca de un matadero de caballos el sol pega de lleno. No hay reparo, ni sombra y de una de las casillas de madera vive Héctor Nova. Dice que tiene 45 años y hace cuatro trabaja como tractorista. De a poco pudo comprar un terreno municipal, pero imposible pagar un alquiler y construir a la par. Sueña con una casa digna, como sus compañeros, que trabajan de sol a heladas, pero no pueden alcanzar sus sueños con sus salarios.


Para ver el resto de los sueños ingrese a https://thxdreams.com/es/los-suenos-de-thx/

Según datos de un estudio de mercado

78%
De los consumidores, quieren que las compañías encaren temas importantes que hacen a la justicia social.

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