¿Sumisión o cooperación en Asia?
Yuriko Koike (*) Project Syndicate
Cuando el primer viaje de un presidente estadounidense al exterior luego de su reelección es a Asia, uno puede estar seguro de que algo grande está en marcha en la región. De hecho, la decisión de Barack Obama de ir primero a Myanmar (Birmania), un país empobrecido y durante mucho tiempo aislado, es un testimonio de la fuerza de los cambios en curso en ese país –y de la conciencia por parte de Estados Unidos de los esfuerzos de China por hacer que Asia se doblegue ante sus intereses económicos y de política exterior–. Los acontecimientos en las cumbres de líderes de la Asean y del este de Asia en Phnom Penh, la otra parada clave en la gira de Obama, lo confirmaron. En la conclusión de la cumbre de la Asean, el primer ministro de Camboya, Hun Sen, un excomandante del Khmer Rouge que ha gobernado su país con mano de hierro durante tres décadas, cerró la reunión proclamando que todos los líderes habían acordado no “internacionalizar” las disputas de soberanía por las islas en el mar de China Meridional. El primer ministro chino, Wen Jiabao, presente en la cumbre para firmar nuevos acuerdos de miles de millones de dólares con Camboya, se sonrió y asintió con la cabeza en señal de acuerdo con esta aparente aceptación de los deseos chinos. “No tan rápido”, dijo el presidente filipino, Benigno S. Aquino III. No se había llegado a un tipo de acuerdo semejante. Hun Sen había tergiversado las discusiones entre los líderes de la Asean. El primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, que también estaba presente en Phnom Penh, se mostró de acuerdo con Aquino. Al finalizar la cumbre, Vietnam, Malasia, Indonesia, Brunei y Singapur se plegaron a Aquino y exigieron que se enmendara la declaración de Hun Sen. Estos seis Estados han venido presionando a China para que negocie con la Asean un proceso multilateral para resolver las disputas territoriales del mar de China Meridional. China, eclipsando a todos ellos, prefiere conversaciones bilaterales. Como demuestra el comportamiento de Hun Sen, los países que son excesivamente dependientes de la ayuda y del respaldo diplomático de China armonizarán sus políticas en consecuencia. Durante dos décadas Myanmar se comportó de la misma manera, hasta que el avasallamiento chino, particularmente el proyecto de la represa Myitsone hoy abandonado, reveló plenamente la relación de subordinación que China imaginaba. Por cierto, la arrogancia de China –100% de la energía de la represa proyectada iba a ser exportada a China– probablemente fue el factor clave que precipitó la transición política democrática de Myanmar y la nueva apertura al mundo. Pero los asiáticos no deben malinterpretar la visita de Obama. Si bien es cierto que Estados Unidos se está irguiendo en “pivote” estratégico para Asia, por sí solo no puede construir una estructura de seguridad viable para la región. Desde India hasta Japón, cada país asiático debe desempeñar su parte. No existe otra alternativa, porque el ascenso de China ha estado acompañado por masivos cambios sociales y económicos –y en algunos casos un desplazamiento– en toda la región. Las economías de Asia, por supuesto, se han vuelto mucho más integradas en las últimas décadas, particularmente a través de la producción para cadenas de suministro globales. Pero la integración económica no ha tenido una correspondencia a nivel diplomático. Hasta dos de las grandes democracias de la región, Japón y Corea del Sur, que tienen intereses estratégicos prácticamente idénticos, han permitido que una vieja disputa territorial –que en sí misma refleja animosidades no resueltas aún más viejas– obstaculizara una cooperación más estrecha. La prolongada –y aparentemente polémica– transición del liderazgo de China, enfatizada por la expulsión de Bo Xilai, sugiere que la capacidad de sus líderes para timonear el surgimiento del país como una gran potencia no es del todo certera. Esto hace que la ausencia de una estructura de paz regional ampliamente aceptada se vuelva más peligrosa. Los órdenes internacionales surgen por consenso o por la fuerza. La gran tarea para Obama, el presidente chino entrante, Xi Jinping; el primer ministro indio, Manmohan Singh, los nuevos líderes de Japón y Corea del Sur que llegarán al poder tras las elecciones de diciembre y todos los miembros de la Asean consiste en asegurar que prevalezca el consenso en Asia sin avivar el mayor miedo estratégico de China –el cercamiento–. Como deberían reconocer todos en Asia, cuando la China comunista consideró que enfrentaba una amenaza de esa naturaleza, recurrió a la guerra –en Corea en 1950, India en 1962, la Unión Soviética en 1969 y Vietnam en 1979–. Pero el miedo de provocar a China no debería impedir que los líderes de Asia busquen un consenso de seguridad regional, como el código de conducta propuesto para disputas en el mar de China Meridional. Sólo los Estados más débiles de Asia se someterán voluntariamente a la hegemonía china –o, lo que es lo mismo, a una estrategia de contención liderada por Estados Unidos al estilo de la Guerra Fría–. De hecho, la idea de que los países asiáticos deben elegir entre un futuro chino o estadounidense es falsa. Pero ¿puede reconciliarse el miedo a la hegemonía de Asia y el miedo al cercamiento militar de China? Sólo una sensación compartida de propósito común puede impedir una militarización regional. Se pueden detectar algunos primeros pasos en la dirección correcta. Estados Unidos se sumó a otros países y abrazó una Asociación Transpacífico, un pacto de libre comercio que vincula el continente americano con Asia. El partido gobernante y el principal partido opositor de Japón coinciden en respaldar la idea y la invitación de Obama a China a sumarse sugiere que Estados Unidos está intentando forjar un consenso regional cada vez que puede. Por ahora, sin embargo, China tiene otras ideas. Presionó a la Asean para establecer una zona comercial que incluya a China pero excluya a Estados Unidos y a Japón. En cualquier caso, los acuerdos comerciales, aunque beneficiosos, de poco sirven para distender las disputas de soberanía de Asia, y es aquí –el principal motivo hoy de tensiones regionales– donde una iniciativa común compartida no sólo es posible sino también necesaria si ha de preservarse la paz. Después de todo, ningún gobierno en la región –ya sea una democracia como Japón, Corea del Sur, Taiwán y las Filipinas, un Estado unipartidario como China y Vietnam o una pequeña monarquía como Brunei– puede consentir estas cuestiones e imaginar que puede sobrevivir. Este realismo diplomático no debe conducir a resultados de suma cero, como lo demuestra el ejemplo de la integración europea. De la misma manera que la Comunidad del Carbón y del Acero de Europa precedió a la Unión Europea de hoy, toda Asia se beneficiaría si abrazara el desarrollo compartido (sin renunciar de ninguna manera a los reclamos de soberanía) de los ricos recursos marítimos que, en varios casos, están alimentando las disputas en torno a la soberanía. (*) Exministra japonesa de Defensa y asesora de Seguridad Nacional. Expresidenta del Partido Liberal Demócrata de Japón. Hoy es líder de la oposición.
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