Sylvia, una “Divina Maestra” de la vida

Herreras López Blanco, profesora de francés jubilada hace ya 10 años, recibió el premio “Divino Maestro” del Consejo Superior de Educación Católica. Sus recuerdos de una vida enseñando, sus aprendizajes y su emoción al recibir el premio.

La profesora de francés, Sylvia Herreras López Blanco (75), lleva 10 años como jubilada y sigue cosechando afectos y reconocimiento a sus años como docente, en los que junto a su esposo marcaron a fuego a una gran parte de la sociedad de Valle Medio. Semanas atrás, después de una propuesta de sus pares del colegio salesiano, fue elegida con la distinción nacional de “Divino Maestro”, que el Consejo Superior de Educación Católica otorga todos los años a docentes de distintos puntos de la Argentina y que ya cumplió 44º ediciones.


Sylvia llegó desde Osorno, Chile (su tierra natal) junto a sus tres hijos en diciembre del 85 a Bahía Blanca, buscando nuevos horizontes; y casi dos años más tarde, a su esposo -de profesión veterinario lo enviaron a Luis Beltrán para realizar tareas de su profesión. Fue entonces que sintieron que el destino les había puesto en su camino un lugar ideal para desarrollarse y pasar el resto de sus vidas.

Llevó adelante más de 22 años de una intensa carrera como docente, dando clases en distintas localidades de la zona en forma simultánea, y transitaba cientos de kilómetros para cumplir con su labor en épocas que no eran nada fáciles. En cada una de ellas dejo su sello particular por el que aún es recordada con mucho cariño por sus exalumnos y compañeros de tareas.

“Siempre que a uno lo premian es algo muy lindo, esto fue todo una sorpresa, pero creo que mi marido (ya fallecido) lo merecía más que yo, porque él fue un extraordinario profesor de biología”, explicó Herreras López Blanco. Roberto, su marido, se transformó en docentes de biología, materia que también enseñó en localidades de Valle Medio.

Por otra parte, la docente agregó que “cuando yo estaba frente a los alumnos siempre los traté con mucho respeto y cariño, porque entendí que de esa forma ellos también podían tomar a la materia con mucho amor, y así es más fácil para que aprendieran lo que uno trata de enseñarles”.

Junto a su familia, a quien mencionó en los agradecimientos. Sylvia llegó de Osorno (Chile), pasaron por Bahía Blanca y se asentaron en Luis Beltrán.


Siempre destacaron respecto a Sylvia que, a lo largo de su trayectoria, mantuvo la misma calidez sea en un garaje de auto prestado en sus inicios o en las aulas de algunos de los colegios.

Tanto es así que de sus varios cientos de alumnos que pasaron ella recuerda que solo dos mostraron su descontento y se lo manifestaron “sin pelos en la lengua”. Uno de ellos, al finalizar quinto año, pidió participar de la fiesta de cierre del ciclo en la casa de los profes donde “hicieron las paces”. Mientras que con el otro alumno nunca más tuvo contacto. “Son jóvenes e impulsivos y yo los entendía”, aseguró.

En la era tecnológica a la que se fue adaptando mantiene contactos permanentes, intercambiando charlas y anécdotas en distintos grupos de WhatsApp de sus exalumnos, que la siguen llamando “profe”.

El 2020 fue un año muy particular debido a la pandemia del Covid-19 que trazó y cambió a la sociedad y transformó a la educación, donde a Sylvia le hubiera costado mucho adaptarse. “Es difícil no tenerlos delante, ver su mirada y saber si están bien o si tienen problemas. Escucharlos hablar delante de uno, saber que le está pasando, me sería muy difícil. No me imagino si esto pasaba cuando yo enseñaba. La verdad me hubiera costado mucho enseñar atrás de un teléfono o de una computadora. Yo a lo mejor los hubiera llamado a mi casa en grupos 4 o 5 chicos, le hubiera puesto sillas o bancos en la calle con las distancias que corresponden por protocolo y le hubiera dado clases acá. También no sé si me hubieran dejado, pero es la manera que yo tenía de enseñar”, comentó.


Ella también recuerda que la enseñanza no terminaba dentro del aula. En fechas especiales, Sylvia y su esposo organizaban comidas en un chacra donde vivían, con inolvidables guitarreadas donde los invitados eran los alumnos.

Allí les enseñaban a compartir, reforzaban la amistad y el compañerismo. “Las familias nos tenían mucha confianza y permitían que sus hijos pasaran tiempo con nosotros”, explicó Sylvia.

Durante la charla con RÍO NEGRO, Herreras López Blanco rememora decenas de historias y anécdotas vividas con alumnos y docentes a lo largo de su trayectoria que aún mantiene fresca en los recuerdos de su memoria.


Una fiesta de cumpleaños para invitados especiales



“Me siento orgullosa, jamás me imaginé de ser distinguida a mi edad, estoy feliz y a su vez un poco triste porque no puedo compartir esto con mi marido, pero tengo a mis hijos y nietos que me cargan”, explica Sylvia; y recuerda que cuando llegó el día de su jubilación y como reconocimiento al compañerismo, invitó a su casa a sus colegas a quienes les preparó comidas de Chile.


Cuando cumplió 70 años, su primer pensamiento fue invitar a sus exalumnos y excompañeros de trabajo, pero resultaría imposible de llevarlo adelante. Entonces reformuló la idea y confeccionó la lista de invitados a un número importante de vecinos que le dieron la bienvenida a Luis Beltrán, entre el los que se encontraba la persona que le prestó sin conocerla el garaje del auto para dar sus primeras clases particulares de francés; la vecina que cuidaba de sus hijos mientras ella daba clases; comerciantes que le fiaban mercadería en momentos difíciles; y los primeros alumnos del año 85, entre otros. “Estoy muy agradecida de mi profesión que me permitió conocer mucha gente y que aun hoy después de tantos años vienen a venir a visitarme”.


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