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Todo lo que cambió con la fiesta clandestina


El escándalo del cumpleaños de privilegio en la Quinta Presidencial de Olivos dejó en ridículo el discurso hegemónico durante la cuarentena dura.


Por primera vez desde su regreso a la cima del poder, Cristina Kirchner padeció en campaña el síndrome de la irrelevancia, el peor de los castigos imaginables para un político en actividad. Todo lo que dijo en su última arenga electoral quedó asordinado por una enunciación más poderosa. Al discurso de mayor potencia y alcance lo enhebró esta vez el Presidente que puso en el cargo. Alberto Fernández lo consiguió mediante una larga y fragosa secuencia de imágenes para la indignación, mentiras para la vergüenza ajena y cobardías para la conclusión.

Con la foto de su fiesta clandestina en Olivos durante la cuarentena estricta, sus excusas huidizas intentando negarla y su increíble pedido de disculpas echándole la culpa a su pareja, el Presidente le habló al electorado de un modo más potente que Cristina con sus indirectas sobre la ingenuidad política o sus gráficos sobre la tierra arrasada.

El escándalo por la violación de la cuarentena ya se instaló como un punto de inflexión para el oficialismo en tres sentidos.

El primero es el derrumbe definitivo de su credibilidad pública para reivindicar lo poco que le quedaba como gestión defendible de la emergencia sanitaria.

Así como los pinchazos de privilegio y los incumplimientos de los proveedores de vacunas le dañaron la confianza ciudadana en el plan de inmunización y el voto prospectivo, el escándalo del cumpleaños de privilegio dejó en ridículo el discurso hegemónico en la cuarentena dura. Y puso al rojo vivo al voto retrospectivo.

Pedro Cahn, asesor emblemático de la cuarentena estricta, delineó de manera lapidaria el contraste entre el discurso sanitario del oficialismo y los hechos comprobados. Miró la foto del cumpleaños en Olivos y sentenció: “Han fallecido amigos míos y no he podido despedirlos”. De ahí para arriba, ninguna de las opiniones de las víctimas del estado de excepción dejó de mencionar el cinismo de la ética gobernante.


La mentira doméstica de Alberto Fernández terminó siendo más potente. En un contexto de falsedades, le ganó a su jefa el protagonismo.


En un segundo sentido, el escándalo se transformó también en una bisagra de la campaña electoral. El Gobierno venía apostando a exponer las diferencias públicas de sus adversarios, acomodar con mezclas de dosis el plan de vacunación y prometer una salida a la crisis económica.

El discurso de Cristina apuntaba a deslizar un par de mentiras que considera piadosas: que la inflación va a bajar y el Gobierno no terminará tirando la toalla en un acuerdo con el FMI. “El muerto que nos dejaron”. La inflación desbordó en siete meses lo que el Presupuesto calculaba para el año y el ajuste -con o sin acuerdo del Fondo- es una realidad que hasta el propio electorado oficialista da por segura para después de las elecciones. La mentira doméstica de Alberto Fernández terminó siendo más potente. En un contexto de falsedades, le ganó a su jefa el protagonismo. Para enunciar la peor.

Hay un tercer eje de sentido en el cual la fiesta clandestina de Olivos significará un cambio irreversible. Si algo hacía falta para demostrar que la alquimia de la presidencia encargada fue un fracaso, esa constatación llegó con el aniversario de las primarias que sepultaron la reelección de Macri.

Nada de lo prometido como una novedad de alta habilidad estratégica se cumplió. Cristina Kirchner ya no sabe qué hacer con su Golem. El experimento no funcionó. Esta comprobación fáctica, de la cual dan fe las declaraciones desahuciadas del kirchnerismo frente a las últimas torpezas del Presidente, tendrá un impacto de largo aliento en el sistema institucional.

Alberto no oculta su agobio con la tarea que le encargaron. Tiene por delante los plebiscitos de septiembre y noviembre. Y el ajuste de diciembre. Cristina lo hostiga para vaciarle las pocas oficinas ejecutivas que le quedan. Pero tampoco tiene un plan de salida. Cada vez que lo balbucea no avanza más allá de pedir un pacto para compartir los costos de un ajuste con la oposición. “La clandestina de Olivos” dejó al país expuesto en un sentido más descarnado que el de su acelerada decadencia moral: lo dejó desnudo frente a la ingobernabilidad de su crisis.


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