Tomás Eloy Martínez: ahora, él es historia

Entrega total. Así asumió este tucumano el periodismo y la literatura. Escribió hasta horas antes de que el cáncer le ganara la partida. Con pasión por la vida, la historia y la política de su país.

Redacción

Por Redacción

Tomás Eloy Martínez abrió la puerta con temperamento. De par en par. También con determinación, tendió la mano. Gesto franco. Resuelto. Sonrisa amplia. Vital. Mirada directa. Por detrás mío sentí que la Nikon del «Pollo» Farré era gatillo y más gatillo.

-De «Tiempo Argentino» -le dije.

-Sí, sí… Puntuales, caso raro en este oficio. Los estaba esperando. ¡Adelante, adelante! -dijo Tomás Eloy Martínez y, no bien di un paso, me frenó con el índice de su mano derecha sobre mi pecho-. ¿Te puedo pedir un favor?

-Sí, claro – respondí.

-No comiences la entrevista preguntándome por qué una novela sobre Perón. ¡Es tan obvio que afectaría nuestra autoestima comenzar por ahí! ¿No te parece? ¡Me desgañité durante estas semanas explicando por qué una novela sobre Perón! ¡Es tan obvio!…

-Bueno, es posible que sea obvio para usted, que tuvo línea directa con Perón durante mucho tiempo -respondí a modo de organizar resistencia a la inesperada bajada de línea con que era recibido y recordé aquello de Jorge Semprún: «No en todas las esquinas uno se encuentra con Napoléon Bonaparte».

Todo sucedía en un atardecer de la primavera del 85, en un departamento en el que, bordejeando San Telmo, Tomás Eloy Martínez llevaba más de un mes hablando de su flamante y crocante «La novela de Perón».

Años después, en ese mismo espacio, Tomás Eloy Martínez recibió en cuotas una confesión con mucho plexo para la historia argentina. En el marco de tres tardes de lluvias, un coronel fatigado por los años, y rendido por la humedad su físico de infante, le contó como, en un tiempo que ya le sonaba a bíblico, había sacado del país por orden de Pedro Eugenio Aramburu y rumbo a Génova el cadáver de Eva Perón.

Héctor Eduardo Cabanillas, ése era el nombre del coronel. Coronel que a la hora de aquella confesión -1989- tenía 75 años. Coronel con «cara de matrona» lo definiría Tomás Eloy Martínez en «La tumba sin sociego».

No haber llegado a general y no haber matado a Perón («Se me escapó de las manos? Tres veces estuve a punto de conseguirlo. Si hubiera tenido suerte, habría salvado a la Argentina de sus desgracias»).

Y que durante largo tiempo tuvo el cadáver de Eva Perón junto a la oficina desde la cual -Callao y Viamonte- timoneaba el Servicio de Inteligencia del Ejército en días de la Libertadora. Cadáver embalsamado, pero no inmune a despedir olores. Olores que, confesaría el coronel, llamaban la atención «a uno de mis hijos» que se preparaba para seguir la zaga militar del coronel ingresando al Colegio Militar. Olores que el coronel disimulaba ante su hijo como propios de productos para mantener armas.

Hijo que llegaría a general, de División incluso. Jefe del Tercer Cuerpo en tiempos de democracia. General que años atrás creyó encontrar en San Martín de Los Andes la cuna apropiada para un plácido retiro. Aspiración frustrada: hoy está preso y procesado por violación a los derechos humanos.

«La tumba sin sosiego» es una maravilla en materia de ejercicio periodístico por parte de Tomás Eloy Martínez, que se corre terminantemente de escena. No lo graba. No saca apuntes de cara al coronel, que cuenta como quiere. Y que se adueña de la escena. Abre y cierra ventanas. Camina. Se sienta aquí o allá. Se levanta atormentado por resabios de una hernia de disco. Se para. Habla cuando quiere. Reflejos lentos. Lengua pesada.

Tomás Eloy Martínez sólo lo escucha. Interviene a lo sumo para ofrecer un café que el coronel muda por un cuartelero vaso de agua.

Tres días escuchó Tomás Eloy Martínez a aquel coronel que usaba galochas para defender su calzado de la lluvia en aquella oficina de la calle Venezuela.

-Bueno, está bien? pero aunque sea obvio, ¿por qué una novela sobre Perón? -le pregunté al escritor en esa misma oficina pero cuatro años antes de que escuchase a aquel coronel.

-Porque estuvo y estará mucho tiempo en la vida de los argentinos, nos guste o no. Simplemente por eso. Después sumale todo lo que quieras -me dijo y me preguntó- ¿Leíste a Ezequiel Martínez Estrada?

-Sólo «Radiografía de la pampa»…

Tomás Eloy se levantó rumbo a una biblioteca que creo recordar con puertas de vidrio. El «Pollo» Farré lo siguió sometiendo su Nikon a un intenso trabajo. Volvió con un libro de tapas claras: la primera edición -sólo hay dos- de «¿Qué es esto? Catilinaria», de Martínez Estrada.

-Éste es el libro más despiadado que se ha escrito sobre Perón. No creo incluso que sea superado en ese rango. ¡Despiadado! Pero tiene resquicio para un acto de grandeza? una línea, no más. Acá está… acá está: «Perón nos reveló no al pueblo sino a una zona del pueblo que, efectivamente, nos parecía extraño y extranjero. El 17 de octubre Perón volcó en las calles céntricas de Buenos Aires un sedimento social que nadie habría reconocido. Parecía una invasión de gentes de otro país, hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos y sin embargo era parte del pueblo argentino, del pueblo del Himno…».

Tomás Eloy Martínez cerró el libro con delicadeza mientras la cámara del «Pollo» lo seguía y gatillaba sobre su rostro siempre bien dispuesto.

-¡Entendés porque Perón siempre está! -dijo-. Yo lo agarré ahora y lo metí en novela -acotó.

 

Novela, no historia

Y siguió:

-Pero no hago historia, no me gusta que digan que «La novela de Perón» es una novela histórica: es una novela que aspira a llegar bien al final del riel, gustar ahí, en el final del riel.

-¿La gente?

-El lector. Sí, sí, el lector… al que le miento, claro. Porque la novela como género no tiene dependencia de la verdad. Es novela, es luz verde para mentir, para meter ficción. Ésa es su naturaleza más cristalina?

La noche corrió.

Terminó en el «Tortoni» ante una pila de tostados.

No sé cómo fue que en un momento dado surgió que el «Pollo» Farré había estado los dos meses de la Guerra de Malvinas en las islas, cubriendo aquel despropósito para Télam.

-¿Cómo fue aquello? -le preguntó Tomás Eloy Martínez

-No quiero hablar de ese tema -le respondió el «Pollo» mirándolo fijo con sus ojos de ave…

A diferencia de aquel coronel que usaba galochas, el «Pollo» no estaba para confesiones.

 

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

 


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