Trabajo, ocio y realización personal

COLUMNISTAS

Los occidentales vivimos en una sociedad por completo paradójica. Fruto de la tecnologización y del imperio del cambio acelerado, se han acortado las distancias, los ciclos agrícolas, las fases de la producción industrial, el período de los descubrimientos científicos, los estilos artísticos, los matrimonios, la vida útil de los bienes, los días de internación, los récords olímpicos, la paciencia de los electores y, como su corolario, la jornada laboral. Al mismo tiempo, nuestra expectativa de vida se ha alargado varias décadas, duplicando holgadamente la que existía el siglo pasado. Sin embargo, la percepción de los occidentales sobre la escasa disponibilidad de tiempo libre nunca antes ha sido una creencia tan generalizada. A pesar de los logros de una civilización técnica que ha permitido al hombre superar su congénita adscripción a las riquezas naturales primarias -agro, ganadería y minería- y a una artesanía y producción de bienes muy limitada y a pesar del don de la longevidad, el tiempo libre es una especie en extinción devorada por el mayor depredador de nuestra cultura: el trabajo.

Una ley de hierro domina la escena contemporánea: a mayor riqueza económica, mayor adicción al trabajo; a mayor nivel de vida alcanzado, mayor incapacidad de volver atrás. A medida que progresamos en la arena económica estamos obligados, como los viejos gladiadores, a seguir matando a quien no es el verdadero enemigo, nuestro fondo insobornable, sin darnos cuenta de que somos nosotros mismos los eliminados del juego.

Habitualmente se ha entendido que disponer de más tiempo para el ocio es el significado auténtico de los nuevos lujos, por contraposición con los tradicionales, ligados con la posesión de grandes riquezas económicas. Esta interpretación harto corriente se sustenta en la etimología de la palabra griega skholé, que los romanos tradujeron por otium, pero de la que también se deriva schola, escuela. En su magnífica lección sobre la filosofía de Aristóteles, Xavier Zubiri realiza una precisa descripción del otium: sólo cuando se han satisfecho las necesidades básicas y han sido descubiertas las técnicas concernientes al placer y la comodidad, solamente entonces el hombre puede librarse del negotium y quedarse en simple otium. Zubiri aclara un matiz que la sabiduría popular fue olvidando: el ocio no es, para Aristóteles, no hacer nada, sino vacar para lo innecesario y lo no-negocioso”. Nada más alejado de la etimología del ocio, entonces, que su interpretación como la disponibilidad del tiempo libre para no hacer nada que supuestamente gozamos cuando no trabajamos. No olvidemos que skholé llegó a significar escuela, un quehacer más relacionado con una activa dedicación de tiempo y esfuerzo que con una graciosa falta de obligaciones y responsabilidades hacia los demás y hacia uno mismo. De allí que el dilema moderno esté mal planteado: el problema no es el trabajo y la solución, el ocio: el verdadero problema es el trabajo rutinario y la solución, la realización personal.

La clase de ocio que se resume en la frase “hacer lo que nos gusta” está igual de contagiada de los problemas del trabajo; ambos comparten un denominador común: ser inservibles para real-izarnos, para izarnos en la realidad. El trabajo y el ocio modernos son primos hermanos del consumismo de objetos, sólo que ellos consumen una mercancía mucho más valiosa: nuestro tiempo, siempre limitado. El verdadero hobby de las personas humanas de fin de milenio es “pasar el tiempo”; a tontas y locas, aferradas al goce instantáneo de un presente efímero; un hobby indiferente a que trabajemos u ociemos, pues de lo que se trata es de no sentir la fruición de la realidad, en la que mágicamente hemos sido instalados.

Zubiri diferencia el goce de una cosa real por las cualidades que la cosa posee, de la fruición de la realidad en cuanto realidad: éste es el sentimiento estético. “Es la fruición en algo real, simplemente porque es real”. De allí que toda realidad puede convertirse en término de un sentimiento estético. “Basta con que, en lugar de considerar las cualidades que efectivamente tiene, yo tenga la fruición y la complacencia en ello simplemente como siendo realidad”. Un sentimiento estético, en consecuencia, no es primariamente una expresión de las facultades de la persona humana relacionada con las actividades artísticas clásicas, la pintura, la composición musical, la dramaturgia, el cine, la escultura u otras ramas del arte, sino que todas ellas se fundamentan en el goce de la realidad en tanto que realidad, que en sí misma es fruible. Por contrapartida con el disfrute de la realidad, la modernidad ha endiosado el trabajo como forma primaria de realización personal. El trabajo moderno está en un todo orientado a la producción y no conlleva significación trascendente alguna: es el trabajo productivo.

Sin embargo, en el siglo XXI estamos ante la posibilidad de la liberación del trabajo, el antiguo sueño del hombre, que facilitará como nunca antes el florecimiento de la riqueza de las personas. No cuesta imaginarse un futuro cercano en el que los avances genéticos habiliten la producción de alimentos en escalas desconocidas y a precios cercanos a cero, que existan fuentes de energía renovables y gratuitas para uso masivo, que los automóviles consuman hidrógeno en reemplazo del petróleo, que existan pueblos digitales, que sea posible la producción instantánea de bienes a partir de diseños digitales, que las “máquinas” aprendan o que existan, lo cual es bastante audaz, medios de comunicación masivos entre todos los puntos del globo sin costo alguno para el usuario… internet. Agua y energía gratuitas, alimentos sobreabundantes, tecnologías de producción de materiales y materias primas con costos despreciables, sistemas de comunicación multimedia hiperdesarrollados y tratamientos médicos revolucionarios son algunas de las posibilidades que serán superadas por las realidades técnicas que nos traerá el siglo XXI. El conjunto de estas tecnologías, que todavía están en su infancia, representará un salto cuántico en la productividad: pasaremos a hablar de ultraproductividad. Y con ella, el hombre no tendrá que dedicar la mayor parte de sus energías al trabajo productivo.

Aquellos de nosotros que creemos que crear es vivir dos veces alzamos las banderas clásicas del arte y las extendemos a todos los rincones de nuestra vida personal. El florecimiento cultural de los artistas y pensadores griegos, fruto del auténtico ocio creador, se basaba en un sistema esclavista que les permitía dedicarse, como toda aristocracia auténtica, a cultivar la mente y el espíritu. Muchos siglos después, la naturaleza material creada por la acumulación de riqueza nos pone a las puertas de una era dorada similar de realización personal de la que participarán millones de personas, en contacto con la realidad fruíble, desasidas de la necesidad excluyente de conseguir riqueza material, gozando de un nuevo humanismo ético, donde los ricos son quienes más se acercan al ideal de su realización personal y no quienes tienen más bienes, poder político, repercusión pública o mero tiempo libre.

El lenguaje conoce estas arcanas motivaciones del hombre y por eso asocia el ideal de una vocación plena con el arte: la vocación artística. Emular la vocación del artista es una de las llaves que abren la riqueza de las personas. El hombre está obligado a vivir la aventura de realizarse y ésta, su irrenunciable condición, lo aleja tanto del trabajo productivo como del ocio sin sentido.

¿Qué es la felicidad? Real-izarnos, izarnos a nosotros mismos en la realidad.

ALEJANDRO POLI GONZALVO

Historiador. Miembro del Club Político Argentino

ALEJANDRO POLI GONZALVO


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