Triunfo hueco
El drama venezolano es típicamente latinoamericano. Un país que se creyó rico y con dirigentes de retórica nacionalista.
Si las grandes victorias electorales garantizaran que los gobiernos resultantes llevarán a cabo los cambios prometidos en el curso de sus campañas proselitistas, el presidente venezolano Hugo Chávez, el cual acaba de ser plebiscitado una vez más por sus compatriotas, no tendría dificultad alguna en transformar su país en un dechado de justicia social y pujanza económica, pero, como sabemos, para que un programa sociopolítico funcione es necesario que cuente con algo más que la adhesión incondicional de millones de personas. Desgraciadamente para quienes creen que las soluciones para los problemas económicos dependen sólo de la voluntad de los dirigentes, también es forzoso que sean realistas, coherentes y apropiados para los tiempos que corren. Aunque ya ha estado en el poder desde hace un año y medio, Chávez todavía no ha puesto en marcha la «revolución bolivariana» mediante la cual espera aliviar las penurias del ochenta por ciento de la población que vive hundido en la miseria, acaso porque no ha logrado pensar en una estrategia que le permitiría repartir mejor los ingresos sin agravar todavía más la crisis que puso fin a la «Venezuela saudita» de comienzos de los años ochenta.
Lo que Chávez sí ha logrado hacer es consolidar su propia base de poder atacando con furia a los políticos tradicionales, a los sindicatos, a la Iglesia Católica y a cualquier otro que se animaba a criticarlo, aunque no ha conseguido imponerse por completo a sus adversarios, los cuales han podido conservar algunas gobernaciones provinciales. Pero, desafortunadamente para los venezolanos, los desafíos que enfrentan tienen menos que ver con la oposición política a Chávez que con lo vacías que son sus propuestas. Parecería que lo que llama «bolivarismo» sólo consiste en consignas populistas contundentes y en la voluntad, sin duda legítima, de achacar las lacras del país a la clase política notoriamente corrupta que el ex golpista logró humillar en las elecciones de diciembre de 1998 y que ha tratado de desmantelar mediante una serie de reformas constitucionales destinadas a aumentar el poder presidencial. Estos esfuerzos han resultado exitosos, pero no han contribuido en absoluto a impulsar la modernización de una sociedad que no está en condiciones de prosperar en un mundo en el que el nivel educativo de la población importa decididamente más que la presencia de recursos naturales fácilmente aprovechables.
El drama venezolano es típicamente latinoamericano. Durante décadas, el país se creyó «rico» por poseer abundantes recursos naturales, y sus dirigentes prometieron, con la retórica «nacionalista» altisonante que es habitual en tales circunstancias, que el petróleo le aseguraría «la grandeza» inmediata. En aquellos tiempos, incluso sugerir que convendría manejar las regalías petroleras con cierta prudencia era considerado un acto de lesa patria. En vez de invertir con inteligencia las sumas fabulosas supuestas por la venta de petróleo cuando su precio estaba por las nubes, gobiernos que se decían progresistas las despilfarraron construyendo obras públicas faraónicas, comprando fábricas «modernas» y manteniendo una burocracia clientelista mientras que, demás está decirlo, la corrupción se encargó de asegurar que una minoría vinculada con la elite política se hiciera muy pero muy rica. Aunque gracias al petróleo Venezuela recibió el equivalente de media docena de «planes Marshall», el ingreso per cápita actual es igual a aquel de hace medio siglo. Para superar el desastre así supuesto a fin de adaptarse al mundo tal como efectivamente es, los venezolanos tendrían que olvidarse del mito de la riqueza petrolera, pero aunque Chávez alude con frecuencia a la necesidad del «cambio», lo que parece tener en mente es un esquema populista similar a los planteados aquí en épocas ya lejanas. Desde que asumió el poder en enero del año pasado, el producto per cápita venezolano se ha reducido aún más a pesar de que el precio internacional del petróleo se ha mantenido alto. De desplomarse nuevamente, los problemas económicos se harían muchísimo más severos, lo cual bien podría estimular a Chávez a dejar caer la máscara democrática que lleva para transformarse en un dictador indisimulado.
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