Un cruzado contra el dólar

HUGO GRIMALDI (*)

El senador Aníbal Fernández es un animal político que entiende las reglas de juego: los periodistas preguntan y él se enoja, despotrica y tira dardos envenenados a diestra y siniestra pero responde. Sin que conste que le hayan dado cuerda desde Olivos, lo bueno del exjefe de Gabinete es que transmite su verdad y no se achica ni aun en la equivocación. Sabe hacer de las incongruencias una virtud. Después se lo podrá criticar por todólogo pero nunca por no dar la cara, aun por aquellas causas irremediablemente perdidas. Una de ellas parece ser hoy en la Argentina la defensa del peso que el bonaerense ha encarado por estas horas, casi como el único vocero de un tema que casi todos esquivan en el gobierno. El valor de la divisa estadounidense se encuentra maniatado en sus cantidades por las directivas oficiales, un sistema que, cuando se llamó de flotación administrada, funcionó a las mil maravillas, mientras el aditivo de las expectativas favorables lo mantenía convenientemente aceitado. Ni siquiera la inflación creciente limaba el romance, ya que la seguridad era tal que con los pesos colocados a cualquier tasa siempre se podían comprar al final más dólares que los que originalmente iniciaban la cuenta. Ésa era la confianza que generaban las virtudes del modelo, una balanza comercial superavitaria, sin importaciones energéticas que la mellaran, y un superávit fiscal donde los aportes extraordinarios de la Anses, el BCRA y el Banco Nación le daban al tesoro cierta holgura y permitían mantener abastecidas las cuentas de las provincias. Sin meterse en estos laberintos insondables de causas y consecuencias, Fernández parece tener la constancia de aquellos que desean rescatar a quienes cayeron en las perversidades de las adicciones y se empeña en catequizarlos para que no se dejen arrastrar. Entonces, el exjefe de Gabinete toma la lanza a diario y allá va contra los molinos. Ahora el senador llegó a decir con precisión de cirujano que sólo el 11% de la gente concurre a comprar dólares, lo que implica que los grandes volúmenes fugados deben haber correspondido a las grandes manos. Esa elipsis le permitió conjeturar que hay un complot de “varios medios (que) están haciendo su trabajo” para “hacerle daño al gobierno”, postura que, si se sigue su lógica, no debería hacer mella en el 89% restante. Sin embargo, no es lo que el año pasado señaló la devaluada presidenta del BCRA, Mercedes Marcó del Pont, a quien la AFIP le está marcando la cancha cada día más. Ella dijo que la demanda era casi exclusivamente minorista. Su estilo frontal a veces lo hace sonar a Fernández un poco autoritario, como cuando dice que los argentinos “tienen que hacerse a la idea de pensar en pesos” o cuando les promete el infierno, cuando “el Estado los cace”, a los compradores que burlan los controles. En otras oportunidades, la combinación de versatilidad con seguridad, que es su marca registrada, le hace usar al senador un día un argumento y al siguiente, otro. Hasta anteayer decía que la AFIP sólo quería verificar si el dinero que se iba a utilizar en la compra de dólares provenía de una “situación legal”. Ayer aseveró que nadie debería preocuparse porque quien tenga clave fiscal no va a tener problemas para viajar. ¿Qué pasó en el medio? Que la AFIP desautorizó su primer argumento, ya que no hay plata más “legal” que la proveniente de un crédito hipotecario puesto que lo otorga un banco después de todos los controles habidos y por haber. Ahora se sabe que, pese a la explicación de Fernández, sin la autorización del cancerbero de las divisas será imposible comprar una propiedad. Por último, el senador no olvidó victimizarse al decir que son los malos los que quieren una devaluación y que ante la ofensiva el gobierno, en uso de sus atribuciones, ha salido “a defender a los argentinos”, aun a costa de otros argentinos. Más allá de la inflación, que el credo oficial no nombra, hay otro elemento que Fernández tiene que descartar a la hora de hacer el análisis, como es el miedo a la escasez que le metieron a la gente sin que nadie se lo haya pedido, las medidas de Guillermo Moreno y Rodolfo Echegaray, no sólo por el lado del control del chiquitaje, sino por las restricciones a las importaciones. Un temor creciente a que las divisas no estén que se acentuó cuando, hace 72 horas, alguien dijo que liberar el dólar “sería un suicidio”. (*) Director periodístico de DyN


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