Un juego verbal muy costoso

Aunque la palabra «ajuste» es de por sí un eufemismo, para casi todos los integrantes de la clase política nacional tiene connotaciones que son tan terroríficas que si por algún motivo la pronuncian se sienten obligados a informarnos que harían cualquier cosa para salvar al país del peligro que según ellos representa. Era de prever, pues, que el flamante y, de tomarse en serio los rumores que están circulando, aún precario ministro de Economía, Amado Boudou, negara rotundamente que el gobierno esté pensando en un ajuste, o sea, en un esfuerzo por impedir que el gasto público siga aumentando al ritmo vertiginoso, de aproximadamente el 30% anual, al que los kirchneristas se han acostumbrado. Puesto que de prolongarse mucho más la tendencia así supuesta el país se precipitaría en una crisis fiscal de proporciones catastróficas, el gobierno no tendrá más alternativa que intentar frenar la expansión del gasto antes de que sea demasiado tarde, pero en vista de la aversión infantil de los Kirchner y, es de suponer, de Boudou, a cualquier medida que podría calificarse de ajuste, lo más probable es que trate de hacerlo sin que nadie se dé cuenta, de este modo agregando confusión, característica principal de la gestión económica oficial a partir de la renuncia forzada de Roberto Lavagna.

Si resistirse a considerar la mera posibilidad de encarar un «ajuste» de las cuentas nacionales ayudara a defender el poder adquisitivo de los habitantes del país, disfrutaríamos de ingresos reales superiores a los de la mayoría de los norteamericanos, europeos y japoneses, ya que desde los días finales de la dictadura militar muy pocos ministros de Economía se han animado a violar el tabú verbal que por acuerdo común se ha impuesto, pero por desgracia la sensibilidad social que de tal manera han manifestado ha tenido consecuencias decididamente negativas. Merced al populismo, porque es de eso que se trata, de tantos gobiernos, el 40% de la población se ha visto condenado a la miseria según las nada generosas pautas oficiales, mientras que de aplicarse las propias del Primer Mundo una parte sustancial del 60% restante también se encontraría por debajo de la línea de pobreza.

El horror que provoca el uso de la palabra «ajuste» refleja el temor a enfrentar la realidad de líderes políticos que creen, tal vez con razón, que el grueso de la ciudadanía prefiere aferrarse a la ilusión de que quienes gobiernan la Argentina gocen del privilegio de mofarse de las reglas básicas no sólo de la economía sino también de la matemática. Si el gobierno de turno se niega a respetar tales reglas, empero, andando el tiempo «el mercado» se encargará de recordarle sus deberes, pero cuando ello sucede los responsables de provocar los trastornos resultantes se afirmarán víctimas de una conspiración siniestra urdida por «neoliberales» y «especuladores», dejando a otros la tarea de reparar los destrozos. A juzgar por la retórica favorecida por el ex presidente Néstor Kirchner y la presidenta actual, Cristina Fernández de Kirchner, el gobierno ya sabe a quiénes culpar cuando el «modelo» finalmente se desplome bajo el peso de sus muchas contradicciones, puesto que no es ningún secreto que los malos de su película particular son los «oligarcas» rurales, los economistas «ortodoxos» y sus amigos en el exterior que, atrincherados en instituciones como el FMI, siguen negándoles acceso al crédito internacional. Aunque parecería que Boudou se ha convencido de que «los mercados voluntarios de crédito» estarían más que dispuestos a prestarle dinero para cubrir los déficits que le esperan, la experiencia reciente sugiere que comparten el escepticismo del Fondo en cuanto a las perspectivas ante el país, lo que puede entenderse a la luz de la forma de tratar a los inversores que es típica del ex presidente y sus allegados.

Por supuesto, sería mejor que el país no tuviera que asistir nuevamente al espectáculo brindado por un gobierno resuelto a atribuir su fracaso a la malicia ajena, pero para ahorrárnoslo sería necesario que funcionarios como Boudou reconocieran que los problemas que enfrenta la economía son graves y que es un disparate fingir creer que la manera más eficaz de solucionarlos consiste en pasarlos por alto.


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