Un plebiscito tan largo como la crisis


La tardía y vergonzante maniobra con la que el Gobierno volvió sobre sus pasos para admitir ahora la compra de vacunas de Pfizer tuvo todas las aristas de una capitulación.


Cuando los bloques mayoritarios de la política argentina acordaron alejar todo lo posible las urnas de los momentos más duros de la crisis sanitaria y económica, no imaginaron que bien entrada la segunda mitad del año seguirían atenazados por la incertidumbre de la pandemia y sin referencias claras sobre cuándo asomará el regreso a la normalidad.

Incluso asumiendo sus fracasos en la gestión de las vacunas, el oficialismo confiaba en tener bien avanzado el plan de inmunización y la oposición admitía que el objetivo se lograría. La postergación de las elecciones se decidió cuando ya era evidente el tropiezo con AstraZeneca, la vacuna que procuró Alberto Fernández, pero nunca previó el desaire de Vladimir Putin con la vacuna que gestionó Cristina Kirchner.

La tardía y vergonzante maniobra con la que el Gobierno volvió sobre sus pasos para admitir ahora la compra de vacunas de Pfizer tuvo todas las aristas de una capitulación. Algo que debería haber sido un trámite entre lógico y normal termina resonando como un retroceso geopolítico sólo porque al oficialismo se le ocurrió el desvarío de ideologizar nada menos que un plan de vacunación en pandemia.

Si lo que buscaba el oficialismo al posponer las elecciones era encapsular el debate de la política de salud con la vacunación acelerada, la realidad le demuestra otra cosa: el Gobierno asiste a un corroyente plebiscito en cámara lenta de su fracaso sanitario. Se observa en el frágil discurso que esgrime en sus recientes apariciones Cristina Kirchner. Sólo puede ofrecer la nostalgia de los que evoca como sus tiempos felices de 2015. Porque ignora cuándo podrá aseverar el regreso de la precaria normalidad que dijo haber recibido. Dicho en sus términos: no puede anunciar ni el retorno a la tierra arrasada.

Con el Presidente que plebiscitará su gestión en los subsuelos de las encuestas, y ella misma comprometida en el riesgo del voto castigo, la vicepresidenta decidió salir a sostener su tercio de votos incondicionales. Como único capital simbólico disponible, suele reiterar el recurso al reproche contra el fantasma precursor de Mauricio Macri y agita banderas contra cualquier arreglo con el FMI. A menos que la oposición lo convalide en el Congreso pagando la totalidad de los costos. Martín Guzmán ya puso por escrito lo contrario. Firmó los documentos que le exigieron en el Club de París para eludir el default: sin acuerdo con el Fondo no le van a abrir las puertas.


Lo más probable es que Macri haya resuelto desacelerar su protagonismo porque la masa crítica en su contra venía acentuándose en su frente interno.


Mientras, el repliegue de Mauricio Macri en la interna a cielo abierto de la principal oposición le quita al oficialismo el más apreciado de sus blancos móviles. Lo más probable es que Macri haya resuelto desacelerar su protagonismo porque la masa crítica en su contra venía acentuándose en su frente interno.

Pero no es seguro que esa ventaja sea aprovechada por los referentes de Juntos para el Cambio. Aceptaron manosear el cronograma electoral porque sin las primarias abiertas consideraban imposible dirimir su autocrítica de su gestión frustrada y sus nuevos esquemas de liderazgo. Ahora que exponen el sainete más bien pequeño de sus ambiciones sobre el telón de fondo de la gravísima crisis social parecen haber descubierto que les convenía cerrar acuerdos que eviten la confrontación en las primarias.

Competir con lista única es la precondición que María Eugenia Vidal le pidió a Horacio Rodríguez Larreta para postularse sin riesgos en el territorio que la oposición cree más seguro, la Ciudad de Buenos Aires. Frente a esa veleidad, Patricia Bullrich decidió sumarse al gesto de prescindencia. Pero su ausencia en la oferta electoral porteña dejaría rengo el liderazgo que Larreta quiere asumir desplazando a Macri.

En los comandos del oficialismo y la oposición miran de reojo el escenario de la emergencia y el calendario acordado para las elecciones. Coinciden en una sola cosa: los une la misma duda. ¿Fue un error de cálculo diseñar de común acuerdo una disputa electoral tan larga como el incierto desarrollo de la crisis?


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