Una elección bochornosa

Los comprometidos con la libertad acaban de recibir un golpe bajo, pero, por desgracia, Bush seguramente no tendrá interés en mitigarlo.

George W. Bush será el próximo presidente de los Estados Unidos porque cuatro jueces de la Corte Suprema que fueron designados bien por su padre, bien por otros miembros de su propio partido, se negaron a permitir el conteo manual de los votos en Florida, Estado célebre por el escaso respeto de sus funcionarios por los detalles democráticos y que, para colmo, es gobernado por su hermano, Jeb Bush. Aunque desde hace semanas es evidente que de no haber sido por las irregularidades Al Gore hubiera triunfado en las elecciones de Florida y por lo tanto en el país en su conjunto – de lo contrario, Bush hubiera respaldado el conteo manual que, conforme a una ley que él mismo impulsó, es obligatorio en el Estado que gobierna, Texas, si existen motivos para cuestionar los resultados iniciales -, las maniobras dilatorias de los republicanos finalmente produjeron los resultados deseados porque entre los factores que según los jueces favorables a Bush incidieron en su decisión estaba la supuesta necesidad de terminar cuanto antes la disputa.

Es de prever que en los próximos días casi todos los políticos intenten minimizar los perjuicios causados por una elección presidencial que será recordada como una de las más escandalosas de la historia de los Estados Unidos, pero sólo convencerán a los reacios a entender el significado de lo que ha ocurrido. Una proporción importante de la ciudadanía norteamericana cree que el triunfo de Bush se debió a que sus partidarios ocuparan puestos clave en el gobierno de Florida y en la Corte Suprema. Por su parte ésta, al dividirse conforme a las preferencias políticas de sus integrantes, se ha desprestigiado por completo, razón por la cual en adelante carecerá del peso moral necesario para que sus fallos sean respetados incluso por quienes hubieran preferido otros distintos. Es probable, pues, que tanto la legitimidad cuestionable del presidente como la politización manifiesta de una Corte cuyos fallos han influido mucho en el pensamiento de los miembros de su equivalente en nuestro país tengan consecuencias muy negativas en toda la sociedad norteamericana y también en el resto del mundo. Por cierto, a los estadounidenses no les será tan fácil como antes procurar obligar a los gobernantes de otros países a subordinarse a las reglas democráticas.

Como si todo esto ya no fuera más que suficiente, la conducta de los republicanos floridanos ha enfurecido a los líderes de la comunidad negra. En el curso de las semanas que siguieron a las elecciones, surgió evidencia abundante de que en Florida los negros fueron víctimas de una multitud de maniobras discriminatorias destinadas ya a impedirles acercarse a las urnas, ya a invalidar sus votos. Puesto que el margen del triunfo adjudicado oficialmente a Bush fue tan estrecho, los negros saben muy bien que si todos los integrantes de su comunidad hubieran podido hacer valer su derecho a votar el ganador, por un margen bastante amplio, sería con toda seguridad el demócrata Al Gore. Así las cosas, no sorprendería en absoluto que la gestión de Bush se viera agitada por disturbios en los barrios negros de las grandes ciudades.

Las irregularidades electorales que se han denunciado no constituyen una novedad en los Estados Unidos, pero mientras que en otras ocasiones la diferencia en favor del candidato ganador ha sido lo bastante grande como para permitir a todos pasarlas por alto, dando por descontado que en última instancia las ventajas logradas gracias a las maniobras ilegales perpetradas por ambos bandos se habrán compensado mutuamente, en ésta los resultados obligaron a todos a examinar y analizar más atentamente lo sucedido en Florida. Lo que han descubierto en aquel Estado es bochornoso. Por cierto, de haberse realizado esta elección en un país africano o en un ex integrante de la Unión Soviética, los dirigentes norteamericanos hubieron reaccionado haciendo gala de su desprecio. Puesto que se trata de una elección en los mismísimos Estados Unidos, en adelante los intentos norteamericanos de impulsar la democratización de países de tradiciones autoritarias serán mucho más débiles. Así, pues, los comprometidos con la libertad en buena parte del mundo acaban de recibir un golpe bajo pero, por desgracia, no hay motivos para creer que Bush y sus amigos tengan interés alguno en mitigarlo.


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