El mar también es invierno: secretos y maravillas para descubrir en el Camino de la Costa rionegrino
Desde El Cóndor hasta Playas Doradas, la Costa Atlántica de Río Negro ofrece playas amplias, fauna marina, reservas naturales y experiencias únicas, incluso en temporada baja. Ballenas, orcas, lobos marinos y acantilados dorados invitan a redescubrir el mar fuera del verano.

Hay quienes creen que el mar duerme en invierno. Que solo despierta con las sombrillas del verano y que las playas pierden sentido cuando el calor se va. Pero basta seguir la ruta escénica del Camino de la Costa para descubrir que el Atlántico rionegrino no se toma descanso: simplemente se transforma.
En invierno, cuando el viento despeina las dunas y el cielo cambia de color, la Costa de Río Negro despliega otra belleza. Más íntima, más salvaje, más pura. A lo largo de más de 300 kilómetros, entre acantilados, médanos y playas interminables, cuatro áreas naturales protegidas, tres destinos turísticos y un parque nacional abren sus puertas a quienes se animan a mirar el mar sin esperar calor.
Todo comienza en El Cóndor, a solo 30 minutos de Viedma. Las playas anchas y la amplitud del terreno lo vuelven ideal para practicar deportes de viento, caminar sin apuro o simplemente contemplar cómo se esconde el sol detrás del horizonte. Allí nace el Camino de la Costa, una ruta que parece dibujada para quienes buscan soledad con paisajes de película.

Después vienen El Espigón y algunos kilómetros más adelante a Playa Bonita, dos lugares con playas muy amplias con marea baja y en los últimos años convertida en punto de encuentro para los amantes del surf. Más al sur, La Lobería asoma como una joya costera. A solo 30 kilómetros de El Cóndor, se caracteriza por sus piletones naturales, socavados por el mar y descubiertos durante la bajamar. El camping y el hostel permanecen abiertos todo el año, y el predio ofrece baños, confitería y estacionamiento sobre los acantilados. Aquí, la naturaleza sigue dictando el ritmo.
Unos kilómetros más adelante, la naturaleza cambia el tono y sorprende. Punta Bermeja, a 63 kilómetros de la capital provincial, es mucho más que una reserva: es un encuentro con la vida marina. Allí habita la colonia continental más grande de lobos marinos de un pelo de Sudamérica, con entre 5 mil y 8 mil ejemplares. Desde el Centro de Interpretación Ambiental, con miradores sobre los acantilados, es posible verlos interactuar con orcas, aves costeras y con un poco de suerte ballenas francas australes que se acercan a la orilla.
“Es una experiencia perfecta para compartir en familia”, dicen quienes trabajan en la reserva. Y no exageran. El museo, el comedor, los videos informativos, los binoculares prestados y la calidez del equipo que recibe a los visitantes hacen de Punta Bermeja un paseo completo, educativo y emocionante.

Hace unas semanas, grupos de orcas, merodearon la costa. Las imágenes registradas muestran la particular convivencia entre estos depredadores y las curiosas crías de lobos marinos. Una escena única que se da en invierno y que no necesita filtros ni efectos especiales.
Si el viajero continúa, llegará a Bahía Creek, un rincón silencioso y paradisíaco que parece escondido a propósito. Arena fina, médanos altos y un pueblo mínimo rodeado de paisaje.
Al seguir en viaje, se llega al cruce con la ruta Provincial A25 que es el acceso al puerto de San Antonio Este y marca el final del Camino de la Costa, pero se puede continuar viaje para conocer las playas de conchillas en el sector de Saco Viejo, la estación marítima y Punta Perdices, entre otros lugares.
Y después Las Grutas. Aunque famosa por su movida veraniega, también en temporada baja se reinventa. El avistaje de fauna marina, de ballenas francas, el buceo en el Parque Submarino más grande de Sudamérica y las visitas a las Salinas del Gualicho son propuestas disponibles en invierno, con el plus de la tranquilidad. Todo sin multitudes, sin calor agobiante, con el mar como único sonido de fondo.

Más adelante, el trayecto culmina en Playas Doradas, a solo 30 kilómetros de Sierra Grande. El nombre no es un capricho: cuando baja el sol, la arena brilla como si el oro se hubiera disuelto entre los granos. Es un sitio ideal para la pesca, la contemplación y el descanso absoluto.
Las playas de Río Negro no cierran en invierno. Se abren de otra forma. Invitan a caminar sin apuro, a mirar más lejos, a aprender de la fauna que se queda cuando el turismo masivo se va. Son paisajes que enseñan a observar en silencio, a esperar que la naturaleza se exprese sola. Son mares que no necesitan calor para emocionar.
Para aquellos que lo hagan por primera vez deben tener en cuenta que si acceden desde Viedma o desde San Antonio Oeste, en sus extremos, son los últimos puntos para cargar combustible.
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