Un día en busca de la gran marrón del Chimehuín: historias, rituales y la magia de sacar una trucha

Todo sucede despacio: el armado del equipo, el primer sorbo de mate, el río que guía la flotada y la naturaleza que desfila al ritmo de cada lance. Un recorrido que revela la esencia de la pesca patagónica, entre ritos, personajes y esa emoción única que estalla cuando la línea se tensa.

Oscar Desio (@oscardesio.guide), guía desde hace años, repite su ritual antes de cada salida “permiso Chime”.

Hay personas que se preparan todo el año y son buenos; otras llegan por casualidad sin saber bien de qué se trata, y hacen lo que pueden, pero están los que pescan desde siempre, esos son los imprescindibles. Y en un día cualquiera, sobre el río Chimehuin de Junín de los Andes, podés encontrarte con cualquiera de ellos y también comprobar, por qué dicen que este lugar es el mejor del mundo.

El guía Oscar Desio, pasa temprano en su camioneta, con el bote remolcado, para llevar a los novatos a vivir una experiencia distinta en uno de los destinos más famosos para la pesca deportiva. Son las ocho de la mañana. La temporada acaba de comenzar y el sol empieza a templar el aire frío. En la curva del Manzano, un histórico acceso público para embarcarse río abajo, todos se preparan. Colocarse los waders, acomodar el almuerzo, revisar los equipos y cebar el mate funciona como un ritual para los habituados y un momento emocionante para quienes llegan por primera vez. A la sombra de los sauces se escucha el rumor del agua clara y espumosa del Chimehuin, un imán que atrae.

Oscar no es la primera vez que lo hace. En estos años, llevó pescadores de todo el país y del mundo en busca de las truchas de la Patagonia. Antes de subir al bote, anuncia que harán 36 kilómetros hasta la confluencia con el Collón Curá. Moja el borde de la embarcación con la mano y, en voz baja, dice: “Permiso, Chime. Siempre hay que pedir permiso antes de salir”.

La travesía arranca. Oscar rema despacio, y la corriente del río lo ayuda. Al poco andar aparecen los primeros pescadores en la costa, que ya consiguieron sus primeras capturas. “Hace siete años que guío acá. Nací y me crié en Andacollo, después estudié en Neuquén, me puse en pareja, tuvimos una hija y nos vinimos a Junín. Esta comunidad me abrió los brazos. Tengo un sentido de pertenencia enorme porque acá estoy criando a mi hija”, cuenta mientras el mate va de mano en mano, y como las truchas, la charla aparece temprano.

Cada temporada las salidas se planifican con meses de anticipación. Desde septiembre los guías ya arman la agenda de quienes llegarán. La buena relación entre ellos permite compartir información y derivarse clientes para que todos reciban una buena atención. Para la apertura organizaron un torneo que fue un lujo y demostró que cuando el río se comparte, todo funciona mejor.

La trucha marrón es la buscada por tamaño, pelea y dificultad.

“Trabajo más con turistas nacionales. Para los que somos más chicos, cuesta llegar al pescador internacional. Hay toda una cadena, promocionar el producto afuera, tener agentes, ir a ferias”, detaca y viaja hacia el inicio del fenómeno que se vive en este pueblo tranquilo de Neuquén. “Las empresas grandes empezaron casi de casualidad, los gringos escucharon que había un lugar llamado Patagonia donde se pescaba bien, vinieron y les explotó la cabeza. Les dijeron a los de acá, ‘te dejo los equipos, aprendé a pescar, buscá lugares buenos y el año que viene me llevás’”, explica.

Recuerda que, en los inicios, todo era vadeo. Los pioneros fueron en Junín y San Martín: Daniel Olsen, Jorge Truco, luego Ramón Aranguren, Daniel Caviglia, Ángel Fontanazza, nombra entre tantos otros, que se esfuerza para recordar, pero la lista es larga. Muchos de sus hijos heredaron la pasión y hoy tienen sus propias empresas.

La temporada de pesca abre del 1 de noviembre al 1 de mayo.

Competir con lo mejor


El paisaje es un ingrediente invaluable. Algunos llegan sólo para una flotada, pero muchos otros se quedan a dormir en el río. “Nos encanta acampar, aunque trabajamos un montón, son mis días preferidos. Te levantás en el río y ya estás pescando; desayunás mirando el agua. Y los campamentos son de lujo, somier, duchas calientes, asado, buena gastronomía”. La competencia, dice, es sana y obliga a mejorar. También comparan servicios con los de otras provincias. “Por ahí en otro lado pescás bien, pero acá hay guías profesionales, un registro, hay que estudiar y rendir”, describe.

Más adelante aparece un histórico del lugar. Cachím Roa está con su wader, campera azul Chimehuin y una sonrisa enorme. Lanza la línea con pericia y charla. “Ya perdí la cuenta de cuántas temporadas. Este año el río está más bajo de lo normal, pero hay muchas truchas activas. Buscamos la marrón, que se nos está negando. Es la mejor: por tamaño, pelea, dificultad. Hay que hacer todo muy bien”, dice.

Pioneros y técnicas que pasan de generación en generación.

Habla con humildad sobre sus mejores capturas y cuenta un secreto que volvió loco a un pescador hace años. “Empecé con tarro y lombriz como todo juninense. El que diga que empezó con mosca miente”, ríe. Recuerda cuando el turista quiso aprender la técnica de la latita. Cachín le armó uno con una lata de durazno. “La alegría del tipo, encima pescó. Pescar con latita es un arte, es escuela, todos deberían empezar por ahí”.

La flotada continúa y las historias brotan como piedras en el cauce. “Lo que más quiero es que no tiren basura, que no depreden. Que disfruten lo que tenemos porque es único”. Sueña con enseñarles a pescar a sus nietos de 2 y 3 años. “Desde los nueve que pesco. Tengo 68. Y este es mi río, mi primera casa”, dice mientras se le quiebra la voz, se disculpa por las lágrimas y sigue casteando.

Más abajo, en una orilla, aparece una mesa sombreada donde tres personas comparten un almuerzo. Oscar reconoce la embarcación amarrada: Flotadas Chimehuin. Sabe que allí está Gabriel Fontanazza. Lo acompaña Jeff, que llega cada apertura desde Jackson Hole, Estados Unidos. “Hace quince años que vengo a Argentina —dice en un español torpe—. Me gusta porque es tranquilo. Donde vivo hay demasiada gente, explotó demográficamente. Acá encontré un lugar para pescar en paz”.

Tenía restaurantes, viajaba por el mundo esquiando y pescando. Le hablaron de Argentina, de las truchas y del vino. Desde entonces vuelve siempre, incluso cuenta que lanzó su propia línea de vinos en Mendoza.

Entre pimientos en conserva y un trozo de carne cocido con hierbas, conversan también sobre un tema que hace poco fue polémico en la región, la suela de goma en lugar de la de fieltro. “Allá ya se dieron cuenta de que no sirve hace 15 años, dice Jeff y el fieltro disminuye el riesgo de caídas”.

El sonido del río pide retomar la marcha. De nuevo en el bote, Oscar prepara una caña número cinco, línea de flote, indicador de pique y una ninfa. “Lo importante es que pesques. El lanzamiento lindo viene después”, explica. Ata una faisan tail y enseña: “Tirás, seguís la boya. Cuando se hunda, levantás la caña y se clava”. La teoría parece simple. La práctica no tanto.

A lo lejos, Pablo Cerda, de Plaza Huincul, no deja de castear en la proa. Llegó con su padre José. “Un día espectacular, con mucho pique. Pesco desde los seis o siete años”, dice con dificultad. José agrega, orgulloso: “Es la primera vez embarcado. Yo estuve en la organización de la segunda Fiesta de la Trucha en 1974. Conozco el río, pero nunca lo había hecho así, es hermoso”.

Pablo Cerda, de Plaza Huincul, no deja de castear en la proa. Llegó con su padre José.

Tiros a la derecha, tiros a la izquierda. Buscar la trucha, para quien no conoce este mundo, es casi creer en lo imposible: que un pez tome un hilo que el viento quiere arrancar y se lo meta en la boca, se ve difícil. Igual, el desafío entretiene, de a poco, esa danza de movimientos precisos en que la línea viaja de atrás hacia adelante, comienza a salir. No hay pretenciones, solo la paz de sentir el agua, el aire, el silencio. Pero de repente, sucede.

El pique llega con pequeños tirones que se sienten en la mano. Ahí en el agua, cerca, la trucha aparece prendida a la línea, y el corazón se dispara de felicidad, pero la mente se apaga. Todo lo que había indicado Oscar que debía hacer para clavarla queda suspendido en ese instante, ahogado por el grito de emoción, mientras la trucha da un pequeño salto, decide soltarse y seguir su camino.
Estuvo cerca.

Más información: @oscardesio.guide, @turismoneuquen, @neuquentur, @junindelosandesturismo, @turismojunindelosandes y @munijunin.


Oscar Desio (@oscardesio.guide), guía desde hace años, repite su ritual antes de cada salida “permiso Chime”.

Hay personas que se preparan todo el año y son buenos; otras llegan por casualidad sin saber bien de qué se trata, y hacen lo que pueden, pero están los que pescan desde siempre, esos son los imprescindibles. Y en un día cualquiera, sobre el río Chimehuin de Junín de los Andes, podés encontrarte con cualquiera de ellos y también comprobar, por qué dicen que este lugar es el mejor del mundo.

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