Y ahora, la campaña

Antes de ver oficialmente confirmado su triunfo en las elecciones presidenciales, Néstor Kirchner se dio el gusto de estrenar el papel que ya sabía sería con toda seguridad suyo visitando el Brasil y Chile para entrevistarse con quienes serían sus homólogos, Luiz Inácio Lula da Silva y Ricardo Lagos. Si bien sólo se trataba de encuentros destinados a brindarle algunas oportunidades fotográficas, constituyeron los momentos culminantes de una campaña electoral que en su caso fue llamativa por entender el candidato que lo que más le convendría sería «hacer la plancha», eludir los debates que podrían perjudicarlo y en lo posible distanciarse de los duhaldistas, confiando en que en el ballottage la inmensa mayoría aprovecharía la ocasión para castigar a su rival previsto, Carlos Menem. Dicha estrategia arrojó los resultados deseados, pero esto no quiere decir que Kirchner pueda darse el lujo de negarse a presentarse en público, por decirlo así, para que la gente se familiarice con su personalidad y sus ideas a fin de compararlas con las alternativas. Aunque Kirchner ya es presidente electo, en el curso de las próximas semanas tendrá que concentrarse en difundir la clase de información que en tiempos más normales hubiera trascendido como consecuencia de las exigencias planteadas por una campaña electoral genuina. Asimismo, es de prever que, tal como suele suceder en el transcurso de las campañas, el santacruceño se sienta constreñido a modificar algunos puntos de vista y a abandonar proyectos acaso atractivos pero poco prácticos porque de lo contrario no le sería posible formar un gobierno que sea no meramente coherente sino también adecuadamente amplio.

El que Kirchner haya llegado a la presidencia a pesar de que hasta los habitualmente bien informados lo hayan calificado de un «casi desconocido» nos dice tanto sobre la crisis política en la que está empantanado el país como la decisión de Menem de bajarse a escasos días del ballottage final. Puede que en un país de tradiciones parlamentarias no importe demasiado que un nuevo primer ministro sea un personaje de imagen borrosa porque, al fin y al cabo, se trataría del representante coyuntural de un partido largamente establecido, pero por ser la Argentina exageradamente presidencialista, para no decir caudillista, hasta los rasgos menos significantes del jefe de Estado pueden incidir en la conducta no sólo de otros integrantes de la clase política, sino también de sectores clave de la ciudadanía. En efecto, el repudio mayoritario que andando el tiempo merecería Menem se debería menos a sus ideas sobre la mejor forma de manejar la economía que al comportamiento de los miembros de su abigarrado, y a veces esperpéntico, círculo áulico. Aunque nadie supone que los kirchneristas sean capaces de protagonizar un espectáculo comparable, al país le hubiera convenido conocerlos un poco mejor antes de las elecciones, no después.

Por supuesto, Kirchner no es el primer político en llegar a las puertas de la presidencia sin haber definido de forma convincente lo que quisiera hacer. Antes de instalarse en la Casa Rosada, Menem era considerado un enemigo de Estados Unidos y admirador de individuos como el extravagante dictador libio Moammar Gaddafi. Asimismo, por motivos electoralistas, los asesores de imagen de la Alianza radical-frepasista procuraron hacer pensar que Fernando de la Rúa era un hombre de la «centroizquierda», ubicación ideológica que casi toda la prensa extranjera sigue imputándole. En cuanto a Kirchner, si sólo fuera por las declaraciones formuladas antes de iniciarse el complicado proceso electoral del cual saldría victorioso, sería lícito llegar a la conclusión de que es un populista peronista típico de opiniones que hoy en día suelen tomarse por «progresistas», pero a la luz de su gestión en Santa Cruz parecería tener bastante en común con ciertos líderes «feudales» del Noroeste. Así las cosas, es probable que tengamos que esperar algunas semanas, tal vez meses, antes de averiguar si Kirchner es «de izquierda», como dicen algunos con satisfacción y otros con alarma, o si, aunque no le guste la palabra, es en el fondo un «pragmático» que esté dispuesto a ajustarse a las circunstancias imperantes, por desagradables que éstas le parezcan.


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