De cómo “desactivar”movidas adolescentes o el temido UPD

En un grupo cerrado de Facebook en el que una gran mayoría de mujeres y algunos hombres se recomiendan servicios y realizan todo tipo de consultas, una madre abre, tal vez sin esperarlo, un debate que incluye los siguientes temas: cómo ser buen padre de un adolescente, puesta de límites y rebeldías nuevas. El asunto comienza así: K. comenta que su hija de 17 años participará la noche anterior al inicio de las clases de una previa (previa: reunión que se realiza antes de acudir a otro sitio, sea un boliche o el colegio, y en el que se comparten bebidas alcohólicas de modo generoso). Que de esa previa los chicos irán directamente a la escuela a iniciar el último año del secundario, en las condiciones en las que estén. Enseguida pregunta si alguien conoce el salón que alquilarán y da a entender que si bien no le cierra la salida, excluir a una adolescente de una actividad en la que participarán todos sus compañeros le parece una opción peor.

En pocos días la consulta recibe más de cien respuestas que aconsejan, cuentan experiencias propias, plantean otras preguntas y dictan sentencia.

Lo primero que llama la atención entre quienes participan del debate es que esta nueva costumbre tiene nombre. Se conoce como el temible UPD o “último primer día”, y uno no puede menos que reconocer que los pibes tienen inventiva cuando se trata de descontrol. La mayoría de los padres, por supuesto, preferirían que usaran esa creatividad en otras cosas.

Lo segundo a resaltar en este debate es que pronto se pueden identificar tres grupos de opiniones: 1) los padres que afirman que hay que decir no. Prohibir la salida, aguantarse el pataleo adolescente y cortar de cuajo los UPD. He aquí los comentarios: “Tengo experiencia en desactivar este tipo de movidas de los hijos adolescentes. Poniéndonos de acuerdo varios padres y hablándolo con nuestros hijos, luego ellos solos se dieron cuenta y abortaron la misión”. “Me parece una locura que vayan a chupar la noche antes del primer día de clases. Yo no la dejaría. Me parece un desubique total”. “Una pone límites cuando quiere a la otra persona y así lo perciben ellos, aunque al principio se enojen. La falta de límites es desinterés, desamor”. 2) los que optan por confiar en sus hijos. “Me parece que a veces en ciertas situaciones hay que situarse en cuando uno tenía esa edad. La vida social y los compañeros a los 17 años son lo más importante que existe y sobre todo estos rituales. Yo la dejaría”. “Si está pasando a quinto año supongo que debe tener la madurez suficiente para saber medirse y creo que con los adolescentes la prohibición es una de las peores estrategias”. “Demostrar que confías en ella es la mejor estrategia”. 3) la opción intermedia: no prohibir pero estar ahí, acompañar. “Yo armaría un grupo de padres para acompañarlos y que esa sea una condición”. “Yo le diría: o sé quién firmó el contrato y qué padres van, o no vas”. “Creo que podrían hacer una comisión de padres, dos o tres que vayan y se queden en el salón como para ver que los pibes no descontrolen”.

Por supuesto que el tema abarca muchos más temas que el solo hecho de aceptar o prohibir la salida. A saber: la seguridad en los salones de fiestas, la venta de alcohol a menores de edad y el consumo del mismo sean ellos quienes lo compren o no, los límites de la autoridad (en relación a que tres padres, por ejemplo, poco pueden controlar a 100 adolescentes que no son sus hijos) y, como bien lo dice una participante, el hecho de que cualquier prohibición significará que los jóvenes realizarán las actividades en secreto y, consuelo menor, siempre es preferible saber dónde están y qué están haciendo.

Es más que obvio que desde el punto de vista adulto nadie desea que su hijo pase la noche anterior al comienzo de las clases tomando alcohol, que no descanse y que aparezca en el colegio sin siquiera haber regresado al hogar (alguien por ahí dice que las autoridades deberían prohibir el ingreso de los chicos a las aulas pero… ¿no sería el colmo poner a los docentes a actuar como policías y decidir quién está más o menos alcoholizado como para entrar a la escuela?); pero… ¿y si tratamos de ver el asunto desde la perspectiva adolescente? ¿Eso nos permitiría, como decía una madre al comienzo, “desactivar” estas iniciativas? ¿Qué es lo que están buscando los chicos? ¿Hacer el inicio de clases más soportable? ¿Prepararse para un año que no les brindará demasiado, teniendo en cuenta la situación de la educación secundaria actual? ¿Olvidarse de todo antes de comenzar a recordar fechas y fórmulas que no les interesan?

Tal vez, solo tal vez (y esta es una humildísima propuesta) esta UPD sea un buen momento para escuchar a los chicos y las escuelas puedan recibirlos luego con mucha agua para evitar la deshidratación, un desayuno decente y una rica, larga, sana y entretenida conversación sobre lo que significa para ellos ese último primer día, sobre cómo sus cuerpos procesan el alcohol, sobre las consecuencias de cada descontrol y sobre cómo entre todos pueden hacer que el último año sea valioso y constructivo… antes de que llegue el descontrol de fin de curso.

Algunos dirán que hacer eso es dar vía libre a la previa. Es una opinión válida, pero lo cierto es que el desafío cotidiano de los jóvenes es un mensaje, y hay que aprender a escucharlo, contenerlo y, si es posible, guiarlo. Y feliz año nuevo escolar. Que nos sea leve.

Se conoce como el temible UPD o “último primer día”,

y uno no puede menos que reconocer que los pibes tienen inventiva cuando se trata de descontrol.

Es más que obvio que desde el punto de vista adulto nadie desea que su hijo pase la noche anterior al comienzo de las clases tomando alcohol, que no descanse.

Datos

Se conoce como el temible UPD o “último primer día”,
y uno no puede menos que reconocer que los pibes tienen inventiva cuando se trata de descontrol.
Es más que obvio que desde el punto de vista adulto nadie desea que su hijo pase la noche anterior al comienzo de las clases tomando alcohol, que no descanse.

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