El sexo de los hijos

Mirando al sur

Me lo dice con todas las palabras, lo dice de corazón: “Me trastornó mucho más encontrar un preservartivo en la mochila de mi hijo de 16 que el primer porro. Y que conste que hallé las dos cosas. Luego aparecieron pastillas anticonceptivas en su mesa de luz. Me resultó muy tierno que su novia las dejara allá, tal vez fuera un blister extra, por algún olvido. También me pregunté por qué su novia no podía guardar sus pastillas en su casa, por qué necesitaba dejar tal recordatorio de ‘tenemos sexo’ en la mía”. La palabra clave de esta columna es, claro, sexo. Nuestros hijos son seres sexuales. Nuestros hijos adolescentes tienen sexo. Nosotros, padres jóvenes, modernos, psicoanalizados, abiertos, que tuvimos sexo antes del matrimonio, que tuvimos sexo, tal vez, siendo adolescentes, nunca estaremos preparados para el sexo de nuestros hijos (y si creemos lo contrario nos mentimos). Tal vez porque cuando nuestro hijo o hija se entrega a un par nos abandona un poco, ha dado un paso único y definitivo: ha dejado de ser nuestro niño.

Yo respeté a rajatabla los consejos profesionales sobre cómo hablar con los hijos de la sexualidad. Cada pregunta infantil debía ser respondida sin vueltas, sin mentiras y sin exageración. Responder sólo a lo que el niño está realmente preguntando. Responder de modo concreto y sencillo. Esperar que surjan las inquietudes. No forzar. Mientras, me iba preparando para la “gran” charla, en la que les diría, a cada uno en su momento, que el sexo es hermoso, que es bueno, que es sano, pero que tampoco hay que apurar el momento, que mejor por amor, que hombres y mujeres son diferentes, que cada uno tiene sus tiempos y necesidades, que hay que dar y recibir, que hay que escuchar. Que siempre y bajo cualquier circunstancia, y siempre de nuevo y bien subrayado, hay que cuidarse –ella y él– durante la primera vez, durante el comienzo, el medio y el final de cada encuentro. Todo eso iba a decirles cuando llegara el momento. Y cuando llegó el momento resultó que ellos ya lo sabían o parecían saber todo. Que los amigos y primos y vaya uno a saber quién más ya los habían educado. Que hablar de esto con la madre resultaba horrendo y vergonzoso. Y así mis ilusiones de que podríamos conversar libre y abiertamente sobre sexualidad en nuestro hogar se fueron irremediablemente a la miércoles. Tema tabú para los padres, lo que sucede en el cuarto se queda en el cuarto. ¿En el cuarto de la casa de quién?

Nuestros hijos sexuales ya no pagan la hora de hotel alojamiento como lo hicimos sus padres sexuales (y además, seguramente está carísima y cada vez quedan menos telos). Nuestros hijos sexuales ya no se ocultan en un zaguán como sus abuelos sexuales. Nuestros hijos sexuales ahoran tienen sexo en sus casas, en sus habitaciones, en sus cómodas camas. Y los padres consentimos. O no.

M. J., madre de tres varones, cuenta que viene de una familia tradicional en donde el sexo era palabra prohibida pero hoy en día las novias de sus hijos tienen permiso para pecnotar. Al principio le costó, cuenta, hasta que comenzó a disfrutar de la compañía femenina, de las charlas de la tarde, de que la ayudaran y acompañaran, y entre ellas, entre madre y novias e hijos, creció un pacto: ella no se mete en lo que sucede puertas adentro de cada habitación, no pregunta (“Mi suegra fue una patada en los tobillos”, dice M. J. para explicar su distancia) y, a su vez, novias e hijos respetan los espacios de los demás. M. J. finaliza con una reflexión que va mucho más allá de una noche de amor adolescente, que habla de la vida y de los miedos: “Mejor una casa de puertas abiertas y que estén todos que cerrarlas y quedarse sola”.

La posición de M. J. es la de la mayoría de los padres con quien he conversado del tema. Los jóvenes tienen sexo, para qué ocultarlo, para qué mantener la hipocresía de las generaciones anteriores que preferían pensar que no existía eso que era tan obvio. Mejor, entonces, que nuestros chicos estén bajo un techo conocido a que se estén vaya uno a saber dónde. Mejor que estén cerca, a salvo. Mejor que se queden con nosotros. Por supuesto, el permiso a veces se da de frente contra situaciones concretas: chicos y chicas que comparten la habitación con sus hermanos, otros menores en el hogar, departamentos en los que los espacios no ayudan a la intimidad, familias de mujeres en donde la presencia de un varón resulta incómoda y viceversa. Pero lo cierto es que a los chicos de hoy en día no les resulta difícil encontrar el lugar en donde estar con la pareja. Si no es en la casa de uno, es en la del otro. Aunque a veces no, a veces no puede ser en la de ninguno.

S. está del lado de los padres que no permiten las relaciones sexuales adolescentes bajo su techo. O como dice otra mamá entrevistada: “En esta casa los únicos que tenemos relaciones somos mi esposo y yo”. Pero S. va más allá y lanza una frase que me parece profunda e interesante, que da para pensar. Dice: “El nido debe ser conquistado para que se valore en todas sus dimensiones”. Y explica así su punto de vista: “Creemos en la convivencia como un gran desafío en constante construcción, y de manera particular cuando hablamos de pareja. La cohabitación de los novios a edades tempranas en espacios que no han sido construidos por ellos con esfuerzo desdibuja la responsabilidad que conlleva”.

El debate está servido. ¿Les haremos un bien a nuestros jóvenes regalándoles espacios en vez de permitirles conquistarlos? ¿O es legítimo que ellos hagan en sus cuartos, a puertas cerradas, lo que quieran hacer? ¿Deberíamos hacer una lista de qué comportamientos están permitidos en el hogar y cuáles no? ¿Sexo no, autoerotismo sí? ¿O tampoco? ¿Cómo avanzar sobre la privacidad de los demás, aunque sean jóvenes y sean nuestros hijos? ¿O por lo contrario, al permitirles desarrollar su sexualidad en un lugar conocido les estamos dando el ejemplo de que, como decíamos al comienzo, el sexo es sano y hermoso y no tiene por qué esconderse? ¿No ayudaría eso a inculcar prácticas sexuales seguras y honestas?

Por supuesto, no tengo ninguna de esas respuestas. Pero en lo personal prefiero abrir las puertas (que ellos luego cerrarán bien cerradas) y dejar que el amor –y sus manifestaciones– sea parte natural de nuestras vidas.

Y cuando llegó el momento resultó que ellos ya lo sabían o parecían saber todo. Que los amigos y primos y vaya uno a saber quién más ya los habían educado.

Hablar de esto con la madre resultaba horrendo y vergonzoso. Y mis ilusiones de que podríamos conversar libre y abiertamente sobre sexualidad se fueron a la miércoles.

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Y cuando llegó el momento resultó que ellos ya lo sabían o parecían saber todo. Que los amigos y primos y vaya uno a saber quién más ya los habían educado.
Hablar de esto con la madre resultaba horrendo y vergonzoso. Y mis ilusiones de que podríamos conversar libre y abiertamente sobre sexualidad se fueron a la miércoles.

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