“Era imposible aburrirse con Otoño”, recuerdan sus amigas

Emilia Manzaneda y Leire Segovia contaron cómo fue el último día que la vieron con vida, relataron anécdotas y destacaron su espíritu alegre.

Nació en verano. El 24 de febrero de 1990. Y si como afirman dudosos estudios científicos los que nacen en verano son más optimistas, más altos y con huesos más grandes, Otoño era una digna representante de la época del año en que por primera vez vio la luz del sol.

Así la recuerdan sus amigas Emilia Manzaneda y Leire Segovia. Esas que recién el año pasado, a 10 años de su muerte, lograron poner en palabras el dolor que había significado su pérdida. Una pérdida incomprensible, absurda, criminal. Porque Otoño Uriarte desapareció cuando tenía apenas 16 años. Encontraron su cuerpo seis meses después, el 24 de abril de 2007.

“El 23 (de octubre de 2006) fue el último día que ella fue al colegio. Ese día entrábamos a las 8 de la mañana”, empezó Leire su relato con una sonrisa que sólo se oscureció cuando contó los seis meses de búsqueda, a la que se sumó casi todo Fernández Oro. Allí vivía Otoño con su papá Roberto, la pareja de su papá y sus cuatro hermanitos, a los que siempre acompañaba a tomar el transporte escolar. Luego iba a dejar la bicicleta a la casa de otra amiga donde se encontraba con Leire y, juntas, quizá sumando otras más en el camino, seguían rumbo al CEM 14. Otoño y Leire iban a tercer año y Emilia a segundo.

“Me acuerdo ese día porque mi mamá me iba sacando de mi casa a empujones porque eran las ocho menos cinco y tenía que hacer como 15 cuadras a la escuela. Salí con dos panes con manteca y dulce de leche. Era sabido que me encontraba con Otoño y era raro que desayunáramos en casa”, contó Leire. “Cuando la vi, le di el pan que llevaba y nos fuimos caminando y charlando las dos. Pasamos a buscar a otra chica más y llegamos al colegio. Normal. Como cualquier otro día”.

La jornada transcurrió entre las actividades escolares y las ocurrencias de Otoño que, según Emilia, eran tan constantes que a veces “se ponía pesada”. Lo dice y sus recuerdos vuelven a esos años adolescentes: “Era imposible aburrirse con Otoño. Hay una anécdota asquerosa de ese día. Pero siempre lo hacía. Ella compraba unas hamburguesas, les pegaba un mordisco, las masticaba y con la boca abierta te corría por toda la escuela”.

“Sííí”, se ríe Leire: “Nos vivía corriendo. Vos venías caminando y ella corría y te saltaba a caballito de tal manera que te llegabas a caer. Era grandota”.

Ambas amigas aún no entienden lo que pasó ese 23 de noviembre, después de las 11 de la noche, la última vez que alguien la vio. Habían estado juntas casi todo el día porque después de clases tuvieron Informática y más tarde Educación Física.

Otoño “era una persona que no tenía problemas con nadie. Siempre andaba con su chispa, con su vozarrón por ahí”. Además, recordaron, todos la conocían por dos detalles. Su nombre, que era único en Fernández Oro, y por cómo era. “Nunca pasaba desapercibida”. Otoño vivía riéndose a carcajadas, hacía chistes, bromas, escondía las cosas de sus amigos. Era una gran deportista, le gustaba particularmente el vóley. “Era una loca, insoportablemente pesada”, recuerdan de nuevo sus amigas utilizando las frases que le decían cuando, por ejemplo, había que hacer alguna tarea en la escuela y Otoño no paraba.

Como cualquier adolescente también le gustaba la música. “Ese año se estrenó el tema de Maná Labios compartidos y ella lo cantaba a los gritos, en medio del aula, en la galería. Donde estuviera. Se le había pegado”, relató Leire o Emilia y ya no importa quien porque sus recuerdos se entrelazan.

La última vez que la vieron a Otoño fue al término de la clase de educación física, el día que por primera vez les tocó hacer fútbol. Esa noche, alrededor de las 11, los padres de Leire la vieron pasar camino a su casa, en una chacra cercana.

“Nos vivía corriendo. Venías caminando y ella corría y te saltaba a caballito de tal manera que te llegabas a caer. Era grandota”,

recordó Leire Segovia sobre su amiga, asesinada en el 2006.

La búsqueda

Cuando el papá de Otoño, Roberto Uriarte, comenzó a temer por el destino de su hija durante la mañana del día posterior al 23 de octubre, la mayoría del pueblo de Fernández Oro se embarcó en la búsqueda. Sus compañeros de la escuela se organizaron. Armaron panfletos, subieron y bajaron de los colectivos preguntando si alguien la había visto. Hicieron marchas, reclamos, durmieron en un polideportivo para no perder tiempo. Cuestionaron a la Justicia y Policía que, hasta el momento, no logró determinar quiénes la mataron. Su cuerpo lo encontraron en el canal principal de riego el 24 de abril de 2007, casi 6 meses después.

Las actividades

Mañana se cumplen 11 años de la desaparición de Otoño Uriarte. Sus amigos y familiares la recordarán con una radio abierta en los tribunales cipoleños de Urquiza y España, adonde está de nuevo la causa. Comenzará a las 9. El objetivo es pedir que se agilicen las pruebas que se necesitan para que la investigación avance tras la decisión del STJ de hacer lugar a un recurso de casación y revocó el sobreseimiento de Néstor Cau, Germán Antilaf, José Hiram Jafri, Maximiliano Lagos, Federico Saavedra y Juan Marcelo Calfiqueo.

El sábado 28, en la plazoleta de Fernández Oro, a partir de las 15, habrá música, teatro y murgas.

Datos

“Nos vivía corriendo. Venías caminando y ella corría y te saltaba a caballito de tal manera que te llegabas a caer. Era grandota”,

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