Un gauchito de ley: las vacaciones de invierno en el campo de Benja en Cholila
Con el receso en Esquel, Benjamín cumplió 9 años y se fue a disfrutar entre caballos, arreos, caminatas en la nieve con los perros y darle de comer a la vacas y las ovejas en este paraíso al pie de la cordillera de los Andes en Chubut, donde trabajan cuatro generaciones de la familia. Mirá qué maravillas las fotos y el video...
Cuando arrancaron las vacaciones de invierno en Esquel, justo después de cumplir 9 años, Benjamín Guzmán se fue a pasar unos días en Cholila con su papá Franco, a 145 km.
Allí, en ese paraíso al pie de la Cordillera de los Andes al noroeste de Chubut fue el primero en levantarse cada día y les avisó a sus bisabuelos Ramón y María Luisa que él se encargaría de encender el fueguito.
Dejó el celular para vivir unos días de pura naturaleza en la nieve, cabalgar, caminar con su abuelo Nobel y dar una mano para llevar los fardos para darles de comer a las vacas y ovejas y maíz a las gallinas.
Sin olvidar los juegos y los mimos con Pitufa y Oso, que no paraban de ladrar y mover la cola mientras lo acompañaban en sus aventuras camperas. Claro que lo primero es lo primero: armó el muñeco de nieve.
Todo, en el establecimiento El Destino, que te recomendamos agendar: planean volver a ofrecer las excursiones como las cabalgatas que organizaba Franco antes de la pandemia hasta un glaciar a 3 km del límite de la frontera con Chile, entre otras maravillas.
Fiel a la tradición de los arrieros, como buen jinete, Benja aprendió a silbar antes que a hablar. Le gusta andar en el caballo de su bisabuelo. «Se hizo inseparable de Corcho. Le pusimos así porque es cortito y gordito. Es noble, resistente, manso y tranquilo como buen caballo criollo. Es ideal para él», explica el papá, Franco. Pero también le gusta mucho salir con otro pingazo, Caramelo.
A veces, en la crudeza del invierno en la Patagonia, don Ramón se tiraba a descansar un rato a orillas del fueguito que prendió Benja al alba y entonces reinaba el silencio a su alrededor en la casa que nació de barro y madera pero con el tiempo sumó ladrillos y revoque. La calefacción y la cocina, como siempre, son a leña, pero hace 10 años llegó la electricidad y desde entonces hay heladera y televisor con conexión satelital. Franco instaló las antenas que les permite tener Internet.
«Cuando llegó la luz les cambió la vida», dice. Habla de su abuelo y de su abuela, María Luisa, de 86 años, que convirtieron entonces las garrafas y los faroles a querosén en un recuerdo de otros tiempos.“Si hay alguien que merece descansar son ellos, se lo tienen bien merecido. Pero igual se mantienen activos, porque el campo es su vida”, dice Franco, que aprende del abuelo los secretos del oficio en el campo y el corral y de su abuela todo lo que ocurre cerca de la casa, en la granja y la huerta.
En estos días se sumó Benja. Y entonces fueron cuatro las generación que se unieron para tirar juntos del carro.
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