La playa de Brasil, elegida la mejor del mundo, se resiste al turismo masivo y es el sueño de muchos

Descrito por Américo Vespucio en 1503 como el paraíso en la Tierra, este archipiélago brasileño sigue deslumbrando por sus playas únicas, su vida marina y un delicado equilibrio entre conservación y turismo. Praia do Sancho, elegida seis veces la mejor del mundo, es apenas la puerta de entrada.

En Fernando de Noronha, el azul no es un color, es una experiencia. Lo fue cuando Américo Vespucio lo escribió en una carta hace más de cinco siglos y lo sigue siendo hoy, aunque el tiempo, los viajeros y las reglas hayan dejado su marca. A 540 kilómetros de Recife, en el Nordeste de Brasil, este archipiélago volcánico parece suspendido entre la promesa del paraíso y la obligación de cuidarlo.

Dentro de ese archipiélago está, Praia do Sancho que fue elegida como la mejor playa del mundo seis veces en el ranking Traveler’s Choice de TripAdvisor, basado en millones de opiniones de usuarios. Quedó en el primer puesto, por encima de íconos globales como Eagle Beach, en Aruba, o Grace Bay, en Turks and Caicos. Un reconocimiento que no sorprende: desde la histórica guía Quatro Rodas hasta Lonely Planet, Sancho lleva décadas siendo señalada como una joya incomparable.

Llegar no es simple. Hay que descender por una empinada escalera encajada en la grieta de un acantilado. Abajo, la recompensa: una bahía de aguas tibias y transparentes, arena clara y una vida marina que aparece incluso sin sumergirse. Tortugas, peces de colores y sombras que se deslizan bajo la superficie convierten cada chapuzón en una escena de documental.

Es cierto: ningún ranking es palabra sagrada. Pero aplausos más, aplausos menos, Sancho es una playa como pocas en el mundo. Única, asombrosa. Y también un lugar donde el paso del tiempo se siente.

Noronha nunca fue un destino sencillo ni barato. Para pisar la isla hay que volar y pagar una Tasa de Preservación Ambiental por cada día de estadía. El objetivo es claro: evitar la sobrepoblación y desalentar estancias prolongadas. Ese dinero va a las arcas del estado de Pernambuco y, en teoría, se destina al mantenimiento y la conservación.

La preservación, es visible bajo el agua. Delfines rotadores, rayas, tiburones, tortugas marinas y aves conviven en un entorno donde la flora y la fauna son prioridad absoluta. Aunque el límite diario de visitantes se mantiene bajo, alrededor de 500 personas, los números crecieron.

Hoy proliferan las posadas boutique, más sofisticadas y exclusivas. Las celebridades siguen llegando, pero ahora lo cuentan en Instagram. Muchos visitantes buscan la foto exacta en la piscina natural donde Neymar Jr. posó con su pareja, más que el silencio de un buceo entre tortugas.

También aumentaron los restaurantes y los autos. Tanto, que en Vila dos Remédios, el pequeño centro, ya hay embotellamientos ocasionales. Noronha apuesta a que, de aquí a 2030, todos los vehículos sean eléctricos. Algunos ya circulan, pero mientras los antiguos no se retiren, la transición avanza a medias.


Preservar, ante todo


Desde 2012, el acceso a las playas más emblemáticas cambió. El Parque Nacional Marino fue concesionado al mismo grupo que administra las Cataratas del Iguazú y, desde entonces, además de la tasa diaria, hay que pagar una entrada extra para ingresar a playas como Sancho, Baía dos Porcos o Leão. Los residentes, que antes accedían libremente, ahora deben identificarse con una credencial.

A ciertas horas, un avión cruza el cielo trayendo nuevos visitantes. Llegan a comprobar si todo esto es verdad. Si el paraíso existe. Noronha no promete respuestas fáciles. Ofrece algo más complejo: belleza, límites y la certeza de que, para que siga siendo así, hay que aprender a mirar con cuidado.

Baía do Sancho, ubicada en el archipiélago de Fernando de Noronha, a 354 kilómetros de la costa continental de Brasil, es una playa que: 

  • Forma parte del Patrimonio Natural de la Unesco. 
  • Se destaca por sus paisajes aislados y solitarios. 
  • Tiene agua de color esmeralda. 
  • Sorprende con su arena fina y clara. 
  • Solo tiene acceso mediante un viaje en barco o a través de una caminata entre los acantilados. 

En Fernando de Noronha, el azul no es un color, es una experiencia. Lo fue cuando Américo Vespucio lo escribió en una carta hace más de cinco siglos y lo sigue siendo hoy, aunque el tiempo, los viajeros y las reglas hayan dejado su marca. A 540 kilómetros de Recife, en el Nordeste de Brasil, este archipiélago volcánico parece suspendido entre la promesa del paraíso y la obligación de cuidarlo.

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