A 50 años del Cordobazo, el día que crujió la ingeniería autoritaria

La protesta y rebelión social que sacudió a Córdoba y el país fue un hecho fundacional de una ola que marcó el inicio del fin de la dictadura de Onganía y quedó en la memoria política nacional.

A medio siglo del Cordobazo! Medio siglo de un acontecimiento cuya textura, realidad ya es incluso leyenda, una polifonía que sigue latente en al menos tres generaciones de argentinos.

-Electrizante. Fue electrizante -le dijo el historiador americano Roberts Potash a este diario hace algo más de 20 años. Y acotó:

-Electrizante en todas las direcciones de la vida argentina… No soy amigo de reflexionar la historia en términos de “antes y después”, pero a veces creo que el Cordobazo tuvo algo de eso. (1)

Desarrollista. Culto. Ministro de Obras Públicas del régimen de Juan Carlos Onganía en Río Negro entre 1966 y 1970, el comodoro Roberto Huerta (2) gobernó Córdoba tiempo después del Cordobazo. Y ya en democracia, en el hoy desaparecido Arturito de calle Corrientes, de donde era un habitué, recordó:

-Cuando supe que miles de obreros bajaban rumbo al centro de Córdoba, supe que terminaba el minué casto y ceremonioso con que los militares gobernábamos el país. Se terminaba algo… no sé, me falta una metáfora…

Entonces, uno de los presentes en la mesa lo ayudó:

-Cuando en la política francesa algo no funciona, dicen: “La mayonesa no cuaja¨…

-Y, sí… con el Cordobazo la mayonesa dejó de cuajar -señaló este aviador retirado que, enamorado de Río Negro , alentó y plasmó la construcción del canal Pomona-San Antonio.

Y al apreciar aquellos días del Cordobazo en aquel tumultuoso final de mayo del 69, el historiador Luis Alberto Romero se aventura en el territorio complejo de las comparaciones.

Entonces escribe:

“Como acción de masas, el Cordobazo solo puede ser comparado con la Semana Trágica de 1919 o con el 17 de octubre, con la diferencia que en este último caso la policía apoyó y custodió a los trabajadores”. Y en línea a esta última referencia, Romero señala que también el Cordobazo “fue el episodio fundador de una ola de movilización social que se prolongó hasta 1975”. Este punto de vista alienta a Romero a dos conclusiones:

1) Esa fundación dio forma al “enorme valor simbólico” con que se proyectó y proyecta aún aquel proceso.

2) “Aunque de él se hicieron lecturas diversas, desde el poder, desde las estructuras sindicales o políticas existentes o desde la perspectiva de quienes, de una manera u otra, se identificaban con la movilización popular y extraían sus enseñanzas de la jornada. Pero, cualquiera fuera la interpretación, un punto era ineludible: el enemigo de la gente que masivamente salió a la calle era el poder autoritario, detrás del cual se adivinaba la presencia multiforme del capital”.


Córdoba capital era sinónimo de industria y una burguesía que crecía dinámicamente como servicio a ese aparato. Y estaba la universidad nacional, para aquellos días de rebelión, con 350 años de historia.


Si comienzo tiene la historia, la del Cordobazo se inició en Corrientes y Rosario algo más de una semana antes de aquel 29 de mayo del 69, cuando más de 15.000 obreros industriales con respaldo de sectores medios y de no menos de 7.000 estudiantes universitarios ganaron las calles de la capital cordobesa.

El asesinato de dos estudiantes universitarios en Rosario y Corrientes -Bello y Cabral- desplegaría los vientos de rebelión a lo largo y ancho del país. Pero en Córdoba esos cadáveres y las represiones fogonearon el fuego mayor. Entonces, una docena más de muertes. Y desbaratamiento general del orden de dictadura impuesto por el partido político-militar surgido en junio del 66, cuando derrocó al ilegítimo gobierno del radical Arturo Illia. Un gobierno inmortalizado por su decencia y el sostenido crecimiento de la economía -un 6% acumulativo- que lideró. Pero ilegítimo, ya que desde el 55 el peronismo estaba prohibido. Prohibición que condicionó durante 18 años el sistema político argentino.

No es motivo de estas líneas detallar las formas y contenidos que signaron al Cordobazo. Todo dado en un espacio urbano que ya había superado el millón de habitantes. Geografía que había mudado aceleradamente su perfil productivo a mediados de los 50. Córdoba capital era sinónimo de industria y una burguesía que crecía dinámicamente como servicio a ese aparato. Y estaba, claro, la universidad nacional, para aquellos días de rebelión, con 350 años de historia en su mochila.

Cualquiera fuera la interpretación, un punto era ineludible: el enemigo de la gente que masivamente salió a la calle era el poder autoritario, detrás del cual se adivinaba la presencia multiforme del capital”.

Luis Alberto Romero, historiador

“Está Brasil, pero está San Pablo”, solía decir el expresidente brasileño José Sarney. Y así marcaba particularidades en miradas y ejercicios de poder por parte de esa inmensa ciudad en relación al resto del país. Y está Córdoba. Jamás plenamente unitaria ni federal. Con historia de ansias industriales que viene de muy lejos, cuando en 1870 organizó la primera exposición industrial del país. La Córdoba de jesuitas y catolicismo dogmáticos, pero también cuna del progresismo: la Córdoba de la Reforma Universitaria. La Córdoba de un partido conservador ajeno al miedo y a la dialéctica que define a la historia. Y la Córdoba que nunca fue plenamente radical ni peronista. En mucho cuna decisiva de Montoneros y el ERP. Y la Córdoba de Benjamín Menéndez, alías Cachorro. La Córdoba que irritaba a Sarmiento por el poder y la ironía con que lo trataba. “Facundo” a modo de confesión de esa irritación. En fin, Córdoba…

Ríos y océanos de tinta cuentan, explican, ayudan a pensar el Cordobazo. Pero quizá “El Estado burocrático autoritario (1966-1973) ” de Guillermo O’Donnell sea el de mayor rigor académico (su primera edición es de 1982). ¿Pero qué es el Estado burocrático autoritario o BA? O’Donnell lo define a través de una variada gama de especificidades . A modo síntesis ligera, vale explicarlo como:

1) Una concepción de la organización del poder y de su ejercicio de naturaleza ingenieril. O sea, creer que las sociedades son pasibles de ser colocadas en la línea del progreso mediante una práctica dominante, represiva en extremo, de los propios idearios individuales y de conjunto de esas sociedades. Sean políticos, culturales, religiosos o de práctica cotidiana de la vida. El BA es -desde la perspectiva histórica- o era un intento de gobernar paternalista, con la cachetada siempre a mano.

2) Y señala O’Donnell sobre la especificidades históricas del Estado BA: “Quienes llevan a cabo y apoyan su implementación, coinciden en que el requisito [para extirpar la crisis] es subordinar y controlar estrictamente al sector popular, revertir la tendencia automatizante de sus organizaciones de clase y eliminar sus expresiones en la arena política. Tal reacción a esa amenaza, y a su concreción en la gran tarea de ‘poner en su lugar’ a sectores subordinados que, primero como pueblo pero cada vez más como clase, aparecieron como encarnación de esos temores, en una sociedad dependiente cuya particularidades desigualizantes y transnacionalizadas parecen hacer aún más necesario exorcizar esos fantasmas. Esta es la médula específica del Estado BA”.

Y claro, toda esa aspiración, toda esa ingeniería de “orden, orden”, quedó arrasada hace medio siglo.

Fue en Córdoba…


¿Hubo traición militar?

Dos bibliotecas. Ninguna resuelve el enigma con solidez de argumentos. O en todo caso, retroalimentan la poca luz existente.

Alejandro Agustín Lanusse

* Una biblioteca dice que sí. En variados términos – según la pluma -, pero que sí. Sí, Alejandro Agustín Lanusse, comandante en jefe del Ejército al momento de el Córdobazo aprovechó el desmadre para limarle poder al dictador de turno: Juan Carlos Onganía. Un general ropero. Mostachos. Labio leporino. Rústico funcionamiento neuronal. Amante de la censura a todo lo distinto a su ideario. Cuando “Tía Vicenta” lo presentó como una foca, la clausuró. Católico y más católico si era necesario. Símbolo perfecto de la unión de la cruz y la espada que ya por aquellos años pregonaba Mariano Grondona como sustancia liminar del país. Y Onganía había llegado a general sin pasar por la Escuela de Guerra. Entonces no era oficial de Estado Mayor, condición casi excluyente para las palmas en la solapa. Logró el generalato por una doble vía. Una: siguiendo al pie la letra la sugerencia de Juan Perón: para ser general solo es necesario levantarse temprano, comer sano y acostarse temprano. Otra: porque en el marco de las peligrosas imbecilidades que dividieron a las FF. AA. entre Azules y Colorados a comienzos de los 60, en Campo de Mayo él había gritado “¡Aquí mando yo, carajo¡”. Emulando gestualidades y chillidos de José Evaristo Uriburu cuando Colt 38 en mano, entró el 6 de septiembre a la Casa Rosada para sacar del sillón de Rivadavia Hipólito Yrigoyern. Pero encontró el sillón vacío. Irigoyen en consonancia con su mote de “El Peludo”, había disparado con ágiles corridas cortas y cambios de dirección.

* Y está la otra biblioteca, la que dice que no. Que “Cano” Lanusse no conspiró contra Onganía. Que de ninguna manera aquel complejo 29 de mayo del 69, aquel general jefe del Ejército, había demorado la intervención de la Brigada de Paracaidistas con asiento en la Docta, para poner orden. Y vía esa demora, creciendo y creciendo el revoltijo, erosionado el poder de Onganía. Y luego, claro, sacarlo del poder. ¿Para qué? Para oxigenar el sistema político argentino.

En este marco se potenciaba a velocidad uniformemente acelerada, la gravitación que sobre el sistema político tenía la proscripción del peronismo. Imperaba desde el ’55. El sueño de una Argentina sin peronismo había nacido muerto. Solo la tozudez y la imbecilidad intentaban alimentarlo.

Juan Carlos Onganía

Y Alejandro Agustín Lanusse era consciente de esa renguera. Desde lo ideológico, nada lo unía a Juan Perón. Es más, por conspirar contra su régimen había pasado cuatro años preso en frías cárceles de la Patagonia. Pero Lanusse no era necio. Para aquel año de el Cordobazo palpaba, sabía de la inquietud que generaba en lonjas importantes del poder, la renguera del sistema. Y la creciente radicalización del peronismo. Y desde ese palpar, había comenzado a mirar a otro general. Retirado. Sí, símbolo del antiperonismo aunque había llegado a general apañado por Perón: Pedro Eugenio Aramburu.

“El Vasco” también esta persuadido de los problemas que acorralaban al sistema político. De lo inevitable del peronismo

En las cercanías facistoides y católicas de Onganía sabían de estas miradas. Despreciaban a Aramburu, odiaban a Lanusse.

En diciembre de aquel tempestuoso 69, en la tapa de “Periscopio”, revista que reemplazaba a “Primera Plana” prohibida por “La Morsa”, Aramburu estampaba una reflexión: ¨Y…si me lo piden¨…

Aramburu selló su destino: su muerte.

Cinco meses después un grupo de jóvenes católicos con sólidas relaciones con cercanos a Onganía, lo secuestran. Lo asesinan. Los Montoneros estrenaban poder. Semanas después, Lanusse aceleraba la historia: echaba a Onganía.

Lo que siguió, es otra historia.


Un tiempo muy particular

Reflexionar sobre el Cordobazo es reflexionar sobre un tiempo, una época que abría surcos en la vida del país de aquel presente. En tren de esa tarea, lo puntual -los hechos en sí mismo- solo tienen valor en el marco de esa época. De las inmensas mundanas que los agitaban desde mucho antes de aquellas jornadas. “Latía un trasfondo” que esperaba la oportunidad de talar en la construcción de aquella semana de sangre y fuego.

La historiadora cordobesa María Estela Spinelli (1) define muy acertadamente el signo de aquel tiempo, aquella época. Los ve impregnados de una “cultura vanguardista y contestataria” que, en criterio de otra investigadora cordobesa, Monica Gordillo (2), “Ya era visible en desde fines de los años cincuenta, y que tuvo su irradiación en el emblemático Instituto Di Tella”.

Un tiempo “con múltiples creaciones y manifestaciones artísticas e intelectual en el marco de la extensión de la cultura psicoanalítica, en el impacto de la literatura latinoamericana, entre otros; se expandía y politizaba recientemente al ritmo de las transformaciones del mundo joven. Jóvenes de las clases medias de las ciudades más grandes del país comenzaron a identificarse con los movimientos que liberalizaban las costumbres, sacudían prejuicios sociales y morales heredados.

En los ámbitos de trabajo más calificados, clubes, iglesias, grupos de amigos y compañeros de estudio o de trabajo, en los grupos de lectura, teatros, cafés y cines club. Este fue -junto con el proceso de politización y radicalización que la represión no había logrado detener y que encontraba paralelos en buena parte del mundo desarrollado y de los países latinoamericanos- uno de los trasfondos que alimentó la gran rebelión desatada contra las condiciones económicas y políticas imperantes.

1) María Estela Spinelli, “De antiterroristas a peronistas revolucionarios. Las clases medias en el centro de la crisis política argentina (1955-1973)”, Sudamericana.


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