AF y CFK, en la “burbuja” del poder

Según el léxico que ha implantado la pelea contra el coronavirus, si algo ha dejado claro el flamígero discurso presidencial del 1/3 es que Alberto Fernández y su vice son parte de una misma burbuja. En tres de los temas principales, él la halagó con reverencia: le pegó por todos lados a la Justicia que según Cristina la está acosando; como ella, le dio a Mauricio Macri chapa de gran enemigo y anunció que iba a judicializar el tema del FMI, una cuestión de política económica igual a la del dólar futuro que aún la desvela a CFK. Es probable que debido a estos tips de tanta melosidad impostada, el Presidente haya enhebrado probablemente un muy mal e incompleto discurso, si se lo mide en términos comparativos con su anterior apertura del Congreso, un año atrás.


La intervención presidencial, custodiada con la mirada, gestos y hasta con suaves toques de una Cristina sin barbijo, igual que él, no tuvo una impronta económica, salvo expresiones de deseos orientadas a la salida de la recesión, aunque dejó con más incógnitas a los sectores productivos ya que los planes que hay son puro voluntarismo.


La inflación, terrible mal que escala día a día y lima los bolsillos, fue apenas una gota en el mar de anuncios, con ningún camino claro para combatirla, salvo decir como una concesión que se trata de algo “multicausal”, como si el peronismo hubiera descubierto recién ahora -a instancias de Martín Guzmán, probablemente- que los desajustes macroeconómicos son la madre del déficit y que éste el padre del endeudamiento y de la emisión.


Justamente, el cuestionado ministro Guzmán, a quien se lo azuza con la sombra de Axel Kicillof, ya no sabe cómo hacer para negociar con el Fondo Monetario sin que le dinamiten los puentes desde adentro mismo, ya que la idea amasada en el Instituto Patria es que antes de octubre del tema “ajuste” no se habla y se sabe que eso es lo que cualquier acuerdo exigiría.
Mientras tanto, el Gobierno apela a la vieja receta de apretar el resorte del tipo de cambio y de las tarifas, dos precios que fatalmente se van a disparar después de octubre.


Ahora, el titular de Economía deberá explicarle al Fondo la agraviante ofensiva que busca demostrar que el organismo ayudó políticamente a Macri, mientras ellos mismos han puesto la cuestión en manos de una auditoría externa.
Es verdad que ahora Guzmán tiene contactos muy altos en el Departamento del Tesoro del gobierno de Joe Biden, pero ya se verá si le va a dar la cara para explicar.


El titular de Economía deberá explicarle al Fondo la ofensiva que busca demostrar que el organismo ayudó políticamente a Macri, mientras ellos acudieron a una auditoría externa.



Si bien la ofensiva contra la Justicia y este episodio con el FMI se han llevado los titulares, el discurso tuvo un importante cariz político y allí hay dos maneras de interpretarlo.


Mientras algunos analistas lo ven como una jugada maestra de Fernández para contagiar de ánimo albertista a Cristina, en pos de una reválida para 2023 si el oficialismo gana en octubre, lo que dejaría nada menos que a Máximo Kirchner en el camino, hay otros que creen que el Presidente se rindió ayer con pertrechos, bandera y banda, como en las guerras.


El socio de Poliarquía, Eduardo Fidanza, señala que el discurso hay que analizarlo en “el contexto” de que faltan pocos meses para las elecciones y más allá de su “ambivalencia” de ir hablando “por momentos” de aquello que le interesa a cada parte de la coalición de gobierno, hay que enfocarse en saber si “Alberto es un apéndice de Cristina o si tiene un proyecto de reelección, como se dice en su entorno, entonces es un actor político de fuste”, dice. Ante el mismo escenario, otro politólogo, Carlos Fara, explica que “el albertismo nunca fue un proyecto político, no existió ni va a existir”.


Sea cual fuere el final de la historia, de la cual Sergio Massa pareció mostrarse aislado y escondido detrás de su barbijo, la burbuja presidencial que empareja las posiciones entre la investidura y el poder no deja de ser preocupante, sobre todo porque la receta para poner en marcha el país atrasa por ambas partes. Es que en esa relación anidan preconceptos, sumisión y mala fe, ingredientes tóxicos de la política que nunca han generado finales felices.


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