Amigos otra vez

Puesto que la política exterior, lo mismo que el rumbo que tome la economía nacional en los próximos meses, depende tanto del estado de ánimo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, es razonable suponer que, siempre y cuando no ocurra nada extraño, la reunión amable que celebró con su homólogo norteamericano Barack Obama en Cannes se verá seguida por un cambio muy significante en la relación con Estados Unidos. Si bien antes de iniciar su gestión en el 2007 Cristina pareció decidida a poner fin a las tensiones que había provocado su marido, el que no vaciló en aprovechar la visita de George W. Bush a Mar del Plata para insultarlo, de tal modo congraciándose con la izquierda nacionalista local y los admiradores del caudillo venezolano Hugo Chávez, una serie de desencuentros y malentendidos que culminó con la incautación del contenido de un avión de la Fuerza Aérea estadounidense parado en Ezeiza por parte del canciller Héctor Timerman sirvió para llevar la relación bilateral a su punto más crítico desde los días de la dictadura militar. Así las cosas, cuando Obama calificó a Cristina de “una gran amiga mía y de Estados Unidos” se trataba más de una expresión de deseos que de una descripción realista de la actitud reciente de la presidenta hacia la superpotencia y su mandatario, pero puede que en el transcurso de su segundo cuatrienio se acerque a la verdad. Aunque siempre habrá roces con Estados Unidos, cuyos intereses geopolíticos y económicos a menudo no coinciden con los nuestros, no existen motivos concretos para que sean más graves que los que con cierta frecuencia se producen entre países aliados. Al fin y al cabo, en un mundo agitado por diversas crisis de desenlace sumamente incierto no nos convendría del todo figurar entre los enemigos del país que, a pesar de sus muchos problemas y el derrotismo que se ha difundido en sectores de sus elites dirigentes, seguirá siendo por un margen muy grande el más poderoso y el más influyente. Para que no quedaran dudas al respecto, hace poco funcionarios optaron por votar en contra de la Argentina en reuniones del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo; la oposición estadounidense a que el país recibiera créditos blandos fue en buena medida simbólica, ya que otros integrantes de los directorios respectivos los apoyaron, pero sirvió para advertirle al gobierno kirchnerista de que no le sería tan fácil como esperaba saldar las deudas pendientes con los miembros del Club de París. Por lo demás, la eventual reconciliación con Estados Unidos debería verse facilitada por la pérdida de atractivo del chavismo “antiimperialista” al intensificarse los conflictos internos en Venezuela y su satélite Bolivia, además del ejemplo brindado por Cuba donde la dictadura comunista está procurando seguir, muy tardíamente, el camino trazado por sus presuntos correligionarios chinos que hace más de tres décadas decidieron reemplazar las doctrinas económicas de Karl Marx por otras más afines a las de Adam Smith. Será en parte por eso que en Cannes, para sorpresa de muchos, Cristina se afirmó una defensora fervorosa del “capitalismo serio”. En un mundo “globalizado” en que negarse a cooperar puede tener consecuencias nefastas, es importante mantener relaciones amistosas y fluidas con países que, en términos generales, forman parte de la misma comunidad al compartir los mismos valores básicos. Por sus dimensiones, y por su poder económico, Estados Unidos es forzosamente el líder de Occidente y está obligado por el papel así supuesto a tomar decisiones muy difíciles. De éstas, las más espinosas que enfrenta en la actualidad tienen que ver con la amenaza planteada por el fanatismo islamista representado por Irán y por las agrupaciones terroristas subsidiadas por su régimen teocrático, cuestión ésta que con toda seguridad adquirirá mucha importancia en los meses venideros. Últimamente la actitud del gobierno kirchnerista hacia Irán ha sido un tanto ambigua, lo que ha motivado la inquietud de quienes en Washington habían aplaudido la firmeza manifestada por Néstor Kirchner al referirse desde la asamblea general de la ONU a las sospechas en torno al involucramiento del régimen en los atentados sanguinarios contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA.


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