Análisis: A puro cimbronazo, la decisión está servida

Queda claro para el electorado que Fernández no será la figura estelar: Es y seguirá siendo Cristina la que impondrá ritmo y estrategia.

Alberto es hoy todo lo contrario del censor que era y, de un día para otro, se puso al hombro la operación regreso del cristinismo.

Frente a la estupefacción de sus propios militantes, de todo el arco partidario y de los ciudadanos del país, Cristina Fernández da un fuerte cimbronazo en busca de aventajar posiciones dentro del peronismo y ensanchar sus chances electorales. Intenta convertirse en articuladora de acuerdos con los sectores alérgicos a su figura. Al menos con parte de ellos.

Es una jugada de riesgo, con derivaciones aún no predecibles. Hay dudas sobre el propósito. Y también sobre la imagen y predicamento real del elegido para la candidatura presidencial, Alberto Fernández, un hombre que –por algunos años y hasta no hace poco– no ha ahorrado denuestos contra Cristina, diferenciándola claramente de Néstor Kirchner.

Pero Alberto es hoy todo lo contrario del censor que era y, de un día para otro, se puso al hombro la operación regreso del cristinismo. De supuesto perfil dialoguista, en las últimas semanas trabajó por el intento –fallido– de que la ex mandataria esquivara el banquillo de su primera causa de corrupción. Y fue el armador de la reciente cumbre del PJ que, en realidad, mostró sólo caras amigables con el kirchnerismo.

Ahora Cristina, a sabiendas de que deberá afrontar malos tragos judiciales y conocedora de los críticos indicadores de su imagen (tan malos como los que ostenta el presidente Macri), proclama un anuncio épico y efectista, casi del estilo del histórico renunciamiento de Eva Perón, y pone al delfín que más se aproxima a su estrategia de restyling hacia la moderación.

Su anuncio busca sacar provecho de la indefinición en la que está enredado el llamado Peronismo Alternativo en su batalla de egos. Un sector que no tiene aún una figura clave que se imponga entre sus fundadores, que espera gestos claros de un exitoso exponente como Juan Schiaretti y que todavía escudriña los misterios de Roberto Lavagna.

La ex presidenta intenta especialmente sacar utilidad de las posiciones errantes de Sergio Massa, interpretadas como coqueteos con el kirchnerismo matizados con palos que sólo desorientan. Al fin y al cabo, Massa comparte con el flamante candidato a presidente Alberto Fernández características muy parecidas: ambos fueron jefes de gabinete K, se consideraron desairados con Cristina, la abandonaron y criticaron con tonos similares. Pero mientras estuvieron al frente de las funciones más cimeras, defendieron a capa y espada las políticas K y miraron de costado su obscena corrupción.

Queda claro para el electorado que Fernández no será la figura estelar, más allá de las mediciones que se impulsarán de urgencia al exjefe del gabinete, que estaba fuera del radar de los encuestadores. Es y seguirá siendo Cristina -más allá del segundo plano declamado- la que impondrá ritmo y estrategia.

Los tiempos, su imagen, los mercados, la obligan a maquillar de mesura impostada sus modos y convicciones (bien plasmados en su éxito editorial “Sinceramente”). Su urgencia hoy es extender geografía política y pasar a la iniciativa, cuando casi todos sus adversarios se la pasaron vacilando, esperando e interpretando los movimientos de la ex presidenta.

El anuncio desconcierta a propios y adversarios. Lo concreto es que ya hay definición. Obliga al Peronismo Alternativo a dejar atrás sus cabildeos y pujas internas, y al oficialismo a revisar o confirmar sus planes (“M”, “V” o el que sea). Lo que importa es que Cristina está en la fórmula Fernández-Fernández.


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