ANALISIS: Paranoia «K»

En ningún lugar del mundo, nadie debería tener mayor protección que un presidente. Nunca se debe descartar la hipótesis de un magnicidio, ya sea por cuestiones ideológicas o porque la mente retorcida de algún enfermo que desea obtener notoriedad decide apretar un gatillo o estrellar un camión contra la fachada de su casa.

Pero, ante el episodio de Río Gallegos, cada cosa en su lugar, ni tanto ni tan poco. Una cosa es una conspiración y otra un atentado. El verbo «atentar» como una acción que involucra algo ilegal o ilícito no tiene por qué ser meneado como lo están haciendo todos los actores de la vida política, deseosos de usar el caso para esconder sus propias debilidades. Los unos para sacar de la tapa de los diarios temas que no les conviene que estén y los otros para escabullirse ante una más que notoria falta de líneas de acción y de propuestas para contrastar.

El Gobierno decidió ponerse en víctima, exacerbando un poco más la paranoia que lo hace buscar siempre sus enemigos afuera de su órbita de responsabilidad, a los que invariablemente culpa cuando las cosas no salen como le gusta.

Se sabe muy ducho en materia comunicacional y apunta a que muchos piensen que fuerzas malignas de oscuros designios buscan frenar la acción que ha emprendido el Presidente. Quiere ganar desde la compasión.

Por su parte, los opositores se solazan en la comparación del manejo de este episodio de Santa Cruz con las desprolijidades del «caso Gerez» y poca atención le ponen al asunto.

Se muestran hasta divertidos, con lo que para ellos es una bienvenida casualidad que ayuda esconder la flaqueza de sus propuestas. Buscan su oportunidad desde la chicana.

Lo que resulta concreto es que nada de esto alcanza y que ante la sociedad todos ellos se muestran como adictos incurables, ya que sólo se mueven en clave electoral, con poco apego a las ideas y, mucho menos, a las maneras de instrumentarlas.

(DyN, Hugo Grimaldi)


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