Aquella interna
El desenlace del conflicto entre Menem y Ruckauf podría incidir de manera decisiva en el futuro, lo que, en vista de lo que representan uno y otro, no puede considerarse del todo alentador.
A diferencia de la UCR que, sus muchas excentricidades no obstante, ya se asemeja bastante a un partido «normal», el PJ aún no ha logrado ser mucho más que la cara formal de un movimiento orgullosamente caótico cuya existencia se debe más a las exigencias legales que a la presunta necesidad de los militantes de organizarse en el marco de una estructura jerárquica prolija. Por eso, que el ex presidente Carlos Menem sea el titular del PJ no quiere decir que esté en condiciones de liderarlo. Sin embargo, tampoco lo están los gobernadores provinciales más poderosos, Carlos Ruckauf, Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, ni los jefes de las bancadas justicialistas del Senado o de la Cámara de Diputados, ni nadie. Aunque la anarquía resultante entraña ciertas ventajas – por ser un conglomerado de facciones, el PJ puede atacar al gobierno tanto desde la izquierda como desde la derecha, según las circunstancias – , también sirve para debilitar el orden político del país, el cual no puede funcionar como es debido a menos que los dos movimientos principales actúen con un mínimo de coherencia, comprometiéndose definitivamente con propuestas determinadas.
Desde luego, no se trata de una situación novedosa en el maremágnum peronista. A partir de la muerte de su fundador y caudillo Juan Domingo Perón, sólo Menem ha podido desempeñarse durante algunos años como un líder partidario auténtico, aunque su autoridad resultó muy limitada por depender casi exclusivamente de su capacidad para captar grandes cantidades de votos: al perder dicho don, su ascendiente sobre sus compañeros se esfumó enseguida. Aunque a comienzos de la década de los noventa muchos se quejaban por la «hegemonía» del presidente, éste ni siquiera intentó modificar las «doctrinas» del movimiento que lideraba, razón por la cual siguen abundando los peronistas que se afirman contrarios a su gestión, negándose a asumir responsabilidad alguna por lo ocurrido entre 1989 y 1999.
Si bien a esta altura Menem entenderá que la presidencia del PJ o de uno de los «comandos» que periódicamente surgen no vale mucho, sí aprecia que le conviene estar dispuesto a renovar sus credenciales antes de la conclusión formal de su mandato organizando elecciones internas, de ahí el desafío que ha planteado a su rival principal, Ruckauf, el cual preferiría que el ex presidente «se jubilara», sugerencia que tendría sus méritos si no fuera por el hecho de que el eventual «paso al costado» de Menem abriría el camino hacia la jefatura del movimiento al propio gobernador bonaerense, individuo que no vaciló en nombrar al carapintada Aldo Rico como ministro de Seguridad en su jurisdicción actual y que por lo tanto, de llegar a la presidencia de la Nación, sería plenamente capaz de depararnos algunas sorpresas aún más ingratas. Aunque por ahora Ruckauf parece ser decididamente más popular que Menem, se trata de una situación que podría modificarse de producirse un enfrentamiento formal entre los dos. Tanto en el PJ como en el país en su conjunto, el poder desmedido de los bonaerenses ocasiona mucha resistencia y no sería inconcebible que una vez más el riojano lograra sorprender a un gobernador convencido de que para trasladarse desde La Plata hasta la Casa Rosada sólo le será necesario cumplir un par de trámites sencillos.
Por fortuna, Menem no es el único político del «interior» que esté resuelto a frenar el avance de Ruckauf, un personaje escurridizo a que incluso sus colaboradores tildan de «nazi» y que tiene mucho en común con el populista austríaco Jörg Haider. También se le oponen Reutemann y De la Sota, dirigentes de actitudes menos peligrosas que las de su homólogo bonaerense. Con todo, por ahora la lucha por el liderazgo del movimiento peronista es entre Menem y Ruckauf y de celebrarse este año una interna partidaria formal el triunfador se perfilaría como el favorito a ser el candidato oficial del PJ frente a las elecciones presidenciales del 2003. Así las cosas, el desenlace de este conflicto podría incidir de manera decisiva en el futuro nacional, lo cual, en vista de lo que representan Menem por un lado y Ruckauf por el otro, no puede considerarse del todo tranquilizador.
A diferencia de la UCR que, sus muchas excentricidades no obstante, ya se asemeja bastante a un partido "normal", el PJ aún no ha logrado ser mucho más que la cara formal de un movimiento orgullosamente caótico cuya existencia se debe más a las exigencias legales que a la presunta necesidad de los militantes de organizarse en el marco de una estructura jerárquica prolija. Por eso, que el ex presidente Carlos Menem sea el titular del PJ no quiere decir que esté en condiciones de liderarlo. Sin embargo, tampoco lo están los gobernadores provinciales más poderosos, Carlos Ruckauf, Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, ni los jefes de las bancadas justicialistas del Senado o de la Cámara de Diputados, ni nadie. Aunque la anarquía resultante entraña ciertas ventajas - por ser un conglomerado de facciones, el PJ puede atacar al gobierno tanto desde la izquierda como desde la derecha, según las circunstancias - , también sirve para debilitar el orden político del país, el cual no puede funcionar como es debido a menos que los dos movimientos principales actúen con un mínimo de coherencia, comprometiéndose definitivamente con propuestas determinadas.
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