Le escribió una carta a un maestro de la pesca con mosca y no imaginó lo que pasaría después

Cuando empezaba y quería saber más sobre la actividad en los '70, Guillermo Marconi le envió una carta al escocés Allan Fraser, legendario pescador. Nunca pensó que le respondería, ni que aprendería tanto al ir a verlo a Junín de los Andes, ni que su manera de compartir conocimientos lo influiría como lo hizo.

A Guillermo Marconi le atraía la pesca con mosca, pero en los años 60, cuando era un adolescente en Tres Arroyos, no tenía demasiadas chances de aprender en aquella ciudad de la provincia de Buenos Aires. Había encontrado un pequeño libro en la biblioteca, pero no le alcanzaba, quería saber más.  La oportunidad llegó en junio de 1972, cuando tuvo en sus manos un ejemplar del primer número de la revista Safari y la tapa anunciaba un artículo que lo deslumbró: una clase magistral de Allan Fraser sobre cómo atar una mosca Green Highlander.

La tapa de la primera edición de la revista Safari.

Supo que había encontrado al maestro que buscaba. Llamó por el teléfono fijo a la revista, consiguió su dirección y le mandó una carta sin demasiada esperanza de que le respondiera. Grande fue su sorpresa semanas más tarde, cuando el cartero le dejó otra en la que el autor de la nota le agradecía su interés y se ponía a disposición. “Cómo no le voy a contestar”, le decía.

El intercambio siguió por esa vía hasta que un día, en 1973, se decidió a viajar a Junín de los Andes con la ilusión de a conocer a aquel escocés que había combatido en la Segunda Guerra Mundial, un comando paracaidista que había sobrevivido a misiones imposibles entre japoneses enemigos y gurkhas aliados en la selva de Birmania. Un amor que terminó mal lo había traído hasta la Patagonia y ahí estaba, ya separado de Eva Koessler, en la cordillera neuquina: daba cátedra de atado de moscas y pesca de truchas, pero no tenía un peso. Ingeniero forestal que estudió en Oxford, escuchaba ópera, recitaba a Shakespeare y vivía como un linyera.

llan Fraser llegó a comienzos de los ’70 a San Martín de los Andes. En 1973 se instaló en Junín de los Andes. Aquí, en pimer plano, en una de las salidas de pesca en el Paimun.

Guillermo lo vio, como muchos otros, alojado en la piecita de los termotanques que le prestaban en el Residencial Marisa donde tenía una foto con la boina de paracaidista, lo vio tomar y fumar de más. Supo que cuando quedaba derrumbado por el alcohol le robaban los botines de vadeo o las plumas para hacer las moscas. Pero supo también de su generosidad para compartir lo que sabía. Recordaría esa lección cuando el tiempo lo convirtió en un ginecólogo especializado en medicina reproductiva.  

En aquella época, Fraser estaba preocupado por las consecuencias que traería la represa El Chocón próxima a inaugurarse. Ingeniero forestal británico al fin, lo decía fiel a su estilo, con las palabras que había aprendido en la Argentina. «Estos milicos pelotudos no se dan cuenta del desastre ecológico que están haciendo», se quejaba. Incluso mandó una carta advirtiéndolo y con una recomendación: generar un bosque de 5 km de ancho rodeando el embalse. De lo contrario, argumentaba, se iba a producir un cambio climático que traería sequía y tormentas, entre otras secuelas. «Era inteligentísimo y en esto también tenía razón. Por supuesto, no le dieron bola», señala Guillermo.

“No había nadie que atara y pescara como él -continúa-. Allan me enseñaba y yo ataba moscas y se las mostraba. Al principio, claro, no eran buenas. El me marcaba los errores y fui mejorando. Seguía viajando a Junín para verlo y un día le llevé una que lo impactó», relata.

Guillermo Marconi es un apasionado de la pesca con mosca. Está radicado en Mendoza. Viajó a Junín de los Andes para conocer a Allar Fraser.

‘No hay mayor alegría para un maestro que un alumno lo haya superado. Te felicito, esta mosca está perfecta’, me dijo. Estaba contento. Me enseñó algo que me guió toda la vida y después puse en práctica con mis propios discípulos: se trata de compartir lo que sabés. Y si después laburan mejor que vos, eso es algo que te debe dar alegría”, relata Guillermo desde Chacras de Coria, a 15 km de Mendoza capital, donde se radicó con Silvia, su mujer, hace dos años para escapar del agobio de Buenos Aires. Tienen cuatro hijos y nueve nietos. A los 73 años, sigue en actividad: como jubilado cobra 17.000 pesos y paga 4.500 por ser activo. “No me queda otra”, dice.


Cuando leyó la nota publicada por Río Negro sobre Fraser el domingo pasado, tuvo el impulso de buscar las cartas que le había enviado su maestro. Una de ellas la encontró plegada en un libro que le había recomendado el propio escocés: Further guide to fly dressing, de John Veniard. Lamentó no hallar las otras y se preguntó en qué mudanza se les habrán traspapelado, pero aún no se resigna.

En la que recuperó, Allan Fraser, le explica cómo atar una mosca Skating Spider. “Refleja lo que era, un gran tipo: era como secreto de estado, pero él lo compartía”. También se la envió a Víctor Brion, autor del delicioso libro “A mi me tocó Allan Fraser” en la que cuenta la apasionante historia del británico.

La carta de Fraser plegada en un libro.

La carta, escrita a máquina y fechada el 1° de mayo de 1974 en San Martín de los Andes, además de su exquisito conocimiento sobre el arte de atar moscas, revela también su asombrosa capacidad para expresarse en un idioma que no era el suyo, pese a que solo llevaba tres años en el país.

“Me preguntas por la Skating Spider. Pucha, hombre, por qué no me preguntas por algo difícil… De todas las moscas que conozco esta me parece la más imposible de describir por carta”, responde Fraser antes de arremeter con otra clase magistral.

En las primeras líneas, le pide disculpas por la demora en responder, refiere a su situación personal («si te contaría los problemas que tengo te pondrías a llorar, así que no te cuento nada»), le dice que apenas pudo salir a pescar esa temporada y que no sacó trucha que mereciera el nombre y le agradece todos los elementos que le consiguió en Buenos Aires, indispensables para atar.

Entre otras novedades, le comenta también que pasó a visitarlo en marzo Miguel Ybarra, que le llevó el libro Nhymps, de Ernest Schwiebert, entomólogo norteamericano y conocido pescador.

«Es realmente bueno con descripciones detalladas de un sínnúmero de ninfas, pupas y larvas», destaca. Plantea que algunas de las imitaciones son complicadas por la falta de elementos imprescindibles y le explica que tuvo que experimentar ya que «no se puede dar por vencido por el simple hecho de no disponer de algunos materiales«.

«Estoy produciendo algunos bichos bastante asquerosos que, para decir la verdad, me están convenciendo más que los que sugiere el yanqui«, agrega.

En cuanto a la descripción de la Skatingt Spider, es minuciosa y la acompaña con ilustraciones al margen. «Si lo entendés te felicito. Te daré una demostración cuando nos vemos», le propone.


Guillermo también tuvo el privilegio de salir a pescar con él en los espectaculares escenarios que ofrece Junín de los Andes. Estuvieron juntos, por ejemplo, aguas abajo del río Chimehuin en la estancia Los Pinos o en la boca del Quiquihue, en el lago Lolog. Fraser, como corresponde a un caballero, dejaba ir al invitado adelante, tomar el primer tiro. Pero bastaban unos minutos para que se dedicara a lo más importante, girar para ver al escocés en acción, eso era aprender. «Pescaba a lo loco, sacaba unas truchas marrones que no te cuento», relata. También recuerda con nostalgia aquellos tiempos de respeto mutuo entre pescadores. “No como algunos ahora, que sí pueden te pisan la línea o no respetan los tiempos de rotación. Allan jamás hubiera hecho algo así”, se lamenta.

Con aquella carta, Fraser le envío también un obsequio para Silvia, por entonces novia de Guillermo. Ella había dado el ok para que su futuro marido le llevara al escocés unas plumas de Jungle Cock de un moño de su abuela, un verdadero tesoro para el artesano de las moscas. «Estaba enloquecido. Eso era difícil de conseguir y muy caro, unos 300 dólares calculo».

En retribución, le mandó por correo un prendedor. “Espero que le guste y que me haga el honor de usarlo. Es una Green Highlander pero con la ala hecha según otro modelo de la que hice para el primer número de Safari. Bueno, viejo, tengo que dar término antes de que se convierta de carta en libro. Escríbeme. Hasta prontito, fuerte abrazo”, son las últimas líneas.

Los restos de Allan Fraser descansan en el cementerio de Junín de los Andes.

Ahora, antes de despedirse, Guillermo cuenta que la tumba de Allan Fraser está impecable y rodeada de flores gracias a Chichita. “Una vecina y gran mujer de Junín de los Andes, se lo había prometido. Y todos los días, pese a su edad, pedalea en su bicicleta inglesa con canasto para cumplir con su promesa”, dice, feliz por eso, seguro de que con ese gesto representa a una legión de pescadores que tampoco lo olvidan.  


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