Bilardo, ¿el único hombre en la Tierra que no sabe que Maradona murió?

Bilardo parece ser la única persona en el mundo que no sabe lo de Diego. Ahora preparan el terreno para decírselo.

No sé si vieron la película «Good Bye Lenin». Es la historia de la mentira más amorosa. En pocas palabras, esto es lo que ocurre: el 7 de octubre de 1989, Christiane entra en coma. Christiane es socialista y miembro del Partido Socialista Unificado de Alemania. Lo que se pierde, durante los ocho meses que permanece dormida, es la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo en su amada Alemania Oriental. Para que nada altere su espíritu romántico y débil, su hijo Alexander monta en el departamento en el que viven una especie de escenografía anclada en el pasado. Con la ayuda de un amigo graban falsos noticieros en los que se habla de un país que ya no existe; les pegan viejas etiquetas a frascos de pepinos importados, y hasta los vecinos mantienen la piadosa farsa para no perturbar ese último bastión del socialismo en el que transforman los 79 metros cuadrados en los que viven.

Me acordé de esta película por Carlos Salvador Bilardo. Pasaron una semana y dos días más desde el mediodía del miércoles 25 de noviembre, y hay un hombre, en un departamento del barrio de Flores, en Buenos Aires, que todavía ignora: Bilardo no sabe aún que Maradona murió. Quizás sea el único en el mundo.

Aquel día leí esto: «Apagan el televisor de Bilardo para que no se entere de la muerte de Maradona. El ex entrenador argentino, quien dirigió a la selección campeona del mundo en México-1986, ignora aún la muerte de Diego Maradona, en un intento de la familia por preservar su delicada salud» decía la información. Su hermano lo confirmó: contó que estaba viendo Netflix.

Ahora están preparando el terreno para contárselo.

Bilardo tiene 82 años y padece desde 2017 el síndrome Hakim-Adams, una enfermedad neurodegenerativa que causa deterioro cognitivo. Bilardo se baña, come y se viste solo, reconoce a la gente, habla con ellos, pero no registra fechas. “Sólo habla de fútbol”, aseguran los que lo visitan.

El hombre que todos recuerdan por sus métodos poco ortodoxos para dirigir o por leyendas como la del bidón con somníferos que usó en el partido que Argentina le ganó a Brasil, en el Mundial 90, vive en un departamento desde mediados de noviembre. Antes, este mismo año, fue operado por una complicación de su enfermedad y antes de eso pasó un tiempo en un geriátrico en el que hubo casos de coronavirus. A Bilardo lo acompañan enfermeros las 24 horas del día, y además vive enfrente de la casa que compartió con su mujer, Gloria; a una cuadra de su hija, Daniela, y a dos de su hermano.

Desde hace una semana y dos días, no puedo dejar de pensar en cómo harán para que la noticia más conmovedora para él, que consideraba a Maradona como su hijo, no entre a su casa. ¿Le apagarán el televisor, pero también la radio; le esconderán los diarios; le sacarán el teléfono; le cerrarán las ventanas? ¿Cómo se hace para que alguien no se entere de aquello de lo que habla el mundo entero? ¿Cuántos días pueden mantenerlo al margen?

Por eso me acordé de Alexander y de esa burbuja que creó para que su madre no naufragara, decepcionada por el curso que había tomado su amada Alemania. Sólo que hoy y ahora, todos deberíamos ser parte de ese teatro para que Bilardo no se entere de que el mundo, aún hoy, llora a Diego.


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