Brasil y Myanmar cuidan la inversión extranjera

Brasil crece. Con ritmo algo más lento pero crece. Atrae –cada vez más– a los inversores extranjeros. No sólo por su optimismo empresario y social, también por su respeto por el Estado de derecho, sumado a la ausencia de discrecionalidad en la gestión pública, y –por qué no– porque su visión social compartida del futuro es realmente contagiosa. Por esto no es demasiado sorprendente enterarnos de que, por primera vez, el dinero árabe procedente del Golfo ha comenzado a apostar fuerte por su futuro. En efecto, el fondo soberano de Abu Dhabi denominado Mubadala Development Corporation acaba de invertir nada menos que dos mil millones de dólares en la compra de una participación minoritaria (del 5,63%) en la sociedad norteamericana que es la holding (la dueña) del imperio empresario de propiedad del millonario brasileño Eike Batista. En el Centennial Asset Brazilian Equity Fund LLC, entonces, más conocido como EBX. Ésta es la primera vez que Batista accede a tener un socio de alguna sustancia dentro su propia empresa holding. Ocurre que hasta ahora Batista había aceptado tener socios, aunque sólo en las empresas operativas, como –por ejemplo– los coreanos que lo acompañan en la minería o los alemanes que ya son sus socios en el sector energético, en el capítulo de la generación eléctrica. Aparentemente hay otras inversiones similares a la de Abu Dhabi que están “dando vueltas” y seguirán llegando. El propio Batista así lo confirma, sugiriendo que podría haber un billón más de dólares de otro inversor en camino para el próximo semestre. Nos alegramos realmente por Brasil, que camina decididamente a ser una nueva potencia económica en pocos años más. También consciente de que el empuje de las empresas privadas es esencial para el crecimiento económico, Myanmar (que acaba de comenzar a dejar atrás una larga y trágica noche de autoritarismo militar) se está abriendo rápidamente a la inversión privada externa. Primero el país asiático, hasta no hace mucho aislado, está poniendo en efecto una serie de incentivos para atraer a los inversores, incluyendo algunos de carácter fiscal; esto es, medidas impositivas favorables. A la manera de anzuelo. Enseguida su gobierno está enviando al Parlamento una nueva ley de inversiones externas destinada a dar seguridad y tranquilidad al capital que llegue al país, en el sentido de que no será objeto de arbitrariedades ni blanco fácil de la discrecionalidad administrativa o del apetito repentino e insaciable de los políticos de turno. Como desgraciadamente ocurre, sabemos bien, en otras latitudes. Para Myanmar, generar un buen “clima de inversión” es clave. El maltrato a los inversores es siempre un pésimo negocio, digan lo que digan las voces sin experiencia. Una vez ocurrido el daño está hecho, para largo rato. En esto la sensibilidad de los inversores es sumamente grande. Si el Estado de derecho se desprecia, la atracción es nula. Además, Myanmar está trabajando en una normativa cambiaria que también preserve a los inversores de los caprichos, la discrecionalidad o las apetencias puntuales de las circunstanciales autoridades locales. Después de todo, para quien arriesga su capital en el exterior la generación y posibilidad de transferencia de sus dividendos es algo lógico. Y, desde el punto de vista económico, absolutamente esencial. Esto parece obvio, más allá de la retórica fácil de los presuntos nacionalistas de turno. (*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

EMILIO J. CÁRDENAS (*)


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