Cristina no es Belgrano

Aprovechando la conmemoración del Día de la Bandera, la CTA organizó un acto político para el discurso de la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner. En esta oportunidad, utilizó un saco y jabot con volados, para tratar de parecerse -aunque sea en los atuendos- al gran prócer, Manuel Belgrano.
Para tener una idea de la diferencia moral y de valores humanos entre uno y otro, vale la pena recordar la historia.

Entre noviembre de 1812 y febrero de 1813, Belgrano, a cargo del ejército del norte, derrotó en Tucumán y Salta a las tropas realistas. La Asamblea Constituyente le obsequió un sable con guarnición de oro y cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas fiscales.

Pero Belgrano respondió: “Nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos, que el dinero o las riquezas, pues degradan la virtud y el talento entregado en la defensa de la República”.

“He creído de mi honor y de los deseos por la prosperidad de la patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras”. Belgrano donó ese dinero para la construcción de cuatro escuelas públicas en Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy y Tarija (que pertenece actualmente a Bolivia).

Cristina Fernández de Kirchner, en cambio, cobra doble pensión vitalicia de $4.140.000 por mes, mientras que la jubilación mínima es de $ 37.524. Es decir, que ella cobra 110 veces más que un jubilado.

Pero esa no es la única diferencia. Belgrano no tenía hoteles (Hotesur y Los Sauces), ni causas penales por lavado de dinero, sobreprecios y coimas en la obra pública, ni mucho menos un memorándum con Irán, para garantizar la impunidad de los acusados de volar la AMIA en Argentina. Tampoco tenía depósitos de millones de euros y dólares en Seychelles.

Evidentemente, Cristina no se parece en nada a Belgrano. Y tal como dice el refrán: “…aunque se vista de seda… sigue siendo lo que es…”

Enrique Omar Driussi
DNI 12.638.127

Neuquén